I.
Últimamente todo empieza
por una excusa, por el mecer
de los barcos en una bahía nunca vista.
Es como el catálogo
de embarcaciones de Homero:
llena el tiempo.
Un tiempo que no tenemos.
Sin embargo, hay un gusto a sal.
Halcones peregrinos escalan el aire, sólo
para arrojarse en picada.
Debajo espero descalzo,
quiero preguntarles ¿Por qué dijiste
que esta vida es otra vida?
El viento de verano ahuyenta algo más
que a la humedad, y espero.
Las velas de los barcos enumerados
se inflan, tironeando de las sogas
que atan sus cuerpos al lecho. Espero
que de alguna manera siga siendo
la misma vida.
II.
Algo termina a cada momento, el mar
podría transformarse en una única ola
y así, con un solo esfuerzo, inundarlo todo.
Pero las cosas desaparecen lentamente,
con cada ondulación, un puñado de arena,
cada día, con cada retroceso
de la marea. Y el viento
podría ser un solo viento, tomar
una única dirección
y detenerme,
fijarme en un lugar, obligarme a observar
cómo se lleva la espuma de las olas
hacia un rincón perdido
en la distancia. Sí,
hay algo que avanza en el mar y sí,
también el viento avanza,
en la hora en la que el sol se pone
y las luces aún no se encienden.
El mar se acerca
cada vez más dorado, y el día
es llamado y se resiste. Cómo se puede
resistir, cómo se detiene
al mundo sobre su eje
para sentir que la marea
no deshoja la tierra, sino que la contiene,
y que las cosas podrán mantenerse de pie
frente al viento, que los frutos se quedarán
en sus ramas, y los peces en el mar,
y que las puertas de las casas
no se golpearán con la brisa,
sino que seguirán abiertas, esperando
todo el tiempo.
III.
“Mientras la manzana dulce se torna roja en una rama alta
alto en la rama más alta y los recolectores olvidaron –
no, no olvidaron – fueron incapaces de alcanzar”
Safo, 105A
Es difícil pensar
en un árbol de frutas,
cargado, esperando.
Uno siempre llega
demasiado temprano y ve
los pimpollos, o pequeños
quinotos verdes y habla
de la mermelada
que se hará en el invierno.
O se llega demasiado tarde,
tratando de no pisar
las manzanas entre el pasto,
y se habla de lluvia,
de las frutas que olvidamos, o
que no pudimos alcanzar
en las más altas
de las ramas altas
y jugamos a hacerlas caer, tirando
con las frutas
del suelo. Fallando
gentilmente
IV.
El cuerpo de las cosas frente a mí,
el eterno golpear del mundo
en lo que esconde
inalterable,
esperando. Pero primero
el cuerpo, como una tracción,
el frío en el viento
o una primera zambullida
en el mar. Pero primero,
olvidar que deja marcas.
Pero primero,
olvidar.
Por Joaquín Pérez
Fotografía de Luis Tierrasnegras