Poco en Priscilla (2023), la película más reciente de Sofia Coppola, me fascinó tanto como una frase del idílico encuentro, a medias ensoñado y a medias perverso, entre su heroína de catorce años y Elvis Presley, su futuro marido: “Por qué”, dice Elvis al enterarse de que la chica con la que planea tener un romance todavía es una niña, “eres sólo un bebé”. Curiosamente, ninguno de los prospectos románticos que pone sus ojos en Bella Baxter (Emma Stone), la encantadora Frankengirlboss que protagoniza Poor Things, la nueva película de Yorgos Lanthimos, piensa decir lo mismo, a pesar de que la película comienza con ella escupiendo su comida y tambaleándose inestablemente sobre sus pies.

Físicamente, Bella es madura para su edad (para utilizar una frase que seguramente muchas lectoras recordarán haber escuchado en su adolescencia) gracias a su inusual constitución: un profesor de cirugía llamado Dr. Godwin Baxter (Willem Dafoe), sutilmente apodado “God”, la ha creado a partir del cuerpo de una mujer adulta suicida y el cerebro del feto no nacido de esta mujer, produciendo una mujer-bebé feliz y curiosa, con un rostro y un cuerpo perfectos y una total falta de inhibiciones sexuales. Al hacer que tres personajes masculinos admitan su deseo de culiarse a Bella más o menos inmediatamente, Poor Things plantea desde el comienzo mismo  un punto sombríamente divertido y abiertamente provocativo: que una chica que es sexy, que está siempre excitada y que tiene el desarrollo intelectual de una niña pequeña sería muy, muy popular entre los hombres. O, como dice uno de sus pretendientes, apenas capaz de contener su alegría: “¡Qué retardada tan bonita!”

Todo saludablemente sucio hasta el momento: si lo que la película sugiere –a saber, que un hombre podría desear tanto a una amante ingenua y fácilmente controlable que una con cerebro de bebé sería ideal– es una macabra exageración de la verdad, bueno, la hipérbole es la materia de la sátira, y algunos hombres son más satíricos que otros. Es una lástima, entonces, que lo último de Lanthimos comience en un punto de tan alta ferocidad solo para gradualmente convertirse en algo más parecido a un cuento de hadas para adultos. God, un brillante científico, es rechazado por el establishment tanto por sus métodos poco convencionales como por su extraño rostro de calabaza tallada; crea a Bella como una curiosidad y aprende a amarla como a una hija. Un día, trae a casa a un gentil protegido llamado Max McCandles (Ramy Youssef), y la introducción de un hombre en el Jardín del Edén revuelto y quirúrgicamente mejorado de ambos es suficiente para provocar el despertar sexual de Bella: descubre la masturbación y, en lugar de morder una manzana prohibida, inserta una del frutero en un lugar prohibido (Poor Things se toma muchas libertades con su entorno cuasi victoriano pero, por desgracia para Bella, no las suficientes como para proporcionarle una fruta con una forma más cómoda).

Hechizado por su espontaneidad y extravagancia, McCandles decide que debe casarse con Bella; el hecho de que ella exprese esas cualidades haciendo cosas como masturbarse frente a personas de buenos modales es un divertido juego con el arquetipo –explotado hasta la muerte– de la manic pixie dream girl, cuyo incumplimiento de las reglas de la sociedad no la exime de ajustarse a sus cánones de belleza. Como es típico del romance cinematográfico, aparece un rival: Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo), un abogado-Casanova-absoluto imbécil que, en una visita a God a propósito de algún trabajo legal, conoce a Bella e inmediatamente percibe su potencial desaprovechado. Cuando los dos huyen juntos para pasar día y noche haciendo lo que Bella describe como “saltos furiosos”, la película pasa del blanco y negro goreyesco al glorioso tecnicolor, y debemos percibir el cambio como indicativo de una transformación en nuestra heroína, que se revela como una polaroid mientras es sacudida por el acto de amor (al parecer, la Ilustración está solo a una verga de distancia). A pesar de todo su estilo visual tipo El Mago de Oz, esta polaridad –melancolía crepuscular para el hogar y la infancia, deslumbrante estridencia para la madurez erótica– es un reflejo involuntario de la negativa de la película a creer en los tonos grises emocionales, tal vez incluso sexuales.

A partir de aquí, Poor Things sigue una trayectoria inquietantemente similar a la de Barbie de Greta Gerwig: una especie de bildungsroman sobre una heroína protegida y de factura humana, que se aventura en el intimidante mundo “real” y descubre lo que se hace con una vagina, aunque no necesariamente en ese orden. En Lisboa, Bella aprende a bailar y conoce el pastel de nata; a bordo de un crucero, tiene un extravagante encuentro con una “interesante mujer mayor” y un noble filósofo negro, y comienza a reflexionar sobre política, socialismo y existencialismo básico; al desembarcar en Alejandría, se entera de que la pobreza existe y sufre una breve crisis; en París, necesita dinero después de haber regalado el suyo, y acaba encarnando así otro cliché clásico del cine, el de la puta con buen corazón. Esta es una odisea de empoderamiento femenino escrita por un hombre –Tony McNamara, guionista de The Favourite– y dirigida por otro, con ambos sintiéndose lo suficientemente cómodos con el material como para que éste sea un poco caliente, pero no como para hacerlo realmente espinoso. Hay relativamente pocas nueces tras los excéntricos ruidos, y nada en esta última película del director de obras tan estilosas y peculiares como Dogtooth y The Killing of a Sacred Deer resulta tan peculiar como el hecho de que es tan completamente agradable, tan linda.

Las películas anteriores de Lanthimos están a veces tan llenas de crueldad, psicosexual o de otro tipo, que sus detractores lo han acusado de ser un imitador vacío del gran maestro del sadomodernismo, Michael Haneke. (Hay una escena en Sacred Deer en la que una gélida madre burguesa, interpretada por Nicole Kidman, se enfrenta al terrible dilema de decidir si ella, su marido o uno de sus hijos deben ser asesinados: la forma casual en que Kidman responde “siempre podríamos tener otro bebé”, como si estuviera sugiriendo pedir postre, me ha obsesionado desde que la película fue estrenada, por no hablar de la afición del personaje por fingir que está bajo anestesia general durante el sexo). Que esta nueva producción pueda ser comparada casualmente con Barbie –una película feminista extremadamente entretenida que, sin embargo, es también un anuncio publicitario de dos horas de una muñeca– es un vuelco radical para el director, como si Gaspar Noé hubiera decidido producir una decorosa película adulto-joven sobre una adolescente intrépida y alegre.

La más extraña y menos digerible novela de Alasdair Gray, de 1992, en la que se basa la película, es también una bildungsroman feminista escrita por un hombre, pero tiene sus complicaciones y contradicciones, y tiene además las agallas para mezclar el dolor y el placer mucho más audazmente que la adaptación de Lanthimos, de una manera que se siente más fiel a su mezcla en la vida real. La Bella de Gray, a quien también le encanta culiar, es una mujer robusta con un fuerte acento de Manchester; en lugar de una “interesante mujer mayor”, en el crucero conoce a un supremacista blanco y es expuesta no sólo a la filosofía y el socialismo, sino también al mal. Aunque buena parte del texto se presenta como las memorias de McCandles, una extensa sección central consiste en las cartas de Bella, lo que nos da la oportunidad de mirar dentro de su cabeza, en lugar de observarla como una curiosidad bonita y alocada. “Soy una mujer sencilla y sensata”, se queja en una sección posterior que busca ser la irritada corrección de la versión de los acontecimientos que tiene su marido, “no la ingenua Lucrezia Borgia y La Belle Dame Sans Merci descritas en el texto”. Por el contrario, la Bella de la película se enfrenta a los problemas como una robot de alto rendimiento antes que como una persona con el cerebro de un bebé: curiosa pero impasible, parece menos como si todavía no hubiera sido programada por la sociedad y más como si su tarjeta madre estuviera estropeada. Desde el principio, sabemos que todas sus desventuras eventualmente terminarán convirtiéndose en aventuras, enderezándose en instructivos y alegres pasajes de libertinaje progresista, con nuestra heroína adaptándose tan suave y fácilmente a la adversidad que es como si nunca hubiera existido conflicto en primer lugar.

Parte de este sentimiento de perpetua seguridad por parte del público se debe a la actuación de Emma Stone, quien aprovecha su monumental carisma para producir un personaje de corazón tan dulce que su triunfo parece asegurado. Stone es una comediante física talentosa, y sus ojos de Bambi y cuerpo ligeramente desgarbado se prestan a las caídas intencionales y las tomas de reacción. Su trabajo reciente más interesante, sin embargo, ha sido en The Curse (2023-2024) de Showtime: como Whitney Siegel, una gentrificadora bohemia con un programa en HGTV, es sutilmente aterradora, haciendo gala de su inmaculada simpatía hasta que se siente al límite de lo peligroso, como un señuelo para capturar presas. Bella y Whitney son, en cierto sentido, monstruos femeninos: uno creado en un laboratorio y el otro modelado por privilegios y dinero. La diferencia es que en este último papel, a Stone se le permite ser repugnante, furiosa y a veces incluso cruel. Esos ojos enormes son incluso mejores para transmitir fealdad y rabia que para hacerla parecer un bebé muy sexy con un vestido de bautizo de alta costura. Whitney, después de todo, no sólo tiene el cuerpo de una mujer adulta, sino también la mente de una, y las mentes de los adultos son a menudo extrañas y aterradoras, llenas de bordes irregulares, compulsiones extrañas y fantasías pornográficas que tal vez no se transmitan de manera tan seductora a la pantalla.

En términos críticos, Poor Things tiene un sólido mecanismo de autodefensa incorporado en lo relativo al sexo: está escrita como para asegurar la presencia de la frase “sex positive” en sus reseñas, de modo que cuestionar su frívola representación del sexo por diversión y dinero puede hacer que una parezca conservadora o severa o, peor aún, como una partidaria del abominable lobby antisexo. Después de todo, como acto, el sexo es maravillosamente divertido, y Bella se lo pasa espectacular en todo momento, y el público disfruta de al menos dos montajes formidables de Stone, una actriz blanca muy hermosa y muy delgada, participando en un culión extraordinariamente liberador en pantalla en un mínimo de tres posiciones. Aún así, aparte de una breve escena de cunnilingus lésbico y una toma de Bella con una mordaza y cara de estar mortalmente aburrida, todos esos saltos furiosos siguen siendo incondicionalmente heterosexuales y convencionales, y si Bella, con su supuesto desdén por las reglas y limitaciones de otras personas, alguna vez desarrolla algún morbo propio, no llegamos a verlo (algunas vulgaridades, al parecer, siguen siendo indecorosas, incluso para Tony McNamara). En 2024, también me parece que hemos dejado atrás la escuela de feminismo “Mujeres ahora empoderadas por todo lo que hace una mujer” y, por lo tanto, puede haber espacio para una descripción más matizada tanto del sexo como del trabajo sexual de la que Poor Things puede (o quiere) ofrecer. “Sabía que [el trabajo sexual] era tan bueno y tan terrible como otros trabajos de mala paga que había realizado”, señaló la escritora y ex actriz porno Lorelei Lee en 2019, en un ensayo brillante, imparcial e instructivo sobre el trabajo sexual y el feminismo del empoderamiento publicado en n+1: “También sabía lo rápido que la gente dejaba de escuchar cuando empezaba a sentir lástima. Así que fingí. Fingí que todo era una especie de aventura”.

La película de Lanthimos también hace que todo parezca una gran aventura, y debemos preguntarnos si su renuencia a mostrar a Bella realmente herida tiene algo que ver con un miedo similar a perder nuestra atención. Sinceramente, no puedo recordar una escena en la que técnicamente no me estuviera divirtiendo, incluso cuando tenía la sensación de que estaba masticando algo parecido a una golosina de fondant, toda de colores pasteles y llena de calorías vacías. A pesar de todas las groserías, la desnudez y los pequeños y sofisticados elementos grotescos cuasi victorianos de su diseño, hay una extraña resistencia en Poor Things al lado más oscuro de lo erótico y, aunque la violencia y el sexo están siempre presentes, no hay ningún reconocimiento de que las dos cosas alguna vez se combinan. En la novela, Bella le pregunta a su proxeneta  “cuáles son las cosas importantes”. “Dinero y amor”, dice ella, “¿Qué más hay ahí?” “Crueldad”, responde sencillamente Bella. En la versión de Gray, su salida del burdel se debe a que se niega a un examen ginecológico invasivo; al recordar su estadía allí, observa que le enseñó “cómo se utiliza a las mujeres débiles y solitarias”.

Como la propia Bella, la película Poor Things es a la vez hermosa y estridente, pero a veces su cerebro parece apenas lo suficientemente grande como para llenar su cabeza de Frankenstein. Sus ideas sobre el bien, el mal, el sexo y el capitalismo resultan ser tan complejas como aquellas que razonablemente podríamos esperar que adoptara una adolescente precoz, según el desarrollo mental de Bella al final de la película. Incluso la fealdad genuinamente enérgica de su concepto original (la de la dream girl que también es mentalmente una niña y luego una colegiala) parece diluirse en la aceptación, como si toda la película hubiera perdido su audacia. En otras palabras, esta no es una obra para freaks, sino para turistas en el freakdom, y como tal, nos deja preguntándonos si Yorgos Lanthimos finalmente ha desertado del Team Pervertidos. La película está ciertamente viva, como tan célebremente grita el Dr. Frankenstein en la película de 1931, pero estar viva y reflexionar adecuadamente sobre la naturaleza de la vida son dos cosas muy distintas.

Por Philippa Snow

Traducción de María Belén Contreras

 

Publicado originalmente en el sitio de mubi el 20 de febrero del 2024. Disponible en: https://mubi.com/en/notebook/posts/frankenpixie-dream-girl-on-yorgos-lanthimos-s-poor-things