अवलोकितेश्वर[1]
Tanto las palabras que son pensadas, como las repetidas, las trastocadas, las perdidas, las tachadas y las que acaban efectivamente impresas, conforman apenas los pocos escollos de un proceso interminable en que se tironea y desperdiga la labor de la composición textual. Paradigma de esto fue el caso de Rakosi, a quien el poeta y profesor inglés Andrew Crozier (1942-2008) tuvo que prácticamente recogerle de debajo de la cama las múltiples versiones de lo que hoy conocemos como Las Bestias, que incluiría varios poemas y también una versión acoplada de ellos, más una seguidilla de sampleos sin original, y cuya elaboración fue una batalla que el poeta objetivista habría ido dando por perdida con el pasar de los años; cuestión que no es meramente anecdótica sino algo que por cierto se siente en la obra, ese cultivo temporal del texto y sus reacomodaciones sucesivas, e incluso en cierto punto, y por lo mismo, sometiendo al retazo a la sensación de deriva, ya sea como un espacio aireado o como un naufragio.
“Tu primo segundo, un ignoto fabricante de cigarros de Smirna, / me impresiona con noticias triviales. / Las palabras son directas y emiten un foco agrio. / Lamenta la manera en que tu ojo / se regodea como una ostra / con las chicas que bailan en la cabeza de Baco. // Pero sus manos también exploran la pantorrilla de esta mujer, / su espalda se enciende como una chispa blanca en un epitafio / por encima del pareo de ella.
Atiborrados entre una multiplicidad de alternativas que se aíslan y una sensación de permanente incompletitud o falta de cuaje, no es raro que se exalte este (no menos hábil) “no saber decir a cabalidad”, que mantiene a todo deslizándose en tanteos impermeables, y digo sobre todo cuando se tienen en mente nombres judíos del objetivismo tales como Rakosi, Resnikof, Zukofski, u Oppen; llevando a cuestas una herencia de la guerra muy en la línea de lo que decía Benjamin sobre aquellos que volvían de los campos de batalla no con historias sino más bien empobrecidos en cuanto a experiencia comunicable, ennmudecidos pero -habría que agregar- volcados a la tarea de lograr decir “algunos algos que sea”, decir lo mínimo y lograr partir desde el principio. Así pues se abocaron a ejercer una técnica de montaje que incluía el titubeo, el tanteo ante la indeterminación reglamentaria, y con esa atribulada puesta en enlace de los retazos, se dispusieron a entender la composición.
Cabe decir que es muy buena cosa el hecho de que todo esto lo tradujera Gambarotta (solo poetas debieran traducir poesía), una suerte de objetivista argentino que supo ajustar los ecos -calces fonéticos y tempo-, justamente con el ímpetu de encaje con que lo trabajó la mencionada generación.
“Ante ti está Corinto- / alguna vez pedestal para luchadores / en shorts clásicos. / ¡Cuánto método en sus modos! / ¿Vale decir que los dioses / con las luces detrás nuestro / se tiraron unos gases / en un clima inestable? / Tras unas ramas de olivo / ayer ellos también fueron lúcidos. / Envíennos / de nuevo, Oh dioses, / ajíes y semilla de amapola / porfiria y gallos blancos.”
En Las Bestias Carl Rakosi se propuso desmenuzar el mundo de modo tal que se descubrieran sus capas; el hilado de la gran pluralidad rastreada desde su origen suboceánico hasta nuestras mesas y el etc florecimiento de lo habido y por haber, y a eso le abrió una otra dimensión abocada al desentrañamiento de las vías de producción bajo una concepción materialista; arduo labor que lo llevaría a la errancia, pasando 25 años en el exilio a causa de la persecución anticomunista de Estados Unidos y en silencio tal como George Oppen.
A través de los presentes poemas podemos ver como es que, sometiéndose a tamaña disyuntiva -que por cierto bien pudiera haber alentado a su silencio-, Rakosi se cuestiona qué tanto estas labores poéticas de la contemplación y la composición rigurosa participan o no de los medios de producción.
“Pero alguien tiene que clavar las estacas / calibrar los engranajes, aceitar las partes. / ¡Yo no, hermano! Estoy en este lugar esperando una sorpresa / estoy enamorado de una chica de Walbash, / estoy solo con una mano en mi mano / y un par de ojos maravillosos.”
Encarna y enjuicia a la vez al poeta en calidad de pirulo enajenado, dándonos escenas burguesas que están armadas de una forma impecable e imposible de no gozar, seguidas de imágenes de percepción igual de soslayada sobre diversos sitios en los que se manufacturan los bienes de la mencionada escena pirula (como es en la primera cita con el fabricante de cigarros), quebrando de este modo lo que fue nuestra entrega a tales caprichos, exhibiendo las contradicciones de nuestro deseo. Así por ejemplo dice en la página 17:
“El atardecer es de la ciudad / como una almeja forzada abierta / y la materia extraña / perla lustrada por la fuerza del mar. // Los grandes nombres, como la arena, / el bromuro y la sosa / hacen un vidrio / de venturina azul / para esta ciudad”.
Cosa que nos suena muy bonito y todo pero luego 12 páginas después nos da vuelta y dice:
“Esta ciudad es una almeja forzada abierta / y su cuerpo extraño perla lustrada por la fuerza del mar. // Pero la gente que hizo esta ciudad / de arena y petróleo crudo, / sulfato doméstico, papel prensa, / contratos temporarios, lana pura, (…) la gente que hizo todo esto, / llora, se erige desde la base (…) porque la ciudad pertenece a sus acreedores / los miembros del directorio en el Club (…) y los que hicieron esta gran ciudad / más vale que se agarren los testículos!”.
Estratos cruzados que se revuelven, encadenan y sostienen, y que configuran una composición más compleja que la que atinge a un solo poema, el cual de por sí ya tiene su montón de piezas articulándose al interior; trabajando a partir de repetición, diferencia y matiz en variación de sus secuencias, y cumpliendo a cabalidad la definición que nos diera Williams del poema: “una máquina de más o menos palabras”; más no sólo eso sino más aún, ahí en donde luego los poemas hacen de piezas de la máquina e inclusive diversos poemas plasmarían dimensiones o fases de las mismas piezas en el perpetuo movimiento de la composición.
[1] अवलोकिते, avalokiteśvara, del sánscrito para “el que mira hacia abajo”, es el bodhisattva de la compasión de los budistas mahayana, nombrado por Rakosi en Las Bestias como “el señor de los peces”, aquel que ve hacia abajo, aquel que mira el mundo pero, como lo es en el caso de quien mira el estanque de peces, la sensación de que se asimilan las dinámicas del mundo colinda con la de quedar apartado, parado a las afueras de este. Como dijera el poeta -y aquí traductor- Martín Gambarotta en Punctum, “un perro que se da cuenta que es perro / deja de serlo”.
Por Martín López
Titulo: las bestias
Autor: Carl Rakosi
Traductor: Martín Gambarotta
Materia: Poesía inglesa
Páginas: 88
Tamaño: 18 x 25 cm (tapa dura)
Año: 2022