El verbo tomar implica agarre, pero también beber, ambas acciones requieren pasar por el cuerpo. Los lugares condensan experiencias, significados, poderes y debates, constantemente, son retados por las formas en las que son habitados y por quienes son habitados. Entonces, hay un diálogo entre cuerpo y espacio en el que se constituyen mutuamente. El Parque Nacional Enrique Olaya Herrera, ubicado en la cuidad de Bogotá, por 220 días fue tomado por la comunidad embera. Esto debido a los incumplimientos por parte del gobierno y el conflicto armado que aún los amenaza en sus territorios y les impide retornar. Por ello, permanecieron en este lugar como una manera de visibilización, denuncia y protesta: “{…} Nosotros no queremos que nos den todo, necesitamos tierra para sembrar, porque es lo que sabemos hacer {…} vivir del dinero del gobierno puede ser una medida asistencialista y poco sostenible.” (René Tique citado por 070, 2022)

Los embera pasaron un poco más de ocho meses bajo condiciones paupérrimas, donde se sumaron, a la condición de vulnerabilidad: el hambre, la indiferencia y señalamiento por parte de los otros ciudadanos, las intimidaciones recurrentes, la denigración en medios de comunicación y enfrentamientos con la fuerza pública y el ESMAD.

El ser humano es, en efecto, topofílico (Yory, 2017) es decir, que crea lazos afectivos con el lugar que habita. La topofilia es un acto de coapropiación, se crea mundo a partir de la experiencia. Termina constituyendo al individuo, y su habitar, que modifica el entorno, es en esencia un agente histórico. Los espacios sociales se construyen de manera colectiva y dan sentido a la identidad y el valor en el que se geolocaliza. En este sentido, el habitar tiene una profunda dimensión simbólica. Habito, como recorrer un lugar, y hábito como consecuencia de generar una rutina. Este encuentro conceptual no es gratuito pues solo aquellos sitios que son frecuentados con periodicidad se les asigna sentido de pertenencia y entretejen emociones específicas. Somos seres espaciales y espaciantes, con la construcción del sujeto hay una afirmación frente al lugar en el que se establece. Por tanto, los modos socioespaciales de comportarse son actitudes políticas.

En este orden de ideas, el Parque Nacional de Bogotá está ubicado sobre la carrera séptima, cercano al centro histórico de Bogotá, en un barrio central, visible y costoso de la ciudad. Aquí se organizan un compendio de poderes estatales, civiles y políticos. Es un espacio instaurado para denotar la identidad de la nación, allí se encuentran un número considerable de monumentos, estatuas y grandes maquetas de algunas partes del territorio colombiano. Es un sitio hecho para ser recorrido y acogido como dispositivo identitario. Está vinculado por las estructuras de poder y las relaciones sociales. Con la llegada de la comunidad indígena hay una migración que reinventa el espacio, esto no es un fenómeno nuevo, este pueblo se ha venido desplazando a Bogotá desde el 2010 (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2015) en búsqueda de garantías y reparación como víctimas del conflicto armado por el desplazamiento forzado. Pero, ¿Qué significados y qué identidades se construyeron en los meses de la toma?

El desplazamiento en su mayoría trae discriminación en contra de los forasteros, por lo que han sido señalados por civiles y medios locales como El Tiempo con el titular: “Así quedó el parque Nacional tras salida de indígenas emberas” (2022) en este se lee:

{…} Desde anoche funcionarios del Distrito empezaron a trabajar en la recuperación del espacio. {…} El panorama en la noche era atípico, teniendo en cuenta los casi 8 meses de ocupación. Muchos de los cambuches ya habían sido desmontados y en medio del vacío, fue posible observar la magnitud del daño. (El Tiempo, 13 mayo 2022)

¿Qué implica que se use la palabra recuperar, aunque se designe como espacio público? ¿Acaso el problema de fondo era un suelo sin césped, la basura tras el traslado de la comunidad o un pueblo indígena que denunciaba al Estado por estar en condiciones de fragilidad extrema? Se manipula la imagen para revictimizar y culpar a la comunidad de su propia situación de marginalidad social. Con lo que se evidencia que el espacio público no es democrático, revela relaciones de poder entre quien puede habitar el territorio y de qué forma. Los lugares son controlados como un dispositivo de poder, dicho en otras palabras, se tiene el propósito de convertir a la ciudad en un objeto de arte disciplinado, bello, sin demandas sociales.

El paisaje es lógico y racional, se mira desde el Estado que encubre la ideología en la materia. El poder define la realidad, y lo racional es la estrategia mediante la cual se define el poder, la exaltación del crimen, la miseria y los comentarios sobre el miedo generan cambios en la ciudad y en los modos en los que se ve al otro y el espacio. ¿Cuál era el afán de la Alcaldía Mayor de Bogotá para sacar a los indígenas del Parque Nacional? El ocultamiento de la pobreza, el hambre y el conflicto. Frecuentemente somos heridos por imágenes, estas incluso se mimetizan con el lugar y se terminan naturalizando, no obstante, depende qué tipo de espacio ¿era prudente dejarlos en un parque altamente visible, reconocido y turístico para las familias de fines de semana? El Estado toma la decisión de trasladar a la comunidad a la localidad de Los Mártires, conocido por ser de los barrios de alta “tolerancia” en Bogotá, tolerar entendido como aguantar: la habitabilidad en calle, las actividades sexuales pagas, la concentración de migración venezolana, estás condiciones de vulnerabilidad se han concentrado en la localidad históricamente, lejos de representar una prioridad para el Estado, en materia de derechos humanos, representa un gueto donde mueven a los nadies de Bogotá, donde se pueden mover sin afear el espacio público. Un espacio en el que se han naturalizado este tipo de situaciones de violencia, segregación y discriminación. También han sido reubicados en la Florida, un parque a la periferia de Bogotá. Con lo que se demuestra un ejemplo de segregación: los “escondieron” para que la miseria no sea tan evidente a algunos ojos privilegiados e indolentes. Los embera, hoy en día, continúan en condiciones denigrantes, lejos de respuestas de fondo y señalados por la opinión pública desinformada e insensible frente a la realidad del otro.

Lo anterior profundiza el dominio de la estética del espacio sobre la dignidad del otro y genera un orden en el cómo se ve a ese otro: “La cooptación y la resistencia son, por tanto, las máximas éticas de la esfera pública y de la estética que genera” (Mitchell, 2009, p. 324). Las políticas de la zonificación hablan de la exclusión de ciertos tipos de cuerpos y formas de vivir en unos sitios, se crean fronteras invisibles donde se designa quién puede frecuentar el lugar. ¿Cuerpos acordes al espacio que habitan? Un discurso profundamente violento que segrega y niega. El espacio público es excluyente, hace visibles discursos de poder, organización e incluso higienización. Pese a esto también conserva memoria de la huella que dejaron los embera en el suelo y el Parque Nacional. ¿Qué ocurre con el traslado? ¿Qué sucede cuándo se habla de recuperar el espacio? Recuperar para borrar la huella, tapar la herida de la miseria, el hambre y la violencia, “arreglar”, “pintar” o “limpiar” ¿para quitar la incomodidad que implica el dolor del otro? ¿olvidar? ¿borrar de la memoria, ocultar el daño y fingir que no pasó?

Los espacios son un producto cargado de valor moral y poderes intrínsecos en la materia, estos son asumidos por el nicho social, sin dejar de lado las tensiones existentes que puede despertar. La población ejerce un escenario de lectura y relación con cada sitio que habita por eso es tomado: digerido y condensado, se dan forma y constituyen su cuerpo mutuamente. Los sujetos, al igual que los lugares, son actores y agentes políticos e históricos que construyen memoria, que es colectiva, o por el contrario fomentan el olvido, vale la pena entonces preguntarse ¿qué dice el olvido de la sociedad en la que estamos? El espacio público como imagen dinámica condensa cicatrices indelebles que provoca narrativas y contra narrativas (Mitchell, 2009) que se disputan la legitimidad del mismo. Los emberas, aunque cumplen con todas las vulneraciones descritas en la Unidad de Victimas, fueron revictimizados, excluidos, señalados y olvidados. ¿Qué poca empatía debe tener una sociedad que se preocupa con embellecer un paisaje, más allá de garantizar condiciones dignas para sus habitantes?

Por Sören Molano-Cajamarca

REFRENCIAS

Alcaldía Mayor de Bogotá (2015) Desplazamiento embera en Bogotá. Recuperado de: https://www.gobiernobogota.gov.co/sites/gobiernobogota.gov.co/files/documentos/cartilla_de_lineamientos_embera1.pdf

El Tiempo (13 mayo del 2022) Así quedó el parque Nacional tras salida de indígenas emberas. Recuperado de: https://www.eltiempo.com/bogota/indigenas-emberas-abandonaron-el-parque-nacional-672000

J.W.Thomas Mitchell (2009) “La violencia del arte público. Haz lo que debas”, en Teoría de la imagen. Akal / Estudios visuales: Madrid.

Yory, Carlos Mario (2017) Lugar y Territorio.  “El concepto de topofilia entendido como teoría del lugar”.  Universidad Piloto de Colombia: Bogotá.

FOTOGRAFÍAS INTERVENIDAS

070 (2022) La resistencia de los Embera en el Parque Nacional.  Recuperado de: https://cerosetenta.uniandes.edu.co/la-resistencia-de-los-embera-en-el-parque-nacional/