Nuestra vida está documentada, hecha para ser vista desde un ojo ajeno, uno que tiene vida como tú o como yo, que lee y escribe, captura y publica a voluntad. Recibiendo tanto el gozo como la tragedia de nuestras imágenes, también la banalidad de las mismas, pues claro, a veces es necesario entregar un poco de holgura, también la sutil gracia de un trabajo bien cuidado, un recuerdo familiar tal vez; nuestra vida es una vitrina y eso no tiene nada de malo, es parte del todo, de la vida misma.

Somos hijos de una corriente digital, un movimiento efímero e inmediato, hijos del momento mismo y vividores de la instantaneidad, tenemos el poder absoluto de congelar situaciones y capturar una fracción del mundo estático cuando deseemos, sin embargo, esta fracción es una fracción tan pequeña y puntual que es insignificante en un contexto global, como nosotros mismos y eso lo hace tan especial. La tecnología ha invadido cada apartado de la vida, envolviendo nuestros corazones y acallando las ideas que alguna vez tuvimos del amor. Tú, lector, te preguntarás cual es el fin de éstas lineas que parecieren no llegar a puerto alguno, y bueno, esto es un texto acerca del disparo más bello, tan violento como calmo, tan profundo como banal, el disparo fotográfico. Todos hemos portado una cámara en nuestras manos, es posible que en este mismo momento estemos portando una, o más de una, quién sabe, las posibilidades de la edad contemporánea parecen ser infinitas.

“… En la medida en que la imagen fotográfica se supone como visión casi perceptiva, tenemos tendencia a suponer que tiene un poder informacional tan grande como el de la percepción. De hecho, es inconmesurablemente más pobre. Por una parte, es inmóvil: está condenada por tanto a manifestar coyunturas espacio-temporales instantáneas que dejan ampliamente indeterminada su interpretación en términos de situaciones complejas. Por otra es pura y simplemente una imagen no ligada a stimuli otros que los visuales. Por fin, diferencia fundamental: no tiene memoria, y para tratarla el receptor debe integrarla en su propio universo interpretativo ya que sólo en ese universo puede ser transformada en testimonio de una situación compleja.”

(La imagen precaria, Jean Marie Schaeffer, 1987)

Nuestra fotografía (la de nuestra época) es la interpretación clave del momento exacto y el punto más cercano a la verdadera percepción que el mundo fotográfico ha conocido, en diferencia a lo que Jean Marie Schaeffer señala de ella, es para nosotros una interpretación de la vida, puesta al alcance del espectador con un pie de foto, a veces abstracto, a veces descriptivo, siendo más que un fragmento ordinario, pues, en conjunto, son un mensaje elaborado. Actualmente las redes sociales, e impulsadas por el fervor que conlleva la globalización, han sabido absorber la capacidad de editar y seleccionar, ésto ha hecho de la fotografía un medio con un poder inmenso, clave de los grandes cambios y revoluciones del siglo XXI. Siendo ésta muy poderosa, gracias a su nitidez y belleza accesibles a cualquier aparato actual, más que el video, que si bien, posee dimensiones más complejas, requiere un conocimiento técnico mucho mayor para sacar a flote sus reales virtudes. Jean Marie Schaeffer conoció una fotografía en un esplendor tecnológico maravilloso, tan accesible como ahora, pero dependiente de ciertos factores externos y limitaciones de los medios que la hacían posible, por lo tanto hacían de ella una caja sorpresa, oculta a los ojos del mundo hasta que el revelado hiciera parte de su magia, lo que conllevaba el tiempo de una espera a ciegas, a veces condicionada por un actor externo quien debía revelar y seleccionar las fotografías que eran o no impresas, todo ello en un proceso costoso, contaminante y complejo; Acompañada a su vez de una característica personal en el producto final, éste, por el común de las personas, era almacenado en álbumes que a su vez eran almacenados nuevamente, sacados a la luz en situaciones puntuales y haciendo que la mayoría de las imágenes no lograran salir de ese enclaustramiento. El poder de la fotografía actual, su poder testimonial, eran imposibles de obtener durante el siglo XX, puesto que la capacidad de una captura indiscriminada ha hecho de la fotografía un lienzo en blanco tan extenso como poderoso. Las imágenes de nuestra revolución de octubre son la prueba de que aquella “diferencia fundamental”, en relación a la falta de memoria de la misma, ha sido suprimida por el acceso a un evento común por cientos e incluso miles de testimonios fotográficos que, a través de una red enorme de información, crean una memoria sólida y real, exacta y compleja en el contexto universal.

 El fotógrafo se encarga de descubrir las virtualidades escondidas en el programa; maneja la cámara, la voltea, la examina y mira a través de ella. Si el fotógrafo examina el mundo a través de la cámara, lo hace no porque esté interesado en el mundo, sino porque está en busca de las virtualidades todavía no descubiertas en el programa de la cámara que le permitan producir nueva información.

(Vilem Flusser, Hacia una filosofía de la fotografía. “Los aparatos”)

La potencia y gracia de nuestra fotografía, que como se ha señalado antes, es muy distinta a la del siglo XX o incluso de inicios de éste milenio, radica en su nivel descontrolado de generación de contenido, antes imposible de igualar y que se ha transformado en una cuestión casi ilimitada e incuantificable. Las posibilidades son tan infinitas que en nuestras cabezas es difícil de discernir cuánta información podemos llevar entre las manos, o qué tan lejos puede llegar una fotografía puesta en la red; en ella las distancias mas extensas son mínimas y los espectadores tan diversos como numerosos. Grandes movimientos son validados con repositorios de imágenes, un banco de puntos de vista diversos, pies de páginas tan útiles como aclaratorios, e ideas o ideologías que cobran vida gracias a la maraña de pixeles que nuestro aparato es capaz de albergar. Por ejemplo en el año 2013, 58 fotografías por segundo eran subidas a instagram, en el 2019 y durante el mismo lapsus de tiempo, eran subidas 4629 historias y 919 fotografías, casi sin intermediarios ni mediaciones de terceros, salvo ciertas excepciones, claro está, siendo estos números la prueba del exponencial alcance de una plataforma en constante crecimiento, y dejando en evidencia la acelerada masificación y accesibilidad a los dispositivos capaces de generar contenido fotográfico, habiendo tantas plataformas de subida, como gustos fotográficos disponibles. Nuestra cámara se ha transformado en un arma de fuego, llevándonos al extremo de que cualquier persona con un dispositivo o aparato entre las manos, puede ser un nuevo Robert Capa o un nuevo Robert Mapplethorpe, o quizás, en el mejor de los casos, un nuevo y original gran referente de la fotografía. Tu aparato es una herramienta para descubrir los infinitos recovecos y visiones del mundo, tu aparato es en sí mismo el arma más poderosa y el único disparo que ha logrado cambiar el mundo. Somos ojos y somos cámaras, vemos distinto y examinamos distinto, tanto nuestra zona de confort como nuestro acceso a lo desconocido, nos movemos de una forma peculiar cuando portamos la intención de fotografiar, hemos aprendido a ver como la cámara ve, como la foto lo hace, tomamos el ángulo que pareciere ser más correcto, abrazamos la creatividad solo cuando tenemos entre las manos una intensión, luego, al soltarla, volveremos a ser individuos, seres comunes y corrientes, seres despojados del aparato y por lo tanto de la intención de fotografiar.

Guía de cómo tomar una buena foto.

La idea es colocarse frente a la cámara, mirar a través de ella, como ésta lo hace, para luego hacernos uno con la imagen, con la lente y con el disparador; presionar en el momento correcto, no antes, no después. Tener el poder de volvernos inmóviles hasta que el “click” haya dejado de oírse. Miramos y seguimos mirando, habrá un momento donde nunca parecerá ser suficiente, prepararemos el terreno y después, utilizando nuestro ojo, habrá que decidir el mejor ángulo, el que más convenza, hasta que ya estemos hartos de escuchar aquel “click”. ¿Consejos útiles?, ¿no?, no, realmente no. Bueno, estas letras no tienen la intención de hacer buenos fotógrafos, (te he engañado) sino de despertar la curiosidad del sujeto que es capaz de ver y sentir su propio contexto. La única gran escuela de la fotografía es ver y fotografiar una y otra vez, cuantas veces sea necesario, hasta llenar el alma con imágenes, con recuerdos y evidencias de aquello que está aquí, con nosotros, en nuestro entorno, aprender a ver lo que otros han visto con sus aparatos, ser un sujeto con huellas y miradas profundas, uno que rompe con la visualidad ya impuesta y se presenta tal como es, o como quiere ser mostrado. Son tus huellas de las que hablamos y éstas pueden ser la viva esencia de las más profundas ideas, una hoja de pixeles lista para ser expuesta a la luz y ante tus futuros espectadores, eres rey de tu propia creatividad. Creador y artista de la comedia más épica que pueda ser contada.

 

Como pelear con las fotos del futuro. 

Orígenes confusos.

Somos luz, tiempo, sensibilidad y captura, una amalgama de partes guiadas por nuestro ojo. Siempre hemos visto imágenes, es inevitable y de esas imágenes todos hemos aprendido, de forma consciente o inconsciente, quizás aprendimos de la imagen misma, de su pose, o tal vez de su composición, o quizás solo de la forma en la que se coloca el fotógrafo ante la captura. Hemos aprendido desde la primera vez que vimos, desde que tenemos uso de razón. Estas letras no solo quieren criticar la forma en la que nos retroalimentamos, sino que, expresar ciertas reflexiones acerca del proceso de creación, y la labor del fotógrafo independiente en el mundo de la fotografía, en un mundo lleno de referencias y posibilidades, y también de cómo la creación de otros puede ser parte de nuestra obra.

Las referencias directas e indirectas en la creación artística son una parte importante de ésta, en especial a la hora de plasmar ideas sobre el papel, pues, qué sería de nuestra creación si no pudiésemos parafrasear a los grandes referentes de nuestro imaginario. Nada nace de la nada, lo sabemos y bueno, somos sujetos o personas capaces de retroalimentar nuestras ideas y modificarlas según nuestro criterio y conocimiento, debemos saber jugar con todo aquello que se nos entregue.

 

Trabajamos con el arte.

“Lo que la fotografía reproduce al infinito únicamente ha tenido lugar una sola vez”

Roland Barthes – La cámara lúcida.

Lo importante de la labor del sujeto frente a la cámara es creer en su labor, ser un artista no solo por el hecho de tener el dispositivo entre las manos, sino por tener la capacidad de crear con el, de juzgar y armar realidades estáticas en el lienzo, de ser algo más que lo obvio, es también adentrarse en el mundillo de la fotografía con los recursos que se poseen a mano, es una oportunidad de ser más de lo que se espera, de armar algo que solo vive en nuestra mente, para jugar con ella, con el ojo y también con el instinto o apetito artístico, entregando la vida en cada foto, en sentido figurado, claro está.

Si la limitación de la cualidad estática de la fotografía puede, en cierto sentido, entorpecer nuestro universo creativo, puesto que nuestras imágenes no tienen la capacidad de mostrar un contexto mayor al que es presentado en el encuadre, es también una opción hermosa, pues, y utilizando la cita de Barthes, es un espacio irrepetible  que se imprime de aquí a la eternidad, la foto solo se hace una vez y el instante que vio nacer a las imágenes jamás podrá volver a ser repetido, nos guste o no.

Luz es energía, con la cámara juegas con ella, plasmando instantes e ideas que se transforman en algo, (un bonito no se qué), que juega con la plasticidad de la foto o la brutalidad del momento. La foto es una energía plasmada de forma química o electrónica sobre un dispositivo, un instante único que estará siempre congelado y visible, como dice Barthes, es reproducido al infinito aquello que ha tenido lugar una sola vez.

Pequeños infinitos.

“Incluso en la reproducción mejor acabada falta algo: el aquí y ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra.”

Walter Benjamin – La Obra de Arte en la Época de la Reproductibilidad Técnica

Nuestra foto, la de nuestra época, no es única e irrepetible (bueno sí, pero no), no puede serlo, pues en el mundillo digital ¿dónde podría estar el original? siendo esto una de sus mejores virtudes, conste. Transmitir la magia del momento es difícil, inclusive cuando se habla de la fotografía, las fotos familiares quizás sean una excepción a la norma, porque se guardan en álbumes, que van ganando con el tiempo, como el vino, un sabor peculiar, sin embargo, en todas sus formas y colores, una fotografía individual es una simple escena con un contexto propio, ya sea implícito en la misma o en el pie de foto, pero no dispone de mayores dimensiones por si sola, por ende, debe crear nueva magia, ya sea en el disparo mismo o con muchos otros disparos que componen una gran serie de imágenes.

Cyborg.

Un mundo nuevo a partir de la creación del artista. La tecnología ha hecho de nosotros unos autómatas sin aura, creadores de contenido tan único como repetible, sin un original y con los métodos de creación más cómodos que la historia ha conocido, el cariño por la foto eterna ya casi se ha extinto. Usamos nuestra cámara en automático y eso, en cierto sentido nos convierte en unos cyborgs, con pequeñas máquinas en los ojos, el mismo modo automático nos hace desprendernos de la cámara, soltarnos, al punto de que solo necesitamos procesar la situación, encuadrar y componer (la parte más humana y hermosa), podemos solo mirar y capturar. El lente se ha transformado en una extensión de nuestro cuerpo, y nosotros, los autores, somos quienes manejan la cámara, porque es ella la que trabaja para nosotros.

¿Realmente somos más que la cámara del futuro?.

Sí, somos realmente mucho más. Una inteligencia artificial podría ser lo suficientemente poderosa como para hacer la parte humana de la fotografía (supongamos). ¿En qué sentido nosotros, como humanos, podríamos ser un factor diferenciador a las capacidades que una inteligencia artificial podría poseer? No somos máquinas, claro está, pero las máquinas tampoco son seres como nosotros podemos ser, tenemos fallas y errores, y también podemos jugar en el espacio que deseemos, en el lugar que más nos convenga, con una voz y decisiones no predeterminadas ni algorítmicas. Podemos fallar y eso es pulento.

“La cámara se alista para tomar fotografías, procura sorprenderlas, las acecha.”

Vilem Flusser – Hacia una filosofía de la fotografía.

 

La cámara no hace al fotógrafo, claro que no. La relación del sujeto con el artefacto es fundamental pero siempre es el sujeto quien debe manejar el artefacto y no al revés. Sostener la cámara no es más que un medio para realizar un movimiento mayor, un medio necesario para un fin contundente (obtener fotografías), el fin contundente es también un fin interpretable, puesto que para cualquier persona representa una idea diferente, ya sea un simple recuerdo, o una idea de obra. Vilem Flusser se refiere a la cámara como un artefacto que asecha las fotografías, y es bastante acertado, el sujeto frente a la cámara forma una unidad al momento de enfrentar el mundo desde la perspectiva fotográfica, ambos son un equipo esencial e imprescindible, la cámara es en sí misma la mira, el fusil y la bala, el sujeto es quien debe acertar el tiro, y bueno, sin duda esta es la parte más importante del asunto, el resultado. Reemplazar el factor humano de la fotografía solo podría tener validez en el ámbito de la fotografía en la gran industria, donde los parámetros son bastante específicos, fotografía de productos por ejemplo, pero al momento de crear con la cámara, es bastante complejo imaginar a una máquina con el discernimiento para juzgar una idea humana desde un factor sensible.

El fotógrafo, como creador, debe tener siempre un espacio donde pueda crear y convivir con el motivo fotografiado, ser un humano en el entorno, sabiendo desenvolverse en el mundo cuando las condiciones lumínicas son o no óptimas, cuando los fondos no acompañan la idea de obtener una imagen, cuando no hay un modelo, o cuando no hay una situación realmente fotografiable, el sujeto frente a la cámara debe ser capaz de demostrar humanidad y liberar lo que es, de lo que está hecho, plasmando fotografías cuando el ser común no puede hacerlo. El fotógrafo dentro de sus virtudes debe saber acechar las fotografías, tal como lo hace la cámara, sabiendo utilizar su perspectiva, armando  un cuadro de posibles “victimas” independiente de las condiciones del entorno, un fotógrafo depende de sí mismo y de su equipo, lo demás siempre puede ser abordable.

Ser creador de arte

Exploración, búsqueda, la tarea de crear es compleja, pero todos, con cierto adiestramiento, podemos ser artistas con la cámara, (básicamente con el ojo). La búsqueda de la creación artística debe comenzar, con un motivo a crear, una idea, aunque suene obvio, siempre se debe tener en consideración. Salir a la vida con la cámara es una opción siempre que sea planeada antes, es solo pensar en un objeto, una serie de objetos o simplemente un personaje o lugar, que podemos ser nosotros mismos en nuestra zona de confort, las situaciones pueden ser interesantes, la piel es uno de los recursos más fundamentales, la vida real o la ficción, eres amo y señor de tus decisiones. La vida es lo suficientemente amplia como para que cada recurso posible dentro de lo que nuestros ojos abarquen sea un motivo fotografiable.

Fuentes.

La imagen precaria, Jean Marie Schaeffer, 1987

Vilem Flusser, Hacia una filosofía de la fotografía.

Roland Barthes – La cámara lúcida.

Walter Benjamin – La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica.

https://www.trecebits.com/2013/09/03/cada-segundo-se-suben-58-fotos-a-instagram-infografia/

https://www.lavoz.com.ar/tecnologia/cuantas-busquedas-de-google-o-posteos-de-instagram-se-hacen-por-minuto/

Por Sixto Acevedo Valdivia