Entramos al cine al atardecer y salimos de noche. Cruzamos la esquina de Ortiz de Ocampo y encontramos dos perros caniche toy atados al poste de luz, sentados de forma muy simétrica. No les saco una foto, pero pienso que podría ser un plano de la película que acabamos de ver, una imagen asociada a una palabra o un verso de algún poema de Safo. 

Reconozco que la película me excitó el cerebro desde antes de entrar a la sala, desde que tuve la suerte de escuchar al director Matías Piñeiro compartir generosamente un poco de eso en lo que andaba, como invitado en el Programa de Cine UTDT, cuando la película estaba en estado de exploración. Ya en el cine, es como una caricia del mar –e hipnótica como el mar–, de intensidad variable. El tacto y las olas que rompen en pantalla pueden ser así. De intensidad variable. Preciso bajar algo en este no-papel intocable y a modo de apuntes. 

 

1) Los textos son territorios. Si para el lenguaje canónico del cine, ese que una lee en la facultad en el libro de Aumont y compañía (una no suele recordar los nombres de la compañía), una escena es una unidad de tiempo, espacio y acción, ¿qué escenas son estas? Acá la unidad la dictan sobre todo los poemas, los libros-territorios que unx puede recorrer, con la mirada, la cámara, los dedos y las fibras que sirven para subrayar, marcar, dibujar (me recuerda a algunas obras en video de Leticia Obeid que insisten sobre ese tipo de gestos). Si los procesos de trabajo de Piñeiro suelen ser bastante táctiles, “analógicos”, en esta película –que es película táctil, material fílmico propiamente dicho– proceso y resultado se tocan –valga la redundancia– casi simbióticamente. Al menos esa sensación deja. Entonces, saltamos de tiempos, de espacios y personajes según la danza que proponen los textos. (Pequeña interrupción y retroceso: antes, en la merienda, hablamos con las chicas de la diferencia entre leer en kindle o en papel, de que hay algo cognitivamente distinto, porque el libro a comparación del kindle y de cualquier pantalla tiene ese carácter de espacio caminable, transitable, tocable. Las páginas se acumulan de un lado y del otro del señalador. Leí sobre esto por primera vez en el newsletter de Valentín Muro que se llamaba, si la memoria no me falla, “cómo funciona leer”).

 

2) De táctil a sonoro y viceversa. (¿cómo era lo que decía Toop al respecto del vínculo entre lo sonoro y lo táctil? Sospecho que McLuhan también decía algo interesante al respecto). Texto tocado y texto dicho. Hay una sensación de viajar a los orígenes de la poesía: el nudo entre lo oral y lo escrito, y también la mnemotecnia y la musicalidad unidas en el corazón de la poesía, la relación entre poesía y memoria. La poesía como forma de almacenar historias, transmisión oral-escrita-musical mediante. Los ejercicios que hace la película con nosotrxs espectadores son, para mí al menos, una experiencia inédita. Nos enseña a aprendernos un poema –los fragmentos de un poema– asociando una palabra o un verso a una imagen a fuerza de repetición (y de su aliada la variación). Oímos los primeros “tú – me – abrasas” y el plano cambia con cada palabra, la secuencia se repite (¿cuántas veces?). Más allá de la voz, no hay sonidos “diegéticos”: vemos una mano que intenta abrir una puerta con llave, una mano que toca timbre, y una canilla abierta, pero ni la llave ni el timbre ni el agua corriendo suenan. Sin embargo nuestro cerebro ya está programado para oír internamente esos sonidos y en algún lugar lo está haciendo. Pero recién cuando vuelve esa secuencia de imágenes, ahora sin la voz, pero sí con los sonidos diegéticos, caigo en la cuenta de que esos sonidos siempre estuvieron ahí, en mi memoria. Y ahora la voz no está presente pero quedó en mi memoria. La memoria sonora se ensanchó.

 

3) Digo que es una experiencia inédita: solemos hablar de distanciamiento cuando una película nos provoca un momento de auto-conciencia de la situación cinematográfica en la que estamos inmersxs y muchas veces suscita una reflexión sobre la producción de imágenes y sonidos, pero esto no me había pasado, un experimento cognitivo, tan simple, compartido junto a otras personas en la sala, y al mismo tiempo, quizás eso es lo que siempre ocurre en alguna medida en una sala de cine (me hace pensar además en el famoso experimento Kuleshov y me hago una nota al pie de rastrear más al respecto, porque a esta altura es un lugar común casi meme).

 

4) También tuve la sensación de estar leyendo uno de esos libros de cuentos infantiles donde algunas palabras se reemplazan por dibujos. Esos libros me encantaban, eran de mis favoritos. Me refiero al uso que hay en la película de las imágenes en relación a la voz, por momentos literal: alguien dice espuma de mar y vemos la espuma del mar. Viajo entonces hacia el momento en que Saussure propone que un signo lingüístico es significado+significante, y eso se cristaliza en el dibujo arquetípico donde arriba está el dibujo árbol y abajo la palabra árbol (¿o era al revés? No quiero googlear, quiero seguir guiándome por la fuerza de la memoria aunque me lleve a tierra poco firme). 

Por supuesto hay un uso serpenteante de esa literalidad. La asociación imagen-palabra nunca se vuelve del todo previsible, no se cierra el sistema, el juego permanece abierto y en sus variaciones confirma y retroalimenta la forma en la que funciona la relación entre signo y referente. ¡Ah! Esto: no me acuerdo si lo arbitrario era la relación entre significado y significante, o entre el signo y su referente “real”. Sé que esto era clave –quizás, incluso, punto de debate en la historia de la lingüística– pero me lo voy a saltear por ahora, voy a apostar a que ese mar que vemos y oímos es todos los mares –aunque por momentos pienso ¡qué argentino es el Mar Argentino!–. A fuerza de repetición y variación es que también se construyen nuestras relaciones con los signos, es decir, nuestra experiencia de hablantes-oyentes, nuestra (relación con la) lengua.

 

5) Se dice que Safo se suicida. Que de su obra sobreviven fragmentos, retazos que se descubren cada tanto, como la piedra que el mar de a ratos tapa y destapa. Que en 2014 se descubrieron nuevos poemas (¿o fragmentos de?). Me quedan entre otras cosas los rumores de Pavese y de Safo y dan ganas de seguir investigando. Me acuerdo de “deseo y después busco” –algo así era–, uno de los versos que tal vez más veces aparece filmado. Dan ganas de aferrarse a esa sentencia, ese motor de vida. 

 

6) Los ejercicios de mnemotecnia no son tan arbitrarios: no tendrían el mismo sentido si la materia manipulada fuera otra. Son intentos de transmisión de una obra que desde el vamos atravesó el tiempo en forma escurridiza, y parece que el cine puede, como lo hacía (¿lo hace?) la poesía, y hasta valiéndose de algunos de sus gestos, hacer que viva en nuestra memoria, que se vaya sedimentando, como alguna vez la lengua sedimentó en nosotras. 

 

Por Laura Preger