El profesor universitario y director colombiano Ramiro Arbeláez (Cali, 1952) fue miembro fundador del Cine Club de Cali y de la revista Ojo al Cine (1974-1977), junto a Andrés Caicedo, Carlos Mayolo y Luis Ospina. Como actor, participó en el falso documental Agarrando pueblo (1977) de Mayolo y Ospina, que transformó el concepto de pornomiseria. Con Jaime Atencio filmó el documental Las adoraciones del niño Dios en el norte del Cauca (1993) y junto a Oscar Campo codirigió Garras de oro: herida abierta en un continente (2014). En 2024 se cumplen cincuenta años de la aparición de Ojo al Cine, un proyecto editorial mítico en la historia de las revistas culturales latinoamericanas.
¿Qué balance hace en retrospectiva de la revista Ojo al Cine a medio siglo de su aparición?
Desde el punto de vista histórico, creo que la revista hizo su aporte. En un momento que no existía una crítica seria, sistemática, ni siquiera en la prensa, esa revista llenó un vacío. Tampoco existían revistas en Colombia. Habían existido en los años 60, incluso en los 50, la revista Mito publicaba crítica de cine, en Bogotá. Eran intelectuales, era muy literaria, filosófica, pero también publicaban crítica de arte, a veces crítica de cine. Hubo otras también. Menos Mito, todas tenían una vida muy corta, como también la tuvimos nosotros. En ese momento creo que fue importante porque dio la oportunidad de que interesados en varias ciudades del país, sobre todo Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cartagena y Cali, reflexionaran sobre el cine colombiano. Porque nuestros primeros números hicieron énfasis en el cine colombiano, que en ese momento estaba en un auge de reflexión. La revista salió después de que pudimos conocer gran parte de la filmografía colombiana, que relativamente, si la comparamos con la filmografía de Argentina, México o Brasil, es exigua, hay muy pocas películas. Creo que cumplimos un papel importante porque llenamos un vacío y de alguna manera agitamos el debate. Puede ser que nuestros artículos no hayan sido muy completos, porque éramos muy jóvenes. El único que tenía ejercicio en la pluma era Andrés Caicedo. Nos llevaba años luz de formación en la escritura literaria y crítica. Y de formación en historia del cine. Era muy obsesivo con las cosas a las que se dedicaba. Con la revista nos iniciamos en la reflexión escrita sobre el cine y nos sirvió mucho. Carlos Mayolo y Luis Ospina ya habían empezado a hacer cine, pero al reflexionar por escrito, poco a poco fueron entendiendo que lo podían hacer también por medio del cine. Agarrando pueblo es un poco eso, referirse al cine y tener una opinión sobre lo que estaban haciendo en documentales, con acidez y humor.
Respecto a la recepción de la revista, ¿cómo era la distribución?
No recuerdo cuántos ejemplares publicábamos, pero no deben haber sido más de 200. La Librería Nacional en ese momento nos recibió un cierto número de revistas que llegaban a las sedes de Bogotá, Medellín y Cartagena. Por ese medio la distribuimos. Y en Cali, aparte de usar el Cine Club, íbamos a los kioscos y negociábamos con ellos un porcentaje, porque si esperábamos que lo hiciera la Librería Nacional, era demasiado lo que perdíamos. Esa revista siempre que la publicamos se agotó. El único número que no se agotó fue el 3-4, porque se publicó doble.
¿Qué etapas se reconocen en la historia del cine colombiano?
La historia del cine colombiano sucede más que nada en el centro del país, en Bogotá, por lo menos hasta los años 60 es escasa la producción. Incluso hay algunas producciones vanguardistas. Pero son más bien momentos en regiones. En los 40 hay cierto folclorismo reinando, con música colombiana y una mirada al campo. Cuando llegó el sonido hubo una pulsión inmediata de ponerle música propia. En los 50 hay influencias de cineastas mexicanos que venían a hacer cine a Colombia. En los 60 aparece un cine militante en 16 milímetros, contestatario, son cortometrajes documentales. No hay ficción en general, es un cine para promover en sindicatos, con intención política. Ahí está Carlos Álvarez como pionero, se puede meter incluso a Marta Rodríguez, que todavía sigue, con Jorge Silva, su pareja que ya murió. Ellos hicieron una película, Chircales, que fue muy famosa. También hay un cine que empieza a ser más realista en los años 60, con una película que hablaba del río Magdalena como una tumba y se llamó El río de las tumbas. En los años 60 y 70 aparece un cine pensando más en lo que estaba pasando en Colombia. Al principio, en los años 20, donde Cali también fue pionera, se copiaba mucho el cine europeo, sobre todo los dramones, las grandes pasiones. Muy pegado a la literatura, esa era una de las características de los años 20. Algunas eran adaptaciones de nuestra literatura. Luego, el cine en los 30 casi que no existe. El cine más interesante comienza a partir de los 80 en Colombia, con la televisión regional. Primero en Medellín, luego en la costa con Telecaribe, luego acá con Telepacífico. Hay mucha producción audiovisual que se hizo para la televisión que deberíamos incluirla. Hay muchos documentales también que se hicieron en estos canales. Para nosotros fue muy importante Telepacífico porque nos ayudó a descubrirnos a nosotros mismos como cultura. No nos reconocíamos en la televisión centralista, entonces precisamente Telepacífico nos sirvió para reencontrarnos y aprender que nosotros teníamos otro espejo. Casi que nos desconocíamos porque estábamos acostumbrados a la imagen centralista que había.
En ese sentido, ¿cómo fue la relación entre el cine y la televisión?
Muchos cineastas que empezaron a hacer cine en los años 80, como Luis Ospina o Carlos Mayolo, no tuvieron éxito de taquilla. Como el cine económicamente fracasó, no pudieron seguir haciendo largometrajes. Mayolo se fue a Bogotá a hacer televisión. Eso le sirvió al país y a la televisión central, porque vino gente que hacía cine, que tenía otra visión. El mismo Estado tuvo la idea, con María Emma Mejía cuando estaba en FOCINE, de hacer cine para televisión. Eran mediometrajes de 40 minutos hechos por cineastas. El Estado después cerró FOCINE, como cerraron muchos institutos de América Latina dedicados al cine.
¿Cómo observa la situación actual respecto al derecho de autor audiovisual a partir de la ley Pepe Sánchez?
Todo lo que implique una guarda de los derechos de los autores es bienvenido. Ahora, no hay que desconocer que nosotros hemos vivido toda la vida de la piratería. Yo no tendría la información que tengo si no existiera la piratería. Incluso para dar clase, yendo a sitios donde vendían películas piratas, porque no había llegado el original o era muy caro. Esa forma de adquisición yo no la combato, me parece que se debe dejar a la gente que pueda seguir haciendo eso. También es cierto que hay gente que ha invertido mucho patrimonio. Los cineastas que hicieron sus primeras películas invirtieron toda su plata en eso, sacaron préstamos y todo, perdieron propiedades. Hay muchos casos en donde si no permitimos que se le paguen derechos a la gente que ha invertido su patrimonio sería muy injusto. Y no solamente a los directores sino también a quienes trabajan en la producción. Es una manera doble de verlo. Por un lado lo aplaudo, porque hay que salvaguardar los derechos de autor. Pero por otro lado, en lo que tiene que ver con el consumo, diría que tiene que ser más libre, no en el uso que se hace de una obra preexistente para otro medio, sino para el consumidor final. Yo no puedo caerle a alguien porque compró una película pirata. Incluso conozco casos de cineastas que para distribuir su película han usado la piratería. Hay un cineasta caleño que hizo eso, era una forma de tener otra entrada económica que lo ayudara por todo lo que había invertido. En relación a lo estatal, hay un sitio que se llama Retina Latina, es un repositorio de películas y series latinoamericanas. El acceso es gratuito, pero habría que promocionarlo más porque no lo conoce mucha gente.
Por Julián Berenguel
En la fotografía de portada están Ramiro Arbeláez, Andrés Caicedo y Luis Ospina.
Fotografía en el cuerpo de texto: Geraldine A. Ruiz, en el departamento de Arbeláez en Cali.