En el microcentro de la Ciudad de Buenos Aires, a dos cuadras de la Plaza de Mayo, Alejo Moguillansky y su familia de rodaje nos presentaron sus “efectos especiales”. Se trata de una performance que fue llevada a cabo en febrero de 2023 bajo el marco de la nueva galería de arte Arthaus ubicada en el mismo microcentro. La performance consistió en el rodaje de una muerte en 4 tomas. Asistimos así al nacimiento de una imagen.

La producción de las imágenes, lo que está detrás de escena, es un tema que ha venido tomando cada vez mayor protagonismo en la filmografía de Moguillansky. En casi todas sus películas (La edad media, La noche submarina, Por el dinero, La vendedora de fósforos, El escarabajo de oro o El loro y el cisne) podemos ver una insistencia sobre el mismo tema. Son películas sobre la gente que realiza las imágenes, películas que ponen a la producción de la imagen no como algo industrial y despersonalizado, sino que plantean el hacer del cine como una búsqueda parecida a la búsqueda de un tesoro, donde el tesoro es la imagen. La producción de las imágenes es algo que atraviesa a los personajes. Entonces, el rodaje se presenta como una aventura que los transformará, haciéndoles descubrir amistades, amores, películas, fantasmas, poesías, pianistas, artistas del teatro. Y al final las películas siempre parecen una excusa para hacer una coreografía de movimientos y persecuciones en un espacio.

A lo que trata de apuntar Moguillansky es a eso, a hacer ver que las películas, como los tesoros, son excusas, y que el verdadero tesoro es el rodaje como búsqueda de esas películas. Y como si ya no fuera suficiente con filmar una ficción que ponga en escena a esos personajes, ahora nos invita a todos nosotros a formar parte de la experiencia de un rodaje y ser esos personajes. 

El rodaje consistía en un plano secuencia: la cámara encuadra a un actor o una actriz corriendo, bailando o rengueando hacia la muerte. De antemano se había aclarado al público que solo se harían 4 tomas, cada una con distinto intérprete. En sí, la acción era la misma, pero siempre distinta. No solo el intérprete cambiaba entre toma y toma, sino que nuestra relación con lo que se estaba filmando iba cambiando también. Para dar un ejemplo, cuando se filmó la primera toma, todos arrancamos a caminar a la par de la cámara siguiendo al actor, lo que implicaba tener que esquivar transeúntes, postes de luz, baldosas rotas, tener cuidado de no pisar al que va adelante ni estorbar a los que vienen detrás, entre otras cosas. Ya en la segunda toma uno ya conocía el movimiento y se preparaba para caminar mejor. En la tercera toma en cambio yo me paré en un punto intermedio del travelling para poder ver mejor el momento donde los bomberos hacían llover sobre el actor. En la cuarta toma mucha gente (la mayoría niños) se sumó a actuar junto al actor y corrió detrás, lo cual me pareció hermoso. Las cosas en apariencia pueden parecer lo mismo, pero nunca son iguales, porque la mirada siempre encuentra detalles nuevos sobre los que posarse.

El experimento de Moguillansky devela una de los aspectos del cine que permanece oculto por lo general: la experiencia de hacer cine. La relación que uno tiene con el mundo se expone más que nunca cuando la cámara se enciende y encuadra. El experimento de Moguillansky brilla porque nos hace parte de eso. Uno asiste a la creación de algo, de una imagen. Uno va y en vivo presencia el ensayo, el error, un arrebato de inspiración, un fracaso, una pequeña victoria, una pelea con el mundo, una reconciliación, la lluvia, la muerte y la vida ganada una vez que se ve la toma en pantalla. Uno muere para vivir muchas veces, repetidas veces, y nunca se muere ni se vive de la misma forma. Siempre cambia. Primero la luz, luego nuestra relación con el espacio y al final nuestra relación con lo que se está filmando. Mekas en un diario escribió que la verdadera historia del cine es esa que está hecha por los que filman las películas, es una historia que no se ve, es lo que está detrás de escena.

Después de cada toma se visualizaba lo filmado en una pantalla sobre la puerta de Arthaus donde se vieron las cuatro tomas en simultáneo. Al finalizar del evento se aplaudió como al final de una jornada de rodaje exitosa de cualquier producción cinematográfica. Mucha gente fue a darle la mano al director y a felicitar a los intérpretes. Yo salí de ahí con la sensación de que había presenciado un milagro, de que había visto algo que no se iba a repetir, lo comprendí esa noche cuando me estaba yendo a dormir: había descubierto un tesoro. 

 

Por Amir Kalim