- El archivista es un médium, alguien que desarrolla estrategias para comunicarse con los muertos, con los espíritus
“68 indicios sobre un cuerpo de archivo”
(Agustina Perez Rial, en “Danubio”, 2023)
Es martes 2 de enero y en Argentina gobierna Javier Milei. Fuerte y al medio. Todas las medidas anunciadas desde su asunción me resultaron más desalentadoras que un gol a último minuto. Repaso los últimos mensajes que escribí en las notas de mi celular: “protocolo antipiquete”, “mega decreto”, “imágenes y sonidos de una estética libertaria”, “la policía filma a los pasajeros de un colectivo un 20 de diciembre”. Este último mensaje me recuerda una película que vi hace casi un año.
La primera vez que vi Danubio (Agustina Pérez Rial, 2021) fue el viernes 3 de febrero de 2023, en el marco del ciclo “Cine argentino bajo las estrellas”, organizado por el INCAA junto al Complejo Histórico Cultural Manzana de las Luces. Gracias al programa “Museos de Película” el encuentro fue posible en el bellísimo patio porteño, ubicado a metros de la Plaza de Mayo. La cita era a las 20 horas pero Danubio tuvo que esperar unos minutos. El sol veraniego se resistía a las imágenes en movimiento. Mientras esperaba el inicio de la película, me detuve en una bandera que colgaba sobre uno de los balcones del complejo, “todo museo es político” decía. Pensé, en ese entonces, que era un año de elecciones presidenciales en Argentina. Tuve la sensación de que el 2023 sería un año de golpes y tambaleos, algo así como saberse mal parado. Me vi interrumpida por el aviso de que a las 20:30 horas, la película comenzaría.
Sabía poco sobre Danubio: figuraba en mi lista de pendientes ya que Agustina Perez Rial fue la ganadora del premio a la Mejor Dirección de la 36° Edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (2021); y, en particular, algo que llamó mi atención fue que el largometraje se realizó íntegramente con materiales de archivo en torno a la 12° Edición del Festival, desarrollado en el año 1968 –un festival sumamente conflictivo tras la huelga de actores y actrices argentinas, y las películas censuradas– durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, atravesada por la Guerra Fría a nivel internacional. Me pareció una gran apuesta para una ópera prima que cristaliza varias preocupaciones de la realizadora: la falta de una cinemateca nacional, el desarrollo y funcionamiento del festival de cine en medio de una dictadura militar, la puesta en crisis –una suerte contracara– de una ciudad como “La Feliz”, el desarchivo y la activación de un material que puede narrar otra cosa. Digo “otra cosa” ya que Danubio es una ficción que, a su vez, es algo así como un policial de archivo: el relato articula el uso de documentos gracias a la voz en off de una mujer inmigrante eslava, que trabaja como traductora de las delegaciones de los países de Europa del Este en el marco del festival. Ella está afiliada al PC y forma parte de la Asociación Cultural Danubio, la cual nuclea a la comunidad eslava que llegó a la Argentina.
Vuelvo a las notas que detallé a modo de apuntes: desde el pasado 10 de diciembre las promesas libertarias de Javier Milei –junto a su gabinete de ministros y bajo la tutela de Mauricio Macri– se transformaron en políticas dictadas bajo una falsa necesidad y urgencia. En vísperas de la movilización por el aniversario del estallido social del 19 y 20 de diciembre de 2001, la Ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, no tardó en comunicar un protocolo antipiquete. Durante la mañana del 20, las noticias respecto a la activación del protocolo no tardaron en circular en algunos medios y redes sociales. Me inquieté al ver y oír puntualmente dos videos: en uno, una persona filma la intervención por parte de la policía en un colectivo lleno de pasajeros que, a su vez, son filmados por una agente; en otro, en la estación Constitución, una persona filma mediante un zoom in, el texto “el que corta no cobra” en un cartel que, además, resuena por altavoz e invita a la denuncia –en caso de que alguna organización social obligue a alguien a movilizar para cobrar un plan social– ante el Ministerio de Seguridad. Al irrumpir el espacio público y filmar, el Estado mediante las fuerzas de seguridad, se atribuye la tarea de generar las imágenes necesarias para configurar los rostros y cuerpos que debe vigilar: “el que las hace las paga” es otro de los enunciados que propone el oficialismo para fundamentar su estética liberal. Entonces, ¿qué sucede con los registros que el gobierno de Javier Milei genera al portar las cámaras, y con esta información que cada ciudadano tiene la libertad de denunciar señalando que los otros viven de planes?
Vuelvo a Danubio: la película construye su estructura en la tensión entre el uso de archivos públicos, como registros gráficos y audiovisuales del Festival del ‘68, y archivos “secretos” que, en su momento, la policía configuró durante el evento cultural tras perseguir a las delegaciones eslavas. Ahora bien, ¿qué coordenadas entrega Danubio para comprender el presente? Vuelvo a pensar en los registros generados por la policía el último 20 de diciembre, evalúo los archivos que nos va a dejar el oficialismo y pienso en la palabra “archivar”. Googleo su significado y aparece “dar por terminado un asunto”, es decir, cerrar para impedir la relectura y/o someter a revisión. Escribo en mis notas: “¿qué pistas deberíamos rastrear para construir una película que cuente esta época? ¿Screenshots de recortes de las resoluciones y decretos del mega DNU? ¿Tweets del Presidente y la Ministra de Seguridad? ¿Imágenes producidas con IA?”.
Pensé en la vigilancia cultural ejercida en el Onganiato y, al estar sumergida en la coyuntura política actual, recaí en la cizaña ante el “marxismo cultural” que Javier Milei promueve eliminar cual plaga en su gestión. Recuerdo uno de los archivos que se expone en la película que me resultó muy curioso: un cuadro sinóptico –paranoico y obsesivo– generado por la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA). “(…) la vigilancia que ejerció la DIPPBA sobre el cine se estableció como parte del control a “la expansión del comunismo” en “los medios intelectuales y artísticos”. Encontramos incluso un documento con la caracterización que se aplicaba a quienes se vigilaba: “comunistas”, “filocomunistas” y “criptocomunistas”, escriben Paulina Bettendorf y Agustina Pérez Rial en “Mal de archivo: inteligencia y vigilancia policial en el Festival de Cine de Mar del Plata (1959-1970)”, en el capítulo VIII del libro titulado “Tiempo archivado. Materialidad y espectralidad en el audiovisual”, compilado por Alejandra F. Rodríguez y Cecilia Elizondo. Hoy en día, los legajos policiales de la DIPPBA son preservados por la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), un organismo público que promueve e implementa políticas públicas de memoria y derechos humanos.
Danubio estuvo en mi cabeza varios días más y, cual obsesiva, compré el fotolibro que la realizadora publicó con el mismo título, editado por Artefacto, una editorial artesanal e independiente –cabe mencionar que en la gestión Milei también peligra la ley de Defensa de la actividad librera–. Sabía que el formato físico de la publicación me permitiría poder observar de otra manera los materiales con los que trabaja la película. Sin embargo, los últimos días del año fueron tan álgidos que tuve que esperar para poder organizar mi viaje al centro porteño.
La realidad se antepuso y el miércoles 27 de diciembre, la CGT junto a varias agrupaciones y organizaciones sociales llamaron a una movilización a Tribunales para presentar los amparos pertinentes e impedir el avance del mega DNU de Javier Milei. Movilicé junto a mi sindicato y tras la desconcentración, busqué el libro por la zona de Plaza Italia. Caminé algunas cuadras con el libro en las manos y frené para observar algunos de los archivos impresos en aquellas páginas. Insisto en la potencia del desarchivo como práctica vital para construir películas que cuestionen los límites del documental y la ficción pero, ante todo, permitan el uso político y poético de documentos que fueron configurados para perseguir y vigilar, en este caso, a los y las artistas de una época. Pienso que, quizás, comprender y acercarnos a nuestra Historia tenga que ver con profanar los archivos que la construyen. Hacerles preguntas hasta que nuestras palabras vuelen el polvo que los nubla y endurece, sin dejar de ensuciarnos las manos para invocarlos. Quizás, nuestras historias necesiten de aquellos fantasmas.
Por Malena Sofía Lucero