Una vida puede ser este inexplicable esfuerzo por reconstruir un drama que hizo mutis por el foro, esperando que el futuro se encargue de transformarlo, en una puesta en escena donde se instalen sin problema los misterios que expliquen la fragilidad del mundo. 

Sandro Romero Rey

Es usual la idea de que cuando se es joven sentimos que se tiene todo el tiempo por delante y la muerte ni la vemos de reojo, se percibe demasiado lejana. Pero, a medida que envejecemos el tiempo aparece con mayor limitación y la amistad o enemistad con la muerte nos resulta más íntima. Hay, por supuesto, posturas alternas a esta. La del detectivesco protagonista y narrador —creo que nunca se menciona su nombre en todo el libro, pero debe ser Sandro Romero— de la novela ¿Qué pasó con Seki Sano? parece ser una paradójica como de quien sonríe con tristeza ante el fin, ¿de qué?, de lo que sea preciado, valorado, querido. Es por cosas así que una persona puede bailar cínicamente con la muerte sobre las tablas de un escenario, al tiempo que la escena es fotografiada o grabada en múltiples momentos, sin que por ello no tema que este sea el último acto y que, a pesar de las fotos y las grabaciones, lo que pasó caiga en el olvido. Y es que muchas veces nos olvidamos justamente qué bailamos y la pareja con la que se danzó. El talante del protagonista frente a la muerte es de alquien que aunque “les tiene pánico a las alturas y, sin embargo, realiza las cinco semanas en globo”. 

La muerte es inexorable destino cuando llega y a muchas amistades del Sandro escritor y del Sandro narrador, dos diferentes, ya les ha tocado su turno. Ante estas el protagonista expresa un semblante tragicómico. A cada una les ha dedicado unas palabras en redes sociales, convirtiendo a sus muros en un lugar de “chistes banales” y “obituarios”. Mas es una muerte, y no la de un amigo, la que ocupa esta novela y la investigación que contiene. 

Se trata de aquella de Seki Sano, en 1966, un japonés que llegó a Colombia en 1955 y cambió la historia del teatro nacional, a pesar de que solamente estuvo durante tres meses, ya que luego fue expulsado. Esa es probablemente su gesta olvidada, porque aunque se sabe que dictó algunas clases a personalidades claves del teatro colombiano como Dina Moscovici o Santiago García, íntimo amigo de los Sandros, “a ciencia cierta” no se sabe qué fue precisamente lo que hizo y que pudo llegar a impactar tanto a toda una generación.

A pesar de lo atractivo del misterio, no faltan las vacilaciones en el camino de los Sandros hacia lo desconocido, pues llegan a preguntarse: “¿por qué debería perder dos años de mi vida estudiando a un olvidado director de teatro japonés que ya no le interesa casi a nadie?”. Hay además motivos como preocupaciones familiares de grandes nombres manchados por lo que parecen meros chismes y profundas reflexiones acerca de las relaciones de la izquierda con las artes en Colombia, en especial el teatro. O, a lo mejor, lo que justifica toda la empresa investigadora es una deuda con una figura mítica del teatro a la que no se le ha hecho justicia con su paso por este mundo. 

Todos los posibles móviles para emprender la escritura de este laberíntico viaje pueden resumirse con la pregunta ¿Qué pasó con Seki Sano?, novela de una investigación en la que el narrador se aventura, se pierde, se embriaga y trasnocha por los diferentes caminos entrecruzados de la verdad de la vida de Seki y su gesta. Para llegar a esta, lo más cerca posible, y entenderla, a pesar de las recurrentes tentaciones de inventársela, los Sandros se ven en la necesidad y el gusto de recurrir a insólitas ayudantes, citar sistemáticamente a otros en diferentes idiomas, redactar una propia historia del teatro de la primera mitad del siglo XX, explayarse en un collage de personalidades, obras y eventos artísticos y políticos de Colombia y el mundo, y volver constantemente sobre la vida personal e indagar en sí mismos, entre otras maniobras. La misteriosa verdad muchas veces se dice mejor como si fuese una obra de ficción (u obra de la ficción). 

Eso puede sonar muy obstinado, pero viniendo de un habitante de las tablas no resulta sorprendente, pues “«hacer teatro» [(como «dedicarse» a otras disciplinas artísticas)] parece una nueva figura de la terquedad”. Yo diría que no nueva, antes muy antigua. Es la vieja testarudez de inventar y creer en leyes, unas que “si no nos las creemos nosotros mismos es difícil que otros entren en el juego”. Ese juego que es el δράμα (drama), el actuar o hacer ¿qué? La vida misma, esa que “se empeña en traernos alguna novedad inesperada, casi siempre de inclinaciones macabras”. Es ella otro personaje, uno con el que también se baila en la misma danza que con la muerte. Tal vez los Sandros, en su paradójico gusto por y susto de la muerte, ven el teatro como una forma de vivir, por tanto también de morir. 

Por supuesto esta idea ya es bastante trillada, existente desde Platón con la filosofía y seguramente antes. Pero él tenía como modelos, con algunas reservas, a los poetas trágicos (y cómicos). Por algo sería… Pero ese referente griego es mera especulación mía y ahondar en ello puede tomar demasiado rato; situación que no me debo permitir teniendo en cuenta que el autor y el protagonista, ya en su sexta década de vida y con más de cincuenta años dedicados, principalmente, a las artes en las tablas —y ya de tanto usar esta expresión me siento como si hubiera nacido en esa “época irrecuperable” que fueron los sesenta y setenta—, parecen sentir que no tienen tiempo que perder y no quiero ser yo un perjuicio semejante en nuestras cortas vidas. 

Quizás los Sandros reconocieron para sí que Seki Sano y su paso fugaz fueron definitivos “para el nacimiento del teatro moderno en nuestro país (el de Santiago [García], el mío)”, y la curiosidad por el des-conocimiento mítico de ese legado vital no los dejaba dormir. También puede que el japonés simplemente haya sido la excusa para investigar sobre muchas otras cosas relacionadas con el teatro que les inquietan. Sea cual sea la concluyente explicación del porqué esta accidentada pesquisa, al menos sí creo que podamos tomar la novela de no ficción ¿Qué pasó con Seki Sano? como un obituario (con casi 60 años de tardanza) del susodicho. 

En Wikipedia (fuente importante en la investigación sobre el japonés) dice que un obituario “intenta dar un recuento del contexto, la trascendencia pública y el significado de la vida del recién fallecido”. Más allá de si esto se logra o no con el hace rato fallecido, lo que logré al finalizar la lectura de la obra escrita por Sandro Romero Rey fue sonreír con tristeza con el Sandro narrador y como, presumo, también lo hizo Seki al final de sus días.

 

Por Daniel Tamayo Uribe

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¿Qué pasó con Seki Sano?
Seix Barral
2023
Sandro Romero Rey