“El poema de Ulises, o la Odisea” (1897) – H. P. Lovecraft

¡La noche era oscura! ¡Atiendan la lectura!

¡Y vean de Ulises la flota!

Con trompetas sonando rumbo a casa llegando

Espera saludar a su esposa devota.

Por mucho tiempo combatió, a Troya sometió 

Y derribó sus fortalezas.

Pero la ira de Neptuno hace el regreso inoportuno

Y le azotan asperezas.

Tras una tormenta bastante violenta

Una isla se trasluce

Donde hombres deambulan, su hogar anulan 

Y los lotos seducen.

De estas malas trampas a sus hombres arranca

Y a sus barcos los convoca.

Ningún permiso concede, y los lotos no deben 

Tocar ya más sus bocas.

Y llega ahora donde cíclopes moran

Todos gigantes inhumanos.

Cada uno tiene un ojo, y obligan con enojo 

A obedecer al Gran Vulcano.

De un cíclope la cueva los errantes saquean

Y encuentran mucha leche y queso

Pero mientras comen, del cíclope corren

y son víctimas de un cruel deceso.

Presas de la villanía del cíclope cada día

Son dos nobles griegos

El valiente Ulises un plan erige 

Y busca huida luego.

Con astutas artimañas sin duda engaña

La mente del tonto gigante

Le saca el ojo con un grito espantoso

Y se marcha con aire tajante.

No se lamenta y ahora encuentra

Del Gran Eolo su hogar, 

El rey ventoso le brinda generoso

Bolsas de viento para vagar.

Ahora yace en hermosos parajes

En el gran palacio de Circe.

A sus hombres transforma hasta la sombra

En bestias de otra estirpe.

Buen augurio lo libera Mercurio

De tales brujerías dañinas

Infeliz él de a sus hombres ver

Liados en dicha porcina.

Su espada sacó y con palabras fulminó

A Circe que estaba allí

“A mis hombres libera”, dijo cual fiera

“¡Tu daño repara así!”

Entonces acatada su orden la manada

A hombres cambió otra vez

Su magia vencida, a todos anida

En su palacio con fluidez.

Y Ulises en agua fría inicia la travesía

Las Sirenas pasa amarrado

Ninguna canción escucha la tripulación

Pues rápido son retrasados.

Los cuellos de Escila sus cubiertas vigilan

Caribdis amenaza sus naves

Mueren seis hombres—terribles costes

Pero él al peligro evade.

Al final no salva ningún barco del agua

Pero en la isla de Calipso

Llega a la orilla y de amor la semilla

Permanece un tiempo cautivo.

Júpiter ordena divino por tierra el camino

Para buscar a su paciente esposa,

Pero se rompe su balsa y ahora aparta

Su vida de Neptuno y su ira acuosa.

Rápido llega a las hebras de Esqueria

Y se dirige al monarca.

Su historia revela, todos en vela; 

Un antiguo bardo canta.

Ahora hacia su hogar ha de deambular

A su esposa cortejan pretendientes

Usa de abrigo ropas de mendigo 

Forastero en su casa miente

Sus flechas hostil lanzó al grupo vil

Que buscaba ganar a su mujer

Ahora todos muertos y su sentimiento

Es de orgullo ante su poder.

En la porqueriza, después su nodriza

Lo reconocen sin demora

Luego a Penélope ve y sabe que 

En paz vivirán a toda hora.

Hasta que la muerte detenga su aliento

Y lo eleve hacia el firmamento;

Él jamás vagará lejos de Ítaca,

La isla de su nacimiento—

 

 

 

“Ulises” (1842) – Lord Alfred Tennyson

De poco sirve que un rey indolente,

En este hogar tranquilo, entre estos riscos estériles,

Emparejado con una vieja esposa, disponga y asigne

Leyes dispares a una raza salvaje,

Que acopia, y duerme, y come y desconoce quién soy.

No puedo abandonar la travesía: Beberé

La vida hasta lo último: Siempre he disfrutado

Bastante, he sufrido bastante, con aquellos

Que me amaron, y solo, en la costa, y cuando

Con raudos aluviones las lluviosas Híadas

Enervaron el calmo mar: Me he vuelto un nombre;

Vagando siempre con un corazón anhelante

He visto y conocido mucho; ciudades de hombres

Y costumbres, climas, concilios, gobiernos,

A mí mismo no menos, sino honrado por todo ello;

Y he bebido el placer de la guerra con mis compañeros,

Lejos de las resonantes llanuras de la ventosa Troya.

Soy parte de todo lo que he conocido;

Mas toda experiencia es un arco por donde

Destella el mundo inexplorado, cuyo borde desaparece

Por y para siempre cuando me desplazo.

Qué sombrío es detenerse, ponerle un fin,

¡Oxidarse sin brillo y no resplandecer!

¡Como si respirar fuera vivir! Vida sobre vida

No fueron suficientes, y de la mía para mí

Poco queda: pero cada hora queda libre

De aquel eterno silencio, algo más,

Un heraldo de cosas nuevas; y vil sería

Que me guarde y proteja durante tres soles,

Y este gris espíritu se desviva ansioso

Por ir tras conocimiento como una estrella caída,

Más allá del límite máximo del pensamiento humano.

 

Este es mi hijo, mi Telémaco,

A quien dejo el cetro y la isla, —

Mi querido hijo, pensando en cumplir

Esta tarea, con lenta prudencia para apaciguar

A un pueblo austero, y gradualmente

Subyugarlo a lo útil y a lo bueno.

Es el más íntegro, centrado en el ámbito

De los deberes comunes, digno de acatar

Labores benevolentes, y rendirles

Adoración a los dioses de mi hogar,

En mi ausencia. Él a su labor y yo la mía.

 

He allí el puerto; el navío sopla sus velas:

Se eclipsa el oscuro y ancho mar. Mis marineros,

Almas que han cumplido, luchado, y compartido conmigo —

Que siempre acogieron con alegre bienvenida

Al trueno y al brillo del sol, y opusieron

Un corazón y frente libres — ya estamos viejos;

Mas la vejez tiene su honor y su esfuerzo;

La muerte lo acaba todo: pero antes del fin, algo,

Alguna obra de ilustre valor puede lograrse aún,

Propia de hombres que lidiaron con Dioses.

Las luces comienzan a parpadear en las rocas:

El largo día mengua: la luna asciende: el océano

Solloza con muchas voces. Vengan, amigos míos,

No es muy tarde para buscar un mundo desconocido.

Zarpemos, y sentados en orden golpeen

La estela que nos rodea; mi propósito es

Navegar más allá del atardecer y las lluvias

De todas las estrellas ponientes, hasta morir.

Es probable que los abismos nos arrastren:

Es probable que lleguemos a las Islas Felices,

Y veamos al gran Aquiles, a quien conocimos.

Aunque mucho se perdió, mucho permanece; y aunque

No seamos aquella fuerza que en tiempos pasados

Movió la tierra y el cielo, lo que somos, somos;

Un temple tenaz de corazones heroicos,

Tornados débiles por el tiempo y el destino, pero

Decididos a luchar, buscar, encontrar y no rendirse jamás.

 

 

Traducción de Fernanda Gárate