Francisca Pérez Morales (1998) elabora un discurso poético en su libro Tríada (Overol, 2022), donde lombrices, anémonas y cefalópodos, criaturas de lo mínimo y de lo abisal, son parte de una épica de resistencia contra el sistema patriarcal. En este libro el hablante pervierte las dinámicas de los roles sexo-genéricos y crea imágenes que rompen armonías desde un imaginario que limita con lo fantástico.
Tríada se encuentra dividido en cinco partes: “Faro”, “Taenia”, “Espacios comunes”, “Plano de un cefalópodo” y “Teoría de cuerdas”. A lo largo de todas estas partes el poemario está poblado de números, a veces como título, a veces dentro del cuerpo de los poemas, como si quisiera satirizar cierto discurso positivista o dar un efecto de realidad en una retórica mayoritariamente simbólica y fantástica.
Algunos poemas llevan títulos, otros llevan numeración romana, otros aparecen en la página centrados, alineados a la izquierda, a la derecha, a veces vienen con el primer verso en cursiva, como si fueran títulos, otras veces simplemente irrumpen en la página, en una dinámica que dota a los textos de versatilidad y sensación visual de movimiento.
La figura del padre es determinante, perversa, omnipotente. Es un padre que necesita ser quebrado y resistido por el sujeto. La lombriz y la putrefacción del cuerpo vivo, animal o humano son personajes dentro de una retórica marcada por la resistencia a la muerte, al poder y a lo masculino. El padre se desea y se repudia constantemente, se pervierten sus funciones, incluso adquiere la habilidad de creador de vida, una vida que debe, de todos modos, ser transgredida.
Salir del padre
soñar que uno nace
soñar que se es niño
mi deseo siempre fue
salir del vientre de un hombre.
El padre no detiene sus contracciones…
mi cráneo se abre paso entre sus músculos
…romper la matriz
rasgar sus pulmones
reventar órganos…
asomar mi cabeza
por el agujero de su ombligo”. (31)
La enemiga del poder patriarcal no es la mujer, sino la lombriz. Desarrolla una épica heroica de la lombriz en cuanto no necesita a otro para reproducirse, une en su cuerpo tanto lo femenino como lo masculino, se mueve en el mundo marcando sus pulsos, apareciendo de pronto entre las comidas del padre, entre su bolo, bajo camisones, incrustada entre los intestinos.
En el poema “Espacios comunes” encontramos otra figura relevante, el cefalópodo. Aquí las capas del mundo marino se confunden con los interiores de una casa, sus habitantes son necrófilos y carroña o familiares y niños, todos ellos interactuando en un fondo abisal. En los poemas siguientes el cefalópodo se confunde dentro de los órganos del cuerpo humano, donde la madre es una víctima de la maternidad y se encuentra sometida al espacio de lo doméstico y de la objetualización del deseo carnal del hombre. Se emparenta en su infamia con la anémona, animal mínimo que se adhiere a las rocas, a la arena del fondo marino o a la concha de crustáceos y moluscos.
El hablante ocupa distintas caras, a veces es colectivo, pues adquiere la voz de estas criaturas de lo mínimo: “Todos somos necrófilos y carroña” (34), a veces es un hijo: “Usted me compró un espantacuco” (27), a veces es un pulpo: “yo me replico y no dejo de terminar/…tú ves violencia japonesa/yo veo lo que circula a diario/ en las corrientes sanguíneas/ de un cefalópodo en celo” (45). Así, el sujeto cambia de forma, es dinámico y se sirve de nuevas invenciones metafóricas para expresar siempre una fuerza antipatriarcal, resistente a los roles y al orden establecido.
La retórica de Pérez Morales parece querer pervertir y romper un molde social que no le acomoda, en un impulso frontalmente contrahegemónico, donde el cuestionamiento de la maternidad se desarrolla desde el punto de vista de la hija.
El segundo intento
Dédalo duerme
quisiera robar sus alas
probármelas como un vestido nuevo
sentirme una angelical bestia
que escapa dejando a su madre sola
por mandita, por hacerle nacer… (59)
El arma del hablante creado por Pérez Morales es la rotura del cuerpo, su putrefacción incluso. Emplea también como recurso la reescritura del mito, donde Dédalo es la madre e Ícaro es la hija perversa, incómoda y que incomoda. En este poemario el mito se transforma: la madre y la hija no están en comunión, pues la madre sostiene la dinámica del poder patriarcal. Cuando la hija toma las alas y vuela logra sobrevivir, para poder acabar con el legado del padre y liberar también, en este gesto, a la madre.
No me quemé
pero heme aquí en el fondo
el peso de las alas
me atrae piso arriba
piso abajo el océano
el sol es una sombra transparente
ojo de un pez que se confunde
con las lágrimas que escupo
en la tumba marina del padre. (62)
El objetivo de la hija-Ícaro es acabar con el padre, lo cual se permite gracias a la desobediencia a la figura materna, produciéndose un juego de inversiones, una reescritura creativa del mito.
Pérez Morales también juega con el discurso de la física teórica. En su poema final “Teoría de cuerdas” estructura un discurso en apariencia semi científico y que dará título al poemario: “las tríadas se componen de tres grupos que tienen relación entre sí” (63), para luego intercalar aspectos diversos que nada tienen que ver con el discurso positivista: “Son movimiento e intercambio constante de vibración, de rabia contra su coetáneo”. Lo interesante del juego es que parece que dirá algo relativo al tipo de discurso formulado, sin embargo, lo transgrede para pronunciar una denuncia, un arrebato, una necesidad: el mensaje que trasunta en todo el libro y que leemos en el último verso “La tercera cuerda está escrita con el objetivo de matar al padre” (65).
Por Greta Montero Barra
Sobre:
Pérez Morales, Francisca.
Tríada.
Santiago
Overol
2022.