Herencia
Todos se precipitan a mi alrededor.
Todos se derrumban.
Me buscan en la intimidad,
desesperados.
Le han forjado huesos a mi nombre.
Le han tejido arterias, nervios, ligamentos, venas.
Lo han llenado de vísceras, de carne y sangre y aire y agua…
Buscan pronunciarlo justo en el bautismo del espasmo exacto,
de la punzada más pura
del ardor más alto…
Buscan darle un nombre a mi nombre;
el murmullo de un nombre,
el balbuceo de un nombre,
el gruñido, el balido, el zumbido…
El grito de un nombre de sangre en sus bocas;
el grito de un nombre de sed en el agua;
el grito fantasma de un nombre en la noche;
el temblor subterráneo de un grito;
el desgarro en el aire de un grito;
el vórtice maniaco de un grito;
el grito arrinconado en una esquina
y su herrumbre y su moho de caracoles y grillos.
Los dientes
los dientes de un grito
solo los dientes de un grito ahogado en el instante preciso,
donde la locura concibe su impacto desorbitado con el mundo;
el grito de unos dientes tirados en la hierba como juguetes perdidos.
Y basta.
Pensamiento fijo
Pasa el día
sin tocarme
sin rozar
siquiera
con su luz
las horas
malgastadas
en silencio.
Por la noche
descubro
consternado
que el clavo
en mi pared
es una mosca.
El árbol
Crecer solo
para alcanzar lo importante:
los libros de mamá
los ojos
de mi padre
y los labios de Lucía
esa “Fresca fruta de plata”
que nos recita en clase y no entiendo.
“Fruto que crece
ya mordido”.
Sin título
Sepultado en la luz
mis huesos crecen como oídio.
Por Julio César Calleros Rodríguez.