Keith Waldrop (1932-2023) fue una figura fundamental de la poesía de vanguardia estadounidense contemporánea. Junto a Rosmarie Waldrop, prolífica poeta y traductora y quien también fuera su compañera de vida, fundaron en 1961 la editorial Burning Deck, que durante varias décadas se dedicó a la publicación de poesía y prosa experimental, incluyendo los primeros libros de autoras y autores como Lyn Hejinian, Mei-Mei Berssenbrugge y Paul Auster.
Junto con haber escrito cerca de una docena de libros de poesía, prosa y ensayo, entre los que destaca Trascendental Studies: A Trilogy (por el que obtuvo el National Book Award for Poetry en 2009), también tradujo al inglés a diversos poetas franceses actuales, como Claude Royet-Journoud, Jean Grosjean y Anne-Marie Albiach, además de realizar una importante versión en prosa poética de Las flores del mal de Charles Baudelaire, publicada en 2006.
Keith Waldrop falleció el pasado jueves 27 de julio, a los noventa años de edad. A continuación, les presentamos cuatro poemas suyos, traducidos por Simón López Trujillo.
Un aparato
Desde mi asiento, puedo ver otras cosas:
un puercoespín color de plata, alfileres firmes
y de pie. Es el cuento olvidado de un
bosque olvidado en la orilla de un océano olvidado.
Invoco a los muertos tanto como puedo.
En las criptas, entre momias. Todo esto es solo
un memorial. Soy la niña en cuyos
ojos se escribe el nombre.
Estoy velado, como si de pronto
fuera a comprender algo. Esta es gente
con encefalitis que no puede ir
hacia adelante, sino hacia atrás, bailando.
En estos apuntes de mi memoria, mi hermano
se me acerca —esquelético, asustado— con el deseo
de algo maravilloso. No sé describirlo mejor que
al compararlo con otras formas, intoxicación.
Un mero reflejo, como respirar, puede volverse
algo consciente. Uno de los dos rivales pierde
su cola en una mordida. En los sonidos que mueren,
y apenas llegan a nuestros oídos, una melodía permanece.
No hay final allí, progresión infinita. Todo este
amor de una era perdida. Mira el sendero
de un rayo de sol que cruza el hielo del lago:
parte del rayo se detiene, otra parte cruza.
Ahora, la superficie cede, la fantasmagoría
de una pasión desencadenada, bajo la cual
la tierra cruje, el océano se hincha y unos árboles
de miríadas de años de edad se parten y caen.
Superando toda forma de la experiencia, el ancho
y profundo lago de agua fresca —sobre el que han construido
la ciudad— se levanta ante nosotros. Aquí se interpone
una idea moderna, un nuevo cuerpo de los elementos.
Luego se olvida todo. A veces, el pensamiento se corta
y otras veces es su propia hoja cortante.
En este banco de arena, la luz eléctrica
convoca un brillo azul y mágico al atardecer.
Luego, el sol. Una grieta sobre las colinas,
donde irrumpe el día. Si la puerta se abre, quién
ingresa. Si se cierra, qué interrumpirá
mi tren.
El efecto de escalera proporciona la evidencia
para un mapa subjetivo. Cerro abajo, el sol
chorrea, impasible. Aquí trota un mamut
de lana roja, por el negro bosque de coníferas.
La tendencia de los elementos es a permanecer: dices
que sueño con lo que deseo, pero lo que deseo
ahora es soñar. El frío abre su corteza,
sopla el mismo viento.
Por un lente de hielo, el oscuro
calor del sol quema madera, dispara pólvora,
derrite plomo. Quizás levante una nube de almizcle,
que recuerda el aroma de un cocodrilo en su pasión.
Si la luz no cae con gracia sobre
estas flores, no podrás verlas. Toda asociación
a este nivel llueve desde arriba. Y hablamos
de imágenes-palabras.
Observa el vértigo. Trepa la grieta
del barranco inclinado o couloir: es peligroso
el camino desde las alturas, la gloria
del prospecto, la comprensión lograda.
Me refiero a una perturbación simultánea
de los sentidos. No verás la flor confundida.
Enfrentarse a un viento semejante
siempre es un peligro.
Oculta
Propongo
girar la llave
es inútil
ocultarte
que están pasando
cosas raras
ella solía
sonar
sola
la silla
junto a la ventana
y la puerta cerrada
vi la cortina
descolgada
cayendo
cuando me canso
de buscar, algo está
destinado a aparecer
caminar
de espaldas
ella teme
al sonido pero
no logra describirlo
el rostro
se le esfuma, las
manos permanecen
brazos blancos bajo
cortinas tenebrosas
mirar afuera, hacia
la colina
la que incendié y aún destila
una mucosa oscura
una cortina
es arrancada
a un velo de gasa
ella parece
asemejarse, pero
no como ella misma
sin brazos
la silla, sin oreja
la taza
se desliza hasta
la base de la colina
momentáneamente
se afirma de
su tobillo
una casa antigua
un angosto
pasillo en el declive
Una vuelta a la manzana
Voy a salir a caminar antes de
acostarme, un paseo corto pondrá en orden
las molestias del día. Una cosa siempre
sigue a la otra, discretamente. Un árbol
después de un poste de teléfono,
por ejemplo, o esta serie de casas sin luz.
Un momento sigue al otro, inevitablemente, pierde
su lugar junto al que lo sigue. Cada fragmento
cede y deja atrás
la impresión del movimiento.
De momento, creo que la muerte
está sobrevalorada.
¿Quién podría construir hoy
casas como estas? ¿Quién sería capaz
de pagarlas? Acechan la tarde del East Side:
trazos de memoria de una antigua riqueza.
El polvo parece asentarse, pero pronto debe
volver a circular.
Una vuelta a la manzana
será suficiente. Cada casa proyecta sus columnas
después de la anterior, y todo parece una sola
y oscura fachada continua. El miedo persiste,
la noche eterna obtura cada fuente de luz.
Cuan notable, cuan notablemente
agradable no estar dormido ahora y poder
discriminar los hoyos en la vereda
y saber leer la diferencia
entre cada una de las sombras.
Poeta
Cuando el viento se calma, veo una ciudad desierta, salvo por la multitud
de gente que espera de pie y que camina.
Los que esperan parecen pisos, como piedras, el carbón que surge
de la muerte de las plantas, unos ladrillos apilados como dientes.
Ahora voy a anotar todos los lugares en que no he estado.
Empezaré con el más distante.
Construyo casas que nunca habitaré.