El reciente libro de Fernanda Carvajal, La convulsión coliza. Yeguas del Apocalipsis (1987-1997), instala desde sus gestos más inmediatos una interrogación crítica a la experiencia de uno de los colectivos artístico-políticos más relevantes de las últimas décadas. La portada, en tonos sepia-cobrizo –Ciudad estrellada, de Sodomass–, reimagina Estrellada II, acción de las Yeguas del Apocalipsis realizada en el frontis del Museo Nacional de Bellas Artes a raíz de la censura de Casa Particular, video de Gloria Camiruaga que contaba con la participación de Pedro Lemebel y Francisco Casas. Ya desde el inicio el lector se enfrenta a la provocación de un libro que no es un manual o una guía introductoria al cuerpo de obra de las Yeguas del Apocalipsis. La ilustración de la tapa nos indica que la opción de Carvajal –y del conjunto de artistas que diseñaron imágenes para el texto: Perpetua Rodríguez, Sodomass, Lucas Morgan Disalvo, César Valencia– es tomar la trayectoria del colectivo de Lemebel y Casas como el punto de partida para otra cosa: el aprovechamiento creativo de materiales producidos por las Yeguas. 

Una opción de este tipo es posible gracias a los años de trabajo que Carvajal ha desarrollado sobre las Yeguas, en particular el que ha derivado en la constitución del Archivo Yeguas del Apocalipsis (proyecto levantado en conjunto con Alejandro de la Fuente y el apoyo de Casas, Lemebel y la galería D21). En una tonalidad que la aleja de la erudición solemne, el libro demuestra la familiaridad con un vasto acervo de recortes de prensa, fotografías, documentos efímeros, registros de video hechos por terceros sin previa planificación, entrevistas realizadas para la conformación del archivo y conversaciones directas con la dupla de las Yeguas. La convulsión coliza presenta los resultados de una investigación que es “una forma de andar un camino imprevisible. El camino no de un cazador, sino de quien se deja atraer por un animal escurridizo […], pasando por los lugares donde aquello que busca alguna vez dejó sus huellas: lugares físicos y afectivos texturas de experiencias antes que lecturas o bibliotecas”.   

Desde un modo de lectura que aprovecha la inestabilidad constitutiva de las historias y memorias de las disidencias sexogenéricas, el texto apuesta por hacer de la dispersión y la heterogeneidad de sus materiales una potencia y no una limitación. Acaso dialoga con una de las intuiciones que se desprenden de la reflexión de Antonio Gramsci, que en sus Cuadernos de la cárcel comenta que la historia de las clases subalternas “es una función ‘disgregada’ y discontinua de la historia de la sociedad civil”. El carácter dispar de la experiencia del colectivo, lo mismo que las memorias en disputa y recuentos ficcionalizados sobre su trabajo (en particular Yo yegua, de Casas), lleva al libro a componer un relato en el que el pasado se encuentra en estado de latencia, como historia no realizada o antecedente de un futuro truncado que ahora puede volver. En un diálogo con las ideas de José Esteban Muñoz, Nelly Richard y Jack Halberstam, Carvajal reorganiza las cronologías y los ritmos de su relato para que emerja una desviación que se exhibe y se oculta en el trajín de la performance en circuitos under o en las irrupciones del campo de las izquierdas. “Históricamente, el orden social mayoritario ha negado la heterogeneidad temporal. Formas alternativas de vivir el género y la sexualidad que siempre han estado ahí, pero siguen otras trayectorias temporales, han sido desrealizadas y relegadas a un fuera de tiempo. Las Yeguas del Apocalipsis habitan ese tiempo eclipsado que ha sido usurpado a las vidas de las disidencias sexuales y de género”.  

Una estela de modulaciones de lo negativo se despliega en el análisis de Carvajal: la promiscuidad, los espectros, el subsuelo, la orfandad, la caída, el duelo, el contagio. Al revisitar el repertorio de acciones de las Yeguas el foco sobre estos conceptos hace aparecer el filo crítico y la potencia imaginadora del colectivo. Así, en Las dos Fridas las Yeguas “se inclinaron por politizar y desprivatizar los discursos sobre el VIH-sida componiendo contraimágenes en torno al contagio, la inmunidad y la vulnerabilidad de los cuerpos”, mientras que la cueca de La conquista de América “bailada en silencio sobre el mapa cubierto de vidrios, era una instancia de duelo en la que se infiltraba el destello de un flirteo ilegítimo. Impregnaba el duelo de un brillo erótico, ahí donde la mirada dominante solo podía ver estigma o sufrimiento”. El argumento que construye Carvajal resuena con las ideas del filósofo y psicoanalista brasileño Vladimir Safatle, quien ve en el desamparo una inflexión afectiva de características similares a las que aparecen en las acciones de las Yeguas que confrontan la violencia desde facetas inusitadas, a veces incómodas, pero que no renuncian a la cuota de erotismo o goce que signa las vidas maricas y travestis.

Aunque dialoga con la larga tradición de estudios cuir desde y sobre América Latina, La convulsión coliza ensaya una apuesta decidida por releer el corpus de las Yeguas desde matrices novedosas, revisitando las tesis ya consolidadas sobre el campo artístico de la dictadura. A partir de miradas vinculadas al giro afectivo, los nuevos materialismos y el descentramiento post-humanista, el análisis de las poéticas del colectivo señala su carácter singular, situado en un país aún herido. La persistencia de ese dolor –encabalgado entre la catástrofe (dictatorial, del VIH-sida) y el fin de la historia (la caída de los socialismos reales y la transición pactada)– deja perplejo a colegas neoyorkinos, como muestra el ensayo “La espina en el costado”, de Alejandro de la Fuente, incluido hacia el final del libro. Se insiste aquí en una vocación por abrir nuevos sentidos que no equivale a relegar las lecturas del pasado al basurero de la historia, sino interrogar su actualidad y reconocer su importancia, como ocurre con un texto de Nelly Richard que permaneció por décadas sin publicar y que, sin embargo, informa la mirada de Carvajal. La propia Richard contribuye con un prólogo y, junto al texto de val flores incluido hacia el final, contribuye a una apuesta polifónica y plural.

Posiblemente sin anticiparlo durante su escritura, el libro nos llega en un momento de altísima tensión para la existencia pública de las disidencias sexogenéricas. La Blitzkrieg impulsada por sectores ultraconservadores a propósito del proceso constituyente se suma a las cavilaciones centroizquierdistas y liberales que apuntan a las “políticas identitarias” (una forma taquigráfica de decir mujeres, maricas y mapuche) como la fuente de todos los males del progresismo. Contra esta constelación, La convulsión coliza es un recordatorio incisivo de las impugnaciones realizadas por las Yeguas a una izquierda inflexible y un naciente movimiento LGBTIA+ que tuvo, en el mejor de los casos, posiciones timoratas sobre la presencia travesti y seropositiva dentro de sus reivindicaciones. La reconstrucción y reinterpretación de sus apariciones en actos del Partido Comunista, en el acto de intelectuales en apoyo Patricio Aylwin o en los encuentros lésbicos y homosexuales realizados a inicios de los noventa cifran una incomodidad, un atrevimiento que bien podemos aprovechar hoy.

En las primeras páginas del libro Carvajal indaga brevemente en la etimología de cola/coliza a partir del Diccionario Coa de Armando Méndez Carrasco, señalando que “al escoger una palabra de la jerga local –a diferencia de lo gay como código global y signo de blanquitud–, con todo lo cenagoso e inestable de su historia, las Yeguas eligen la opacidad”. Me permito ampliar la búsqueda lexicográfica a la otra palabra que da título al libro y que, a mi parecer, condensa su aproximación al trabajo de Lemebel y Casas. La semántica de la convulsión designa movimientos como el pasmo (como indica Sebastián de Covarrubias), la contracción (Diccionario de autoridades) o la agitación (en la etimología de Joan Coromines). En todos estos casos se configuran direcciones contrapuestas, pues si el pasmo sugiere la parálisis (suspensión de los sentidos y agarrotamiento de los miembros), la agitación, en cambio, indica el estremecimiento (actividad involuntaria, repetitiva y oscilante de los músculos). Quizá La convulsión coliza sea la juntura inestable de contracción y agitación; la memoria de desaparecides, de cuerpos seropositivos, la herida que se repite y no cierra, a la vez que la provocación disruptiva, del movimiento excitado, del goce plebeyo y el glamour popular.  

Por Matías Marambio de la Fuente

Ilustración de portada por: Sodomass (2023).

 

 

 

 

Fernanda Carvajal,
La convulsión coliza. Yeguas del Apocalipsis (1987-1997).
Santiago
Ediciones Metales Pesados
2023
295 páginas.