Cuando pensé en escribir sobre este libro de poemas, di varias vueltas en círculo por cómo empezar a reseñarlo. No pude evitar volver al inicio de La palabra quebrada: Ensayo sobre el ensayo de Martín Cerda, quien señala la importancia de la escritura fragmentaria en la literatura contemporánea, no como una totalidad perdida ni las anotaciones para un libro total, sino que “son textos expresamente concebidos, trabajados y ejecutados como entidades formales autónomas: una forma de escritura que, en lo esencial, responde no sólo a un determinado tipo de coyunturas históricas sino, además, a un modo de mirar, asumir y valorar el mundo”. Esta última parte habría que destacarla.

No negaré que es complejo entrar al juego del libro. Cada poema o sección del poema tienden a la dispersión, incluso en ocasiones cada verso. Como si fueran los restos de un naufragio donde diferentes tiempos se entremezclan. El libro inicia con un capítulo único titulado Los cielos dobles de neón, la ausencia de subsecuentes divisiones del libro establece lo incompleto como parte de su poética. Entre líneas pareciera indicar, tal como en la trama de una ficción especulativa (ex ciencia ficción), que existió un hecho que despedazó el mundo tal como lo conocemos, por lo que desde entonces sólo quedan ruinas:  

 

Y eso fue el planeta; apenas un aire 

un puñado de piedras, apenas 

una ración de piel inserta en esa ojiva ínfima de mente; 

un órgano intruso pero que aún se expande 

y se despierta lento y se teme 

porque ya pronto lo avienen 

las imágenes

(…)

(p. 40)

 

El texto erosiona nuestra curiosidad respecto al hecho que provocó la catástrofe. No hay respuestas concretas, a diferencia del cine o la narrativa clásica de ciencia ficción donde existe una lógica de acción-reacción con las subsecuentes explicaciones racionales de los hechos. Es más bien una suma de sensaciones, recuerdos y enumeraciones o descripciones que retornan al “personaje” del poema, como si fuera verbalizando su flujo de conciencia. Como un soliloquio de quien deambula ante ese paisaje:

 

Cerrar los ojos y cruzar 

                      ungir el labio en la arena 

los dedos jalando el aire 

la ciudad atrás y esas gentes 

la bencinera & sus puertas androides 

& el video donde aún permaneces 

& las vitrinas abandonadas; 

toda esta noche 

y haber venido por tan poco 

si siempre eres tú, en ese reflejo 

apenas tú y esta carretera 

(p. 29)

 

Existen una serie de poemas que al final de la página terminan en un abismo. No terminan de hilar una idea sino que son cercenados de su posible sentido o reiteración: cuídate mucho mi vato allá en lo tan lejos / que aquí ya nos / soltamos / que aquí ya nos perdemos / ya nos, o en la luz en la ventana / en la casa / en el cerro / en la autopista / en el pueblo / donde nadie / donde no. Estableciendo al poema como si fuera una grabación entrecortada, un discurso que se pierde en la memoria o las páginas del libro. 

Volvamos a Martín Cerda: la escritura fragmentaria como “un modo de mirar, asumir y valorar el mundo”. Si la visión total de la historia es nada más que un fantasma y la imaginación política ha terminado decantando en un futuro oscuro sin utopías, donde luego del capitalismo en verdad solo existe el escombro y ya nadie es capaz de pensar en un por-venir, es evidente que la fragmentariedad es la forma precisa para Jan, invierno nuclear. Recuerdo que la escritora Ana Tapia mencionaba que su libro de poemas Las ovejas radiactivas de Kolimá había nacido como una primera tentativa para escribir un libro de cuentos, en ese sentido, se siente como si Bruno Renato hubiera realizado el ejercicio a la inversa, es decir, que hubiera escrito una novela en esta atmósfera y la hubiera desmenuzado de todo convencionalismo hasta convertirla en este libro de poemas que genera más enigmas que certezas.

No cabe duda que cualquier interpretación de un libro de poemas o en sí, de cualquier artefacto artístico-cultural exhibe y habla, en verdad, más de quien reseña que del objeto a partir del cual se escribe, uno podría decir que Jan, invierno nuclear otorga distintas tonalidades de luz e invita directamente a sus eventuales lectores a generar sus propias interpretaciones de estos textos circunscritos a los cielos dobles de sus calles.

Por Pablo Molina Guerrero

 

Sobre:

Jan, invierno nuclear
Bruno Serrano
Ediciones Inubicalistas
Valparaíso, 2022
68 páginas