Una presentación implica, casi por definición, una lectura —una interpretación— del libro. No sé si quiero hacer una lectura de Un día quemaré sus castillos, porque el libro juega precisamente con eso, con las expectativas del lector/ intérprete y puede llevarlo en una dirección, después en otra y terminar en el vacío. También puede ser que pase exactamente lo que uno espera. Este libro no es fácil de clasificar ni de interpretar. Empiezo, entonces, por el título, que es una promesa y una amenaza, que es una línea que podría haber dicho Bertha Mason o cualquier mujer en el mundo. Y, de hecho, todas ellas dicen ese verso. Es una instancia de la polifonía que estructura el libro. Siempre hay muchas voces, a menudo en penumbra detrás de una voz, a veces en algarabía, en gemidos simultáneos.

Este libro no es fácil de clasificar. En vez de hacer eso, voy a hacer lo primero que pensé.

Pienso, entonces, que me gustaría decir algunas advertencias sobre el libro.

Trigger warning, como dicen los gringos antes de presentar algo que puede ofender la sensibilidad del que escucha u observa: trigger warning, hay violencia, hay menciones sexuales explícitas, hay una representación del profeta Mohammed, etc.

Me dan ganas de empezar con un trigger warning: el poema “Jane Austen se rompe los dientes” es tan vívido que lo leí sujetándome la boca, como si con eso fuera a proteger los dientes de la hablante del poema, como si así no fuera a decir el poema casi en voz alta, como si así fuera a proteger mis dientes también.

Otra advertencia: es súper difícil hablar de este libro porque casi todos los poemas están construidos como un chiste, es decir, van construyendo la tensión y el suspenso hasta terminar con una súbita incongruencia que, lejos de ser realmente incongruente, le da sentido —otro sentido— a todo lo anterior. Los poemas de Greta Montero, entonces, tienen un remate final, pero, aunque con la estructura de un chiste, solo algunos son divertidos. En otros el remate funciona como un KO. Otros equivalen a que te desuellen; se sienten como me imagino que se debe sentir que te claven un cuchillo entre las costillas y tener terror del dolor que vas a sentir cuando te lo saquen. Hay personajes históricos hollywoodenses, personajes ficticios, mitológicos, escritoras como las hermanas Brontë, que experimentan el éxtasis, el horror, la humillación, el miedo, la risa, y de alguna manera, moviéndose entre el humor, el horror y otras muchas cosas, el libro funciona de manera orgánica, como un todo y, a pesar de la variedad de registros, no solo como colección de partes. Estos personajes no pasan uno al lado del otro sin reconocerse, tampoco conforman un carnaval ni una reunión. Quizás un baile de máscaras, aunque nunca he ido a uno.

Me gustaría empezar por la dedicatoria: es, curiosamente, a Jean Rhys, una escritora muerta, pero tiene sentido si uno piensa que Rhys escribió desde la perspectiva de la primera esposa de Rochester en Jane Eyre, la que encierran en un ático por loca. Greta Montero también está recuperando esas experiencias, esas voces: las de los silenciados por buenos motivos o por motivos pésimos.

Me gustaría empezar por el humor. Los poemas que son divertidos son muy divertidos a la vez que son tristes o críticos, o mezclan el humor con la hondura: sobre todo, la sección de mensajes de email o whatsapp entre estrellas de cine muertas. Greta Montero pone en boca de Mickey Rooney escribiéndole a Ava Gardner una serie de mensajes que reflejan con exactitud la dinámica del machito incel que se presenta a sí mismo como un buen hombre, pero se pone agresivo cuando lo dejan de lado. No hay, en esa serie, respuestas de ella, aunque Ava Gardner sí le responde a Frank Sinatra, como Vivien Leigh a Laurence Olivier, Loretta Young a Clark Gable, también con silencios intercalados, con motivaciones en penumbra (a pesar de que todas estas estrellas de cine tienen acceso a IG, a Twitter) y sin embargo en ese silencio se escucha una voz. No quiero caer en el cliché de que el silencio habla (o, más precisamente, como dice sor Juana Inés de la Cruz, habla si se le pone una etiqueta para señalar lo que ese silencio en particular quiere decir). Aquí, el silencio tiene algunas etiquetas y grita. Las estrellas de cine muertas que afirman un amor autodestructivo, que aseguran haber visto el fin del amor, no hablan ni callan: gritan en su silencio y en sus recriminaciones.

Creo que eso es algo que pasa en todo el libro. Hay poemas y hay silencio, y estos poemas —que son poderosos, que muerden y retumban— también se contienen, pero cuando lo hacen uno siente la sangre igual, siente un pulso amenazante. Hay horror casi gore, pero también una especie de delicadeza que hace poderosa la ausencia. El poema “Carta de amor”, con ecos del Cantar de los Cantares y del Cántico espiritual de Juan de la Cruz, cuenta, como sus referentes, con la ausencia de la amada, así como el discurso de Rooney se hace posible solo porque nadie le responde. Ambos silencios, ambos vacíos, ambos interlocutores ausentes se dan en registros absolutamente distintos a primera vista: “Carta de amor” se lee como un poema de amor y como un poema místico. “Mi amada va a esperarme / en lo alto del monte. // Mi amada es un cervatillo del bosque”. Pero entre los ecos místicos, hay una amenaza: “Ella no sabe que tarde o temprano / mi voz la hará saltar al vacío”. Los amores, todos los amores de este libro, son traicioneros, maleteros, dejan ver la sombra de un peligro o directamente clavan el puñal entre las costillas, dejan ver el desgarro y el simple desencanto de la gente que amamos, pero dejamos de desear, que amamos, pero dejamos de amar, que amamos y no nos amó de vuelta, como le pasa al Rooney patético de estos mensajes y, en última instancia, con cada personaje que tiene voz en este libro. El amor nos destruyó, el amor nos dejó abandonados en un ático con apenas un poco de ginebra y esa es razón suficiente para quemar todos los castillos, todos los áticos de los hombres, como dice la hablante del primer poema.

Me gustaría empezar diciendo, y con esto termino, que el elemento en común de estos poemas, lo que hace que sea un libro y no una colección de textos, es una tremenda intensidad que traiciona su propia voz para mantenerse casi en todo momento en un clímax que no se puede sostener, que está a punto de quebrarse y que, sin embargo, perdura en la misma medida en que se subvierte. Son poemas antagónicos y agónicos.

“En aquella época yo era delicada como una flor / y no podía mirar a los ojos. / —Sus ojos son demasiado grandes —decían. / Así que debía bajar la vista y seguir el camino / al que me destinaba mi marido”.

 

Por Luc Virginia Gutiérrez. 

Sobre:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un día quemaré sus castillos
Greta Montero Barra
Overol
2022
112 pp.