Ni el más optimista de los lectores pondría a Michel Houellebecq del lado de los optimistas. Aún más, solo un loco lo haría al enfrentarse a la portada de su último libro, en la que, bajo el título rotundo “Aniquilación”, la oscuridad devora el dorado tradicional de las ediciones de Anagrama.

Y, efectivamente, en principio, la lectura de Aniquilación no permite trasladar al autor de Serotonina al lado de los esperanzados. Por el contrario, en la novela encontramos lo que siempre encontramos en los libros del francés: nihilismo, enfermedad, tragedias familiares, suicidio, convulsión social y otros males. También, por cierto, están presente sus mayores virtudes, especialmente, aquella agudeza que parece impune a la corrección política, aquella que no busca la provocación –como gustan hacerlo tantos hoy en día– sino que produce la provocación a partir del contenido: “Ningún filósofo parecía proponer una solución de este tipo, todos, al contrario, parecían coincidir en que había que aceptar la condición humana <<con sus limitaciones y sus grandezas>>, como había leído una vez en una publicación de obediencia humanista; algunos enunciaban incluso la idea repulsiva que convenía descubrir en ella cierta forma de ´dignidad´. Como habría dicho un joven, ´lol´”. 

Así, el texto aborda las peripecias (nótese el sarcasmo) de Paul Raison, un burócrata acomodado francés, mano derecha y confidente del Ministro de Economía y Finanzas, Bruno Juge. Raison es el típico personaje de Houellebecq, hombre blanco, privilegiado económicamente, que parece discurrir por la vida sin mayores motivaciones, inmerso dentro de una crisis de pareja y familiar que no consiguen angustiarle demasiado y en el que solo su inconsciente parece agitado, según podemos concluir de los delirantes sueños que son intercalados por el autor a lo largo de la novela. Todo esto en pleno periodo eleccionario, en el que una figura de televisión lleva todas las de ganar, con Bruno como su compañero de fórmula. Mientras tanto se desarrollan extraños atentados que parecen no tener ninguna motivación plausible o conexión entre sí, con estándares tecnológicos y técnicos que superan por mucho las capacidades del Departamento de Inteligencia Francés.

En este contexto, tan propio de Houellebecq, el francés, como siempre, consigue transmitir con precisión esa sensación de extraña alienación del sujeto pensante enfrentado al cada vez más raro mundo moderno: “Esta muerte solitaria, más solitaria de lo que había sido nunca desde los albores de la historia humana, había sido ensalzada en los últimos tiempos por los autores de diversas obras de autoayuda, los mismos que unos años antes enaltecían al dalái lama y más recientemente habían abrazado la ecología fundamental. Veían en ella el bienvenido retorno a una determinada forma de sabiduría animal. No eran solo los pájaros los que se escondían para morir, según el título francés del célebre éxito de ventas de una escritora australiana que además había inspirado una serie televisiva aún más famosa y lucrativa, la gran mayoría de los animales, incluso los que pertenecían a una especie en lo más alto de la escala social, como los elefantes o los lobos, al presentir la llegada de la muerte sentían la necesidad de apartarse del grupo; así hablaba la voz de la naturaleza con su sabiduría inmemorial, resaltaban los autores de diversas obras de autoayuda”.

Frente a esta oscura amalgama de elementos ¿por qué, entonces, la contraportada incluye notas que hablan de una puerta a la luz, esperanza, romanticismo, si en la novela todo parece irse al carajo irremediablemente?

Porque Aniquilación, además de contar con los rasgos distintivos de la obra del francés, incluye un aspecto novedoso, expresado en la relación que se desarrolla entre Paul y Prudence, esposos de toda la vida, separados de facto, pero convivientes durante largos años en los que apenas pueden dirigirse la palabra, que a lo largo de la novela se van encontrando, como dos adolescentes con la vida por delante, aun cuando todo se degrada a su alrededor: “Lo que sucede dentro de una pareja es particular, no es extrapolable a otras parejas, no es susceptible de intervenciones ni comentarios, muy separado del resto de la existencia humana, diferente tanto de la vida en general como de la vida social común a muchos mamíferos, ni siquiera es comprensible a partir de la descendencia que la pareja haya podido engendrar, por último, es una experiencia de otro orden, ni siquiera una experiencia propiamente dicha, una tentativa”.

No sé si será suficiente para tratar a Houellebecq de optimista, pero en un escenario incipientemente apocalíptico, surge como contrapunto el reencuentro de estos personajes, quienes, como lo hicieran Edward Norton y Helena Bonham Carter con Pixies sonando de fondo, encuentran en su compañía –aquel espacio muy diferente al resto de la existencia humana– un inesperado refugio contra la Aniquilación.

Por Javier Villagrán

Sobre:

 

Aniquilación
Michel Houellebecq
Anagrama
2022
Traducción de Jaima Zulaika