I- EL MIEDO

Rosas de fuego, por el terror blanqueadas,
las tres Niñas sobre el frío muro encaramadas,
miran brillar los grimorios; y los espectros
de sus memorias sobre las losas son evocados,
con la sombra con dedos marcados
en los muros con sus sudarios blancos,
y con garras como ramas.
El dosel negro tiembla y muerde
con los dientes de su calavera
el silencio que serpea en torno.
El dosel negro como una torre
que a tres guerreras socorre,
abre sus ojos de tronera.

Rosas de fuego, por el terror blanqueadas
en largas camisolas de cisnes,
las tres Niñas, sobre el frío muro
mirando gesticular los signos mudos
con los brazos por el terror entreligados
abren sus ojos como escudos.

 

II- LA PRINCESA MANDRÁGORA

Con su varita de oro, el Hada
en la selva sofocada
bajo los pliegues de las sombras pesadas
ha conducido a la princesa pálida
y por su orden, el terciopelo de la espuma
ha puesto
a sus pies de ópalo los zapatitos de tortura.

Y en su traje de lentejuelas
gotas de rocío destilan
y los hongos a sus pies prosternan
su cabeza rapada.
Los conejos fuera de su madriguera,
las babosas, cenizas de un hogar
de barro y limón amasado,
sus frentes de demonios han alzado
hacia la madrastra triunfal.

De pie queda la Princesa
como un árbol donde la savia entra,
rígida queda la Princesa;
y, pasando sobre su frente de hielo
todos los huracanes de los miedos
lanzan sus rectos cabellos al cielo.

 

III. EN LA MADRIGUERA DE LOS GIGANTES

He visto tres, he visto seis
de los Gigantes monstruosos sentados
sobre los declives y los escarpados
y sobre los pedestales de mármoles,
con sus gruesos brazos acortados,
y sus barbas como árboles,
y sus cabellos llameantes al viento
sobre el inmóvil paraviento
de las murallas monumentales,
he visto seis Gigantes en sus sillones reales.

Y bajo sus enmalezadas cejas,
he visto sus ojos de oro brillar
como el oro de dos ejes girando
bajo un fúnebre carruaje.
Son seis vacas para ordeñar,
rocas en el lago de su leche viandante
con los pies en sangre, los seis Gigantes.
Sus dedos magros remueven la sangre,
como antorchas que en ella se apagan;
con negra sangre su cuerpo se tiñe,
junto a sus piernas vestibulares.
Y sobre el cuello del Rey Gigante,
gesticula un cráneo insignificante.
Falta cabeza sobre estos hombros.
Y frondosos como sauces sus puños,
benditos y triunfantes se hallan,
como cirios luminosos en la cueva sombría.
Dos grandes alas de lechuza cizallan
sobre su cuello en la luz tardía.
Y el Gigante hundió su dedo
en un inmenso velero
que debe atravesar el lago de su imperio.
En su dedo el mástil del velero.
Y están encorvados los osos pardos
bajo las pieles y los fardos
su espinazo de grímpola doblan.
La tempestad es una lámina
de sierra o muros almenados,
o pequeños locos sobre pequeños hornos.
Reman sobre el agua burbujeante
ritmando la danza espeluznante
de los bucles marrones de sus vellones,
con los latigazos de los horizontes.
En la proa la pálida Princesa
a espaldas de sus bogadores,
ve girar como una rueda nueva
un gran pájaro entre los rumores
y los truenos de la cueva.
Con largo cuello el pájaro verde,
espera volar contra el huracán loco
torciendo sus fuertes alas un poco.
Un pájaro en la cueva honda,
un gran pelícano de esmeralda ronda,
siempre con nuevos alientos…
Y hacen nudos los movedizos vientos.
Muy lentas, impasiblemente,
entre las reinas de los espantos,
trepan por los muros durmientes
grandes móneras sangrantes.

Traducción de Arturo Carrera.
Poemas de Alfred Jarry

Estos poemas de Alfred Jarry corresponden al tercer número de la revista El Cielo que editaron César Aira junto a Arturo Carrera. Poder leerlos hoy solo es posible gracias al invaluable trabajo que realiza el Archivo Histórico de Revistas Argentinas (AHIRA), a quienes agradecemos enormemente por su labor.