Leí a Ricardo Piglia[1] recientemente cuando refiere a las “formas” que ha adoptado la literatura en tanto estructura o matrices sobre las que se ha asentado la literatura universal. Y hablaba de dos formas que denomina de “los viajes” y de “la investigación”. Y señalaba que todo aquel que viaja lo hace para luego contarlo. Por ejemplo puedo imaginar, nos dice, que el hombre que dejó la caverna para buscar alimentos vio algo que llamó su atención o le ocurrió algo que luego contó a sus compañeros. Y el otro ejemplo se puede remitir al “brujo” de la tribu que por el vuelo de los pájaros o por hechos que le llaman la atención descubre o vaticina algo. No necesita viajar sino notar hechos extraños que desentrañar. El primer caso es Ulises y el segundo claramente Edipo. Uno viaja y narra su prolongado viaje antes de volver a Ítaca y Edipo desentraña una serie de hechos entre los que está la muerte del Rey y descubre finalmente que él fue quien la ocasionó.
Benjamín[2] alude a dos tipos también, al “pescador” que también viaja por el océano como Moby Dick de Melville o remonta un río en el Corazón de las Tinieblas de Conrad y luego, cuando regresa, relata las peripecias a otra gente. Y “el caminante”, aquel que recorre caminos y luego en una Posada relata en forma oral todo las aventuras que le pasaron. En esencia es lo mismo. El libro de las Mil y una noches, cuya mejor versión, según Borges, es la de Galland, recoge relatos orales pero la estructura se basa en los pesares de un Rey que es traicionado y procura una joven del Reino para cada noche y luego al amanecer la manda a matar. Hasta que Sherazade comienza a contarle historias que suspende al alba y así logra vencer el destino prefijado. Al igual que en el Quijote hay una participación activa del personaje ya que ella en una noche le cuenta al rey su propia historia y así el relato semeja una circularidad eterna donde todo recomienza. Lo mismo Alonso Quijano le dice en un momento a su escudero que “los están contando” pero quien lo hace es un impostor, que son relatos apócrifos, falsos y que ellos son los verdaderos. Borges concluye diciendo que si los caracteres de ficción hablan de lo que ocurre en la realidad nosotros, que somos reales, bien podríamos ser personajes de ficción y así, las barreras entre ficción y realidad se hacen laxas y tienden a confundirse o a fundirse en una unida de sentido.
Esta última “forma” parece ser la que adopta el escritor Santiago Vega cuyo alter ego es Washinton Cucurto donde al decir de la crítica el autor se introduce o se “incrusta” en el personaje de tal manera que ya es imposible diferenciarlos. Vega ya no es Vega sino un personaje hecho de hibridaciones, de marginalidades, que habla de “bailantas” y “cumbias” y sus novelas transcurren es los barrios de Once o Constitución, barrios de paraguayos, bolivianos, peruanos, dominicanos, etc. y donde con un lenguaje soez, sin “filtros” refiere a la “cultura” del conurbano. Él mismo cuenta que trabajaba como repositor de un supermercado y comenzó a leer lo que su compañero traía para los momentos libres. Comenzó con poesía y un grupo de poetas, agrupados en “18 wiskies”[3], lo bautizó Cucurto como su apócope de “yo no la curto”[4]. Leo ahora “Una mañana terrible” y “Apocalíptico rescate de Zelarayán” dos poemas de Cucurto[5] de los cuales transcribo parcialmente el primero:
ZELARAYÁN[6]
porque no podemos dejar
de decir lo que hemos visto y oído
Los Hechos 4:20
Una mañana terrible
1
A las diez
de la mañana
recitando sus mejores
poemas
asustando a cajeras y viejas
con su aullido
Ricardo Zelarayán
era arrastrado de los pelos
por los guardias de seguridad
por tirar las espinacas
al piso,
la bandeja de los kiwis
al piso,
por destapar los yogures
de litro.
Ricardo Zelarayán
era arrastrado de los pelos
por andar como un demonio
entre las góndolas
imprimiendo temor
en niños y niñas
niños que tienen
el sexo y el hurto
en los ojos
niñas que gozan
del gozo
del libidinoso
monstruo
que piensa
en el dulce retorno
fulgor y deleite
del virginal ano.
El monstruo
fue desalojado
del supermercado
por tener malos hábitos
y ser improductivo
para la Sociedad
para la Gran Empresa Nacional
de los Mendes.
El epígrafe es elocuente en cuanto a narrar la realidad tal cual, probablemente haya presenciado Cucurto robos o desmanes en el supermercado y haya leído a Zelarayán y de esa conjunción surge el poema libre de ataduras y me animo a decir de rigores. Solo la realidad, esa realidad de un área tan híbrida como la denominada Conurbano, formada por “capas” de migraciones e inmigraciones de gente del interior del país y de países limítrofes. Y que han conformado una cultura basada en una música muy particular, en bailes, y en general una vida dura, probablemente de carencias y pobrezas tanto como de festejos y desenfreno. El conurbano es una zona que concentra el mayor porcentaje de indigencia y pobreza urbana del país.
Esa vida de arrebatos y “códigos” muy propios en la manera de vivir es la que “canta”, la que escribe Santiago Vega, convertido en el personaje de Washinton Cucurto. Muestra la obscenidad y la violencia así como lo que denomina “lo ácido” o mordaz, de esta nueva inmigración que se sitúa en los ’90. En su novela “Cosa de negros”, (Interzona, 2003), es donde nos cuenta la historia de un escritor dominicano que emigra a Buenos Aires y que después es el que narra todos sus libros. El personaje se “fagocita” al escritor y así nace Washinton Cucurto. Para algunos críticos un escritor semi-analfabeto al que se lo ha comparado con Arlt (1900-1942), célebre autor de clases medias bajas, inmigrante, que muchos “criticaban de escribir mal” pero que es puesto en valor por escritores y críticos por igual. Desde Beatriz Sarlo a César Aira que lo consideran el creador de la novela rioplatense. Lejos del refinamiento “borgiano” o de los centros de la “cultura” que propugnaba Victoria Ocampo a través de su revista SUR, Arlt en su corta vida produjo una obra significativa y cada vez más relevante en el concierto de la narrativa argentina. Cucurto es visto como una suerte de Arlt de nuestros tiempos, creador de Eloísa Cartonera, una editorial que se nutre de cartones y papeles reciclados de la basura y “personaje/autor” ocupa un lugar alterno y no menos singular en “las formas” que tanto Piglia como Benjamin, en el inicio de nuestra crónica, explicitan cómo a partir de lo cual se escribe. Cucurto es un personaje, nos escribe desde ese lugar y narra sin “pelos en la lengua” ni “filtros” la realidad que se cristaliza en los ’90 con mezcla de culturas y la vida en “los márgenes” de la vasta población que ocupa más y más espacio físico y cultural en un área pequeña en superficie pero abigarrada y presente en el conurbano bonaerense.
Cucurto fue publicado en varios idiomas y ya posee una gran cantidad de libros tanto de poesía como novelas. Esta somera semblanza de un autor “espontáneo”, surgido de la nada, ha logrado construir un universo particular y ganar un sitio en la narrativa, que como todo, el tiempo dirá sobre su perdurabilidad. Por lo pronto no “encaja” en los modos o “formas” clásicas de producir literatura y espero valga este texto como una somera semblanza de un autor autodidacta, “juglar” de la cultura de sectores “marginales” protagonistas de una “cultura” y de un lenguaje que les es propio. Cucurto podríamos arriesgar es “su voz”, el que los cuenta con sus nombres, el que narra los hechos que protagonizan, sin tapujos y de ahí su frescura y visibilidad. Esa forma de narrar “sin filtro” sobre un fenómeno social es tal vez su más elocuente característica narrativa.
Por Hugo Álvarez Picasso
Fotografía por Luigi Ghirri
[1] Escritor, Académico, Crítico literario argentino (1941-2017)
[2] Walter Benjamin, filósofo alemán, (1892-1940)
[3] En alusión a que se dice del gran poeta galés Dylan Thomas (Gales 1914 – NY 1953) que murió luego de ingerir 18 wiskies.
[4] “yo no la curto” significaría no tengo suerte con las mujeres, no ando con drogas, no tengo sexo o algo así.
[5] © Washington Cucurto
First published on Poetry International
[6] Poeta de culto Ricardo Zelarayán (1922-2010) admirado e inspirador de poetas como Cucurto, Fabián Casas, etc, también traductor y novelista. Consignaba su admiración por Macedonio Fernández.