Aceptar el desafío de investigar lo que hay más allá del sol es, en principio, curiosidad humana pura y dura, así como también lo es revisar un archivo familiar guardado en cajas oscuras que llevan años sin abrirse. Ambas cuestiones buscan encontrar respuestas sobre el pasado, o al menos ordenar los datos para comprender mejor el presente. Todo parece un gran embrollo filosófico sin fin que siempre termina encontrándose en el mismo punto de partida. Pero hay algunos matices, otros análisis a esa manoseada pregunta que nos empuja a estudiar el universo y enfrentarnos a nuestra historia desde una mirada artística.

El trabajo de Fernando Marín se basa en el archivo de su padre, quien trabajó en una base científica ubicada en la Antártica con el fin de estudiar fenómenos climáticos, atmosféricos, radiaciones cósmicas y auroras australes. En un impulso de revisión de cajas y registro familiar encuentra estos estudios interpretados en fotografías poco legibles, ruidosas y con datos técnicos difíciles de descifrar que su padre probablemente había olvidado en el ático de la casa. Imágenes que parecieran ser la superficie de la luna tomadas desde el Apollo 13. Es como encontrar un tesoro encriptado, desarrollado en un código enigmático para que no cualquiera pueda descubrir lo que contiene. Y lo que realmente contiene no es lo más interesante, sino la lectura que le da Fernando, aquella mirada astuta que convierte las imágenes técnicas en una ciencia ficción, el ruido en duda, los datos de medición en suspenso. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las huellas de un plan aeronáutico argentino revive aquella proeza en un código ficcionado, como si incorporar a la Argentina en la carrera espacial compitiendo con potencias como China, Rusia y USA no fuera una ficción en sí. Pero de realidad hay mucho, y Fernando decide aclararlo.

“Hacia 1969, veintiún personas construyeron la primera pista de aterrizaje que inauguró los vuelos intercontinentales a la Antártida. Ese mismo año el ser humano llegaba a la luna. Mientras, desde Sudamérica se lanzaba el cohete Tauro, que alcanzaría los 550 km de distancia en el espacio. Fue un hito internacional. Hubo otro gran suceso en 1969, en el marco del Proyecto Bio, la Argentina se convirtió en la cuarta nación en enviar un ser vivo al espacio y traerlo sano y salvo…”

 

 

 

 

 

 

 

 

Separar la señal del ruido para obtener imágenes que nos guíen en esta misteriosa y épica historia donde Fernando se ve inmiscuido por querer clasificar las interferencias.

 

 

Texto por Rodrigo Vergara

Fotografías por Fernando Marín