“Un prado en la madrugada, en algún lugar de la tierra (…)”
“El tiempo transcurre diferente aquí,
una hora es como un día,
un día es como una estación,
y el transcurso de una estación, es el transcurso de una vida”
Son estas las palabras iniciales que nos anuncian una nueva percepción del tiempo. Ya no como constructo único, ya no como estándar humano universal. Son otros ojos, son otras vidas las que definen qué es esta inconmensurable dimensión que acontece momento a momento. Microcosmos (1996), dirigida por Claude Nuridsany y Marie Pérenou, presenta desde y ante nuestra mirada las interacciones desconocidas del mundo de los insectos.
Hormigas avanzando entre la tierra
Microcosmos es un documental que tras tres años de rodaje, nos sumerge en medio de la hierba, con ojos genuinos y como un igual. Los segundos se ralentizan, el movimiento cobra una unidad clara, el paisaje toma nuevas proporciones. Presenciamos la guerra y la muerte, el nacimiento y la vida.
Una crisálida se abre, lentamente, dejando salir una mariposa
Con la mirada al nivel del suelo, vemos modos y ritmos desconocidos que nos sobrepasan, con una percepción totalmente distinta del tiempo.
Una chinita caminando con paso seguro
Una chinita caminando con paso seguro sobre insectos más pequeños
Incluso mirando aquí, entre las formas que obviamos, ¿es el tiempo de los insectos? Claramente, no lo viven igual.
“La huella del narrador queda adherida a la narración, como las del alfarero a la superficie de su vasija de barro”, comentaba Walter Benjamin apropósito del narrar. Tal como en la vida, algo moldea lo que vamos creando. En La representación de la realidad: Cuestiones y conceptos del documental (1997), Bill Nichols aborda cómo realizadores exponen su orientación hacia el mundo, en sus decisiones. La organización y selección del material crean una tonalidad y subjetividad propias, que compartidas, nos acercan una estructura del sentimiento. Pero en el vivir, esa estructura del sentimiento difícilmente se expresa si no somos quienes organizamos y seleccionamos, cuando son otras manos, las que nos indican cómo moldear el barro.
Desde aquí, en estas nuevas formas de tiempo, pienso en cómo aparecen hoy como una pregunta inevitable. Tanto el encierro que homogeneiza los días, como la amenaza de salir por subsistencia, han modelado aquello que entendíamos por cotidiano. La rigidez del calendario se ha difuminado, y la deshumanización del neoliberalismo se ha vuelto brutalmente nítida. Los tiempos productivos actuales, ajenos a nuestros tiempos subjetivos, han tensionado nuestra seguridad, construida sobre garantías ficticias.
Tal como el río baja y deja al descubierto las piedras en la sequía, la crisis revela a su vez los intereses en conflicto. Desde la exploración de Microcosmos, y en la angustia de hoy, mirar con ojos nuevos lo que obviamos aparece como impulso de sobrevivencia. Si en el transcurso de una estación, nos jugamos el transcurso de toda una vida, urge crear otros tiempos posibles.
Dos pares de antenas se encuentran. Las cabezas de dos caracoles se acercan, se acarician.
Sus cuerpos húmedos se unen en suaves movimientos. Con sus casas a cuestas, se encuentran con lentitud e intimidad.
Por Isabel Thackeray