Nanai
I
Todas las nanas se van al cielo.
La carita de Dios en la cordillera
aúlla sus nombres de nana
y ellas preparan el viaje hacia lo alto
son todas madres de Cristo
y santas atraviesan los valles
alucinando una familia
o hilvanándose el abismo al delantal.
Todas las nanas se van al cielo.
La periferia se vacía en prontitud
en tanto se inventan mudos lenguajes
de talones partidos y manos ásperas
resecando condominio tras condominio.
El acontecimiento laboral es performado
y los niños ajenos dejan de ser niños
para convertirse en animales domésticos
que observan atónitos a las no-madres ascender.
II
Nanai, apátrida
lleva un año en Chile.
Nunca ha trabajado en casa particular
por ello pide un sueldo inferior a sí misma
-conoce las leyes del mercado-
Se dejará llamar Nanai
pues lleva un nombre impronunciable
y aunque desconoce la palabra
asegura le recuerda a una canción de cuna.
III
Desobedientes, los cuerpos ajados
sobrevuelan las viviendas. Nadie dice palabra.
IV
Ella hacía nanai en mi cabeza perforada
cada llaga era arrullada por su canto.
Yo quería ser su hija su hermana y su mamá
su sur, su periferia.
Su carne siempre fue un lugar precario
aún así podía regocijarme y despreciarla
al mismo tiempo.
-Hazme nanai, Nana
le recitaba de memoria.
Sus ojos en catarata ofendían el quehacer
y se veía obligada a amamantarme como loba.
Ella era entonces mi ánima mis pasos
me enseñó la respiración el odio
la memoria y a saludar.
Ignoro su nombre por completo
pero las sílabas fáciles del delantal
endulzan su recuerdo de animal domesticado.
VIII
Ella jugaba a que éramos iguales:
me mostraba su corazón podrido
decía que la familia que los niños
que una casa que cadenas que llanto.
Yo también jugaba:
mi rol fue la afirmación y el sosiego
ser la extensión invisible de su cuerpo
habitarla, deshabitarla y hacerla dormir.
Su lengua blanca era frágil:
había nacido para susurrar palabra
y aun así repetía llorando de risa
que estas eran prácticas comunes,
funciones propias del cuerpo social.
Por Catalina Espinoza
Foto de portada por: Daniela Caniuñir