Febrero es el mes más cruel
Cinco señoras se reúnen
de manera periódica
en la pileta de una de ellas.
Se ubican en círculo
donde hacen pie,
donde no corre riesgo
su respiración,
hilvanan temas varios,
mientras las manchas brotan
de un día para el otro
en sus pieles del pecho
formando guapos
archipiélagos.
Yo aún no nací.
Es seguramente 1970
por sus jopos y sus mallas
por alguna referencia que logro anclar,
y sobre el denso tono bronce
veo que mueren una a una
todas ese febrero,
suavemente se van despidiendo;
chau, hasta pronto se dicen
¿hará frio allá? se dicen
¿realmente existirá la moral?
¿alguito al menos podré recordar?
La ronda pierde circunferencia
hasta que no queda
ni sus manchas, ni febrero,
ni las olas que provocaban
sus piernas al agitarse
mientras se reían.
Obra Mayor
En una habitación de Potosí
sobre calle Betanzos
una persona sostiene sus textos;
desparrama las hojas sobre la mesa,
ensarta la vista abierta
sobre la tinta seca.
Se ríe mientras masca:
sabe que es obra mayor,
lo mejor que se escribió
hasta el día de hoy
en lengua castellana.
En la pieza algo se pudre,
su panza cruje,
y pronto va a morir.
No tiene aún los treinta años,
ve los tachones,
ve sus fallas,
ve de manera limpia
las costuras con sangre.
Separa la silla de la mesa
apoya el culo mínimo
rola un tabaco y lo mecha,
siente el raspe del cuello
mientras enumera las hojas,
se acomoda para nuevamente
leer su prosa preferida.
Felpa
Miré dentro del auto.
La felpa de los asientos que son dos,
la curva sensual del techo,
y el árbol estimo araucano
cuelga acogotado
desde el centro del espejo
mientras suda su fragancia seriada.
Dos personas.
Una maneja y la otra sufre,
sufre sin dolor
porque todavía tiene
la lengua quemada;
quemada en café
que bebió del sepelio
de donde viene el auto
donde una señora que antes era su madre
se recuesta en el centro con su flamante cama
de reluciente barniz americano.
Alcancé también a ver su cabeza
cercana a rozar la curva del techo
atravesada por la imagen,
fresca,
de su madre en un mercado
entre góndolas en otra lengua,
irguiendo una bolsa metalizada
desbordada por la sospecha:
es café, según entiendo, es café.
Por José Peña (Argentina, 1991)
Pintura de portada por David Park