Pero donde se enciende una luz, los rayos 

no se pierden.

Herman Hesse

Los escombros caen.

Caen sobre cuerpos abandonados. Caen sobre personas que han sido calculadamente dispuestas al exterminio. Caen sobre las carnes de quienes narran -con testimonial corporalidad- las subversiones de los registros instalados. Caen sobre aquellos cuyas voces -que ya no son más que lamentos, ayes y quejidos- resultan inaudibles para nuestros blindajes burgueses, silenciadores de todo lo que desacomoda, lo que convoca, lo que reclama.

Se funda otra frontera, se traza en el mapa una línea divisoria más, un trazo letal que posiciona al otro en el campo del permiso absoluto para la violencia. Traza que diseña el diagrama de la mortalidad.

Se configura otro centro ficcional desde el cual se dirigen los valores oficiales; desde el cual se distribuyen las limitaciones o el acceso a las posibilidades según cuán obediente sea el postulante. Mientras, el hambre, la demolición y la aniquilación abaten, sistemáticamente, a gentes a las que el dios de los amos no ha de querer…, a pueblos a los que la piedad del artefacto moral no ha de incluir, a territorios columbrados como perecibles, sobre los que el polvo y la maldición tanática se ha legalizado. Pueblos bautizados como enemigos del Bien, en nombre del cual todos los males son sobre ellos desplegados. 

El lingüista Austin define la afirmación performativa como una extraña alquimia en virtud de la cual la producción de un enunciado crea lo que enuncia, es decir: el centro enuncia al borde como maligno con lo cual el centro crea, produce, al borde como maligno…, y el centro, investido de bondades y de discursos salvíficos inscribe sobre aquél la promesa de su borramiento, de su silenciamiento garantizándole ser devorado para ser salvado.

Caen sobre tantos, sobre numerosos, la injusticia de la Ley, del lenguaje, y el efecto del pacto de complicidad el cual conduce a que por temor al menoscabo de la reputación, de la inteligencia, del yo, los comprometidos sean pocos, aun si forman parte de la minoración, de la minoría afectada, a sabiendas o sin saberlo.

Caen los escombros sobre tierras susceptibles de muerte insusceptibles de paz. Porque siempre ha sido así, dicen…, porque es la razón de la historia, dicen… Caen sobre países que están cayéndose del mapa, pues no hay lugar para todos, dicen… Cae el gesto neroniano, el pulgar hacia abajo, condenando con implacabilidad los porvenires de los vencidos.

Relumbrón: el sol es soslayado por una larga medianoche, llena de cenizas y plegarias. Nacen cuerpos sin una vida a propagar, sin un entorno en el que nutrirse. Vida frágil pero latiente. Relumbrón: finalmente el asesino muere en manos del asesinado, y es que en la guerra lo que muere es la humanidad.

Adorno dirá: después de Auschwitz no se puede escribir poemas. Diremos: ha de ser necesario, justo y preciso que se escriban poemas. Ha de ser perentoriamente posible, porque tristemente han sido posibles nuevos Auschwitz.

 

Por Eloy Márquez