5 sextinas
1
El cuerpo
se gasta,
se cansa,
decae.
Un día
se acaba…
Se acaba
el cuerpo
un día.
Se gasta,
decae,
se cansa.
Se cansa,
se acaba,
decae.
El cuerpo
se gasta
un día.
Un día
se cansa,
se gasta,
se acaba,
el cuerpo
decae.
Decae,
un día
el cuerpo
se cansa.
Se acaba,
se gasta.
Se gasta,
decae,
se acaba.
Un día
se cansa
el cuerpo.
El cuerpo se gasta,
se cansa, decae…
un día se acaba.
2
Pieles que se rozan,
bocas que se acercan,
sexos que despiertan.
Huesos que se vuelven
polvo que se lleva el
viento de los días.
Viento irresistible
que acaricia pieles
y llena de polvo
las bocas, ablanda
los huesos, deshace
los sexos, resisten
los húmedos sexos
la lengua del viento
cala hasta los huesos.
Penetra las pieles
y busca las bocas
resecas, el polvo
del que vienes, polvo
al que vuelves, sexos
erectos y bocas
se los lleva el viento
que lame las pieles,
las convierte en huesos
que bailan, en huesos
que pronto hechos polvo
olvidan sus pieles
olvidan sus sexos
se entregan al viento
que nace en sus bocas
sin dientes, sus bocas
sin lengua, los huesos
vuelan con el viento
envueltos en polvo
buscando otros sexos,
buscando otras pieles.
Otras pieles, bocas,
otros sexos, huesos
que el viento hará polvo.
3
Arrojas los dados,
queda poco tiempo.
Tomas otro trago,
preguntas la hora.
Ya casi es de noche,
la suerte está echada.
La muerte está echada,
yace entre los dados.
Se acerca la noche,
no pierdas el tiempo.
A última hora
pides otro trago.
Un último trago,
la suerte está echada
desde aquella hora
en la que los dados
cayeron al tiempo,
entrando en la noche
del alma, la noche
que bebes de un trago
sin perder el tiempo
en tu cama echada
jugando a los dados
la muerte, tu hora
llegó, dice, es hora
de hundirse en la noche
devora los dados
y apura de un trago
el cáliz, echada
de espaldas, tu tiempo
terminó, ya es tiempo
de partir, ya es hora
tu ropa fue echada
a suertes, la noche
beberás de un trago
ya deja los dados…
(Dados, tiempo, trago,
hora, noche echada…)
4
Los días se suceden, cada uno
igual al anterior y al que le sigue.
El sol se alza igual cada mañana
y por la tarde idéntico se pone.
Tan solo yo soy otro: me hago viejo,
cansado, me encamino hacia el ocaso.
Contemplo los colores del ocaso
a la caída del sol, uno a uno
van apagándose, pienso en mi viejo,
es un buen tipo, no sé cómo sigue
esa canción. El olvido me pone
de mal humor. Otro día, mañana.
¿Será otro día, en realidad, mañana
o será el mismo? Mediodía, ocaso,
son casi iguales, sale el sol, se pone
de nuevo, ya lo dije, ¿no? ¿Soy uno
o muchos, multitudes? Sigue, sigue,
no pares, sigue, sigue, perro viejo.
El tiempo pasa y tú te pones viejo,
no hay nada más, nada menos, mañana
serás un poco menos joven, sigue
viviendo y ya verás, hacia el ocaso
inexorable vas, van uno a uno
todos los vivos. Qué triste me pone…
¿Se queja acaso el sol cuando se pone
de su destino? ¿O de sentirse viejo?
Qué va, eso de quejarse es cosa de uno.
Las cosas no se quejan, la mañana
las ilumina, al llegar el ocaso
su canto silencioso suma y sigue.
Su curso imperturbable el mundo, sigue,
no sabes bien por qué, triste te pone
su indiferencia. Vas con cada ocaso
cumpliendo tu destino, hacerte viejo
y perecer: mañana tras mañana
se acerca el fin, y qué le va hacer uno.
Los granos uno a uno caen, sigue
al día de hoy el de mañana, pone
un pie en la tumba, viejo, cada ocaso.
5
Te pones a mirar fotografías
sacadas de una caja que guardaste
por años. Te sorprendes con el rostro
de quien eras entonces, y ya no.
Te encuentras con imágenes que un tiempo
quisiste y ya dejaste de querer.
¿Cómo se puede dejar de querer?
¿Quisiste de verdad? Fotografías
un rostro y ya te lo arrebata el tiempo
en el instante en el que lo guardaste
lo estás perdiendo. ¿Lo tienes? Ya no.
El tiempo ya borró todo. No hay rostro.
O mejor dicho, todo tiene un rostro
que te contempla y que cambia, querer
fijarlo es un error fatal, no solo no
logran fijarlo las fotografías
en las que un día, ingenuo, lo guardaste,
sino que vuelven perceptible el tiempo.
El tiempo que lo borra todo, el tiempo
que te arrebata todo, hasta tu rostro
que no es el mismo que entonces guardaste
en un papel, creyendo que el querer
perduraría, las fotografías
mientras las miras te dicen: ya no.
No, no, ya no, nunca más, no, ya no,
no volverán los instantes que el tiempo
te arrebató, y estas fotografías
no capturaron sino el duro rostro
del tiempo, que atrapaste sin querer
mientras roía lo que tú guardaste.
Nada quedó de lo que tú guardaste
en esa caja. Esos días ya no
te pertenecen. Inútil querer
que vuelvan, ya se han ido, todo el tiempo
pasado se perdió, borrado el rostro
de aquel que fuiste en las fotografías.
Esas fotografías que guardaste
te muestran otro rostro, uno que no
resistió al tiempo y dejó de querer.
Por Fernando Pérez Villalón
Fotografía de Ernst Haas