Marta Colvin. Diálogos con el presente (Violeta Ediciones, 2024) es un tesoro de libro y un acto de generosidad que reúne el trabajo de una escultora con diez poetas, todas ellas mujeres que viven y trabajan en Chile. La edición elige no dar mucha información biográfica sobre la artista y simplemente presenta la obra en todos sus enigmas y fascinaciones. Las esculturas de Marta Colvin evocan misterios, un inefable, que forma un contraste o diálogo con la piedra y la arcilla pesada, materialidades que utilizó para sus piezas. La historia geológica y humana nos dan estas piedras y arcilla; el trabajo amoroso de Colvin les otorga una dignidad particular. Las obras llevan la marca de la creación humana, pero también habitan su entorno.

Con sus agujeros y concavidades, y sus elementos que no encajan perfectamente entre sí sino que reposan en una relación angular, acomodándose en una especie de coexistencia serena, las esculturas brindan combinaciones que siempre sugieren algo más allá de lo que se puede ver. Un secreto húmedo y elusivo parece existir tranquilamente en el corazón de la obra, pero la abstracción, con sus símbolos y enigmas no descifrados, ofrece un escape a la necesidad de explicación. Así el pensamiento corre como el agua alrededor de las piezas, encontrando elementos o ausencias para agarrar o acariciar a su antojo.

Las exquisitas fotografías de Nicolás Bezanilla resaltan los matices de los tonos tierra: grises, verdes, beiges, rojos oscuros, además de las sutilezas de las texturas del musgo que crece en las superficies de las obras expuestas al aire libre, como una segunda obra; con sus diferentes tamaños, ángulos, texturas y posiciones en la página, las imágenes crean conversaciones y silencios. En las fotografías bidimensionales, igual que viéndolas en la vida misma, es imposible ver una escultura completa de una vez; para eso, necesitaríamos caminar en círculos a su alrededor. Enfrentados por la imposibilidad de abarcar la vida en un instante, contemplar y entender se vuelve parte del proceso.

Sin embargo, la experiencia del libro es sólo en parte una experiencia visual. Cuando estaba recostada en un parque, en un glorioso día de verano, con este libro de esculturas y poemas en mis manos, me parecía escuchar las esculturas y los textos: fragmentos de una música vinieron a mi mente para cada unión de escultura y poeta. Me hizo feliz leer los dos prólogos de Rebeca Silva Roquefort y Elgar Utreras Solano, ya que ambos ofrecían una invitación al lector a acercarse a la obra con sentidos distintos al visual, especialmente a través del sonido. Los ecos de voces ocultas, las resonancias de otras épocas, las melodías y ritmos que resisten y sobreviven al paso del tiempo.

Cada poema responde a una escultura diferente, con su propio ritmo interno, sus propios cambios de velocidad y sus propias pronunciaciones; cada poema es en sí mismo una escultura abstracta, que refleja los mundos interiores y sensibilidades de sus creadoras, atentos a los murmullos ocultos de la piedra.

Elvira Hernández enfatiza la disciplina de la escultora, y su trabajo en el tiempo (“paciencia de granito hay que tener / Marta Colvin”); Rosabetty Muñoz describe la piedra como un templo cuya contemplación puede silenciar el ruido interior (“consuelo de una sola piedra”); Soledad Fariña asume la perspectiva de la escultura cincelada misma, que tiene una maravillosa personalidad (“Nací elevándome al aire / lanzando dardos”); Lila Calderón rinde homenaje a una escultura que imagina como una llama ardiente que nunca se apaga, eterna, desafiante (“Antorcha / que enciende revoluciones”); Mirka Arriagada escribe sobre el secreto que produce sus efectos, pero no a través de la palabra (“el no verbo es el reino del secreto”); Pía Barros explora el más allá de los materiales y las acciones (“innumerables abrazos que no cesarán con el tiempo”); Eugenia Brito reflexiona sobre una escultura de una mujer y un hombre abrazados, que también evoca para ella las ruinas del devastador terremoto en Chillán, y las acciones a seguir después de la catástrofe (“la paradoja de los quiebres”), Yeny Díaz Wentén canta su propia ligereza y fluidez, mientras acompaña a la piedra en sus movimientos (“yo muy ligera seguí onda y forma”); Margarita Bustos posiciona a la escultora como parte de una búsqueda de ancestralidad en los Andes y la historia sudamericana (“el camino que la cruz del sur anduvo / tras chaka hanan”), y Diana de la Fuente interpreta la escultura de una figura humana en la tradición de Quinchamalí, como una creación también sujeta a la violencia (“la matriz atravesada / deja un hueco”).

En estos poemas hay un deseo de reconectarse con la naturaleza y otras formas de ser, pero también una apreciación de la profunda soledad; también hay un anhelo por un tiempo primordial o futuro, y para los ciclos lentos de los ritos antiguos que preexistieron o sobrevivirán a otras estructuras sociales. Los poemas y las esculturas que alcanzan un poder maravilloso en su conjunto, viajan por ríos subterráneos que no pasan solo por el lenguaje.

 

Por Jessica Sequeira

 

Sobre:

 

 

Marta Colvin. Diálogos con el presente.
Varias autoras
2024
Museo Marta Colvin