Nunca me canso de citar a Godard, quien decía que la manera de criticar una película es hacer otra película. Para aquellos que quedaron insatisfechos con Lost Highway de David Lynch, les ofrezco Tres vidas y una sola muerte de Raúl Ruiz. El hecho de que ambas se hayan estrenado en Chicago el mismo día es uno de esos eventos serendípicos que, según Ruiz, pasan todo el tiempo.

Tres vidas…, protagonizada por Marcello Mastroianni, es una de sus últimas y más encantadoras apariciones en la pantalla. Como si supiese que el tiempo se le acababa, él protagoniza tres roles –o eso pensamos, cuando al final nos damos cuenta que probablemente era solo uno–. Son una serie de historias que en un principio parecen separadas y luego se cruzan, con Mastroianni actuando de un hombre que cambia roles, costumbres e identidades con la misma presteza que un actor callejero, moviéndose sin problema a través de sus múltiples vidas.

En Lost Highway, un personaje desaparece en la mitad de la película mientras que otro aparece. Cómo eso ocurre y cómo los personajes están relacionados (o quizás son la misma persona), te lo dejo para que lo descubras, no porque dude en revelar la trama, sino porque quizás no lo entendí. En Tres vidas y una sola muerte es mucho más complicado, y quizás más comprensible; las complejidades no fueron añadidas por antojo o el deseo de frustrar al espectador, sino como parte del delicioso juego narrativo de Ruiz.

La primera parte de la película podría ser una historia de Kafka; un hombre llamado Andre (Feodor Atkine) despierta desorientado, se despide de su esposa e hija, y sale a comprar cigarros. Él conoce a un simpático desconocido (Mastroianni) quien lo engatusa, le ofrece una champaña e incluso le paga mil francos la hora solo para escuchar una historia.

Y qué historia. “Viví en tu apartamento hace 20 años atrás”, le dice el personaje interpretado por Mastroianni. “Pero”, responde el hombre, “mi esposa vivía allí, con su primer marido…” Exacto. Mastroianni fue su primer esposo. Y ahora él quiere recuperar todo donde lo dejó, antes de… antes de… Bueno, es difícil de explicar precisamente qué sucede después, pero involucra a otro apartamento al que se mudó, uno con paredes y techos que cambian, que estaba habitado por pequeñas hadas que vivían en un tiempo más acelerado. Cuando Andre no parece dispuesto a devolverle su apartamento por este mágico lugar, él termina con un martillo ensartado en su cabeza. Aunque no es algo inmediatamente fatal, sí nos indica hacia dónde se dirige la película. 

La segunda historia involucra a un hombre (Mastroianni de nuevo) que da clases en la Sorbona. Un día en su camino al trabajo toma una pausa, piensa, y abandona su carrera de académico para convertirse en mendigo. Es asaltado y luego se hace amigo de una prostituta, aunque parece que tampoco es lo que dice ser o es. (Me gusta el momento cuando la madre del profesor lo espía con unos binoculares y descubre que gana más plata como mendigo que como profesor).

En la tercera historia, una joven pareja (interpretada por Melvil Poupaud y Chiara Mastroianni, que es la hija de Mastroianni con Catherine Deneuve) recibe una misteriosa oferta de ocupar un lujoso castillo, donde son atendidos por un mayordomo (Mastroianni). Y luego hay un segmento final en que un rico empresario (Mastroianni) se inventa una familia ficticia, solo para descubrir que sus miembros vienen a visitarlo. Es aquí donde la película revela su plan original: quizás Mastroianni estaba interpretando a un solo hombre todo este tiempo. Quizás todos los otros roles eran actuaciones. Quizás, yo digo. Tú puedes decir otra cosa.

La película se compara a trabajos de Luis Buñuel, el surrealista español que amaba la idea de contar historias sobre gente ordinaria que intentaba comportarse como alguien normal cuando le ocurrían situaciones extraordinarias. Hay algo de Buñuel aquí, y un poco de Atrapado en el tiempo también: los personajes de Mastroianni nunca dejan de ser dulces, tranquilos y razonables mientras sortean giros bizarros en sus vidas. La película funciona de dos formas. Cada una de las historias funciona por su propio encanto. Y luego en su conjunto, a medida que avanza, va añadiendo nuevas capas de misterio. 

Ruiz parece un cineasta mucho más maduro y completo que el Lynch de Lost Highway. Él no está simplemente jugando con paradojas y misterios, sino que los organiza dulcemente en un esquema perverso. Ambos directores están jugando, pero Ruiz conoce las reglas. Comparando ambos filmes, estoy seguro que ambos involucran sexo y violencia, pero en el de Ruiz, esos elementos crecen naturalmente en la vida de los personajes, mientras que en la de Lynch, hay una prisa hacia el melodrama espeluznante: música noir ensordecedora, estruendos siniestros, gritos, primeros planos distorsionados, incendios, puñaladas, disparos, violaciones, humillaciones sexuales, todo ello sepultando a los personajes bajo un torrente de exhibicionismo. Ruiz confía más en su historia y, debo decirlo, en su técnica.

Por Roger Ebert

Traducción de Ricardo Olave