La planta se deshoja a pesar de recibir agua.
Ella me heredó su lugar, pero a nadie su figura en mí.
Construí una casa en frente de una acequia
en la que cada animal al cruzarla se convierte en polvo:
se desploman sobre el caudal y lo vuelven ácido.
Digo animal a lo que se mueva
son a veces aves; otras insectos; otras roedores.
Huyen y en segundos desaparecen
se dispersa el polvo
es agua dentro de un globo abierto.
Los insectos se posan sobre y mueren.
Los insectos intentan cruzar la acequia
y mueren.
Registrar es una punzada
y yo un saco de piedras.
Una escama fuera de toda humedad,
estática, a pesar del entrenamiento y las ganas.
Lo humano no emerge por más que se le llame.
Tal vez por la referencialidad propia de quien
ha cavado un hueco sobre la hierba
para echarse a esperar.
Del otro lado del cauce pequeños seres se arrastran,
sobre la tierra trasladan migajas de comida.
Cada tanto intento tocarles, sumerjo mis pies y avanzo.
Busco rozar el terreno de la ribera aferrado de pasto y brotes,
pero mis manos arden: de mi nariz pareciera salir vapor.
Retrocedo. Tiño.
Los diminutos abandonan su labor,
se quedan en el borde
y formando una línea,
chillan.
Chillan agudo y llano,
al tomar aire reclinan sus rodillas
y saltan.
Sé que perdí una parte del cuerpo
tal vez uno de mis brazos deshecho
cayó en fondo de la acequia.
Un brazo, un dedo o el codo,
pero cada cosa estaba en su lugar
al incorporarme.
Contorneé las rodillas, los tobillos, los codos.
Palpé mi piel desde el cuello hasta el fin de mis poros,
desordenada pensé que debió ser ascendente o descendente:
así al fin podría alcanzar algo de precisión.
Existe un monte de polvo sobre el agua
para medir seleccioné una ramita de árbol quebrada
pues cada día crece circular dentro de la acequia.
El monte forma una cordillera: su color fue rojo,
animales la cruzan sin dificultad, sin deshacerse.
Observo la caravana sobre las costillas del árbol.
Sus flores doradas me abrazan,
las uso para cubrir las heridas en mis amígdalas.
Tengo privilegios sobre el árbol
las flores caen dentro de mi boca.
Sin tener que usar los dedos, la garganta arde
el dorado es uniforme en mi interior,
pero el sol nos tiñe naranjo a cada animalejo de este jardín.
La acequia se discurre
me arrastro hasta ella
cada cosa respira
cada pequeña piedra.
Expulso infusiones y avanzo
esos pétalos se pegan a la piel que suda.
Por Camila Blavi C.