Debo intentar una descripción del punto donde se unían las dimensiones heterogéneas, el sitio mágico e inconcebible donde hacía contacto lo que nunca podía tocarse. (…) Empiezo por la casa donde vivíamos.
César Aira.

 

La casa es una noción saturada de significados. Vacías o abarrotadas; en reposo o movimiento; como hogar o construcción utilitaria. Marca de cuidado u hostilidad. El lujo que significa tener una, la denuncia ante su falta. Si de imágenes se trata, lo único seguro es que circulan muchas.

El diario como forma expresiva tampoco está exento del mismo abarrotamiento semántico, producto de su larga tradición. Las páginas privadas, desatadas, confabuladoras se comportan como plataformas de un universal que opera en pares sometidos a la tirantez: lo público y lo privado y la ficción y lo documental. Desde el romanticismo, pasando por las vanguardias históricas, el auge del psicoanálisis y el sacudón que supone lo contemporáneo junto con la velocidad que imprimió la vida moderna, las distintas disciplinas artísticas y corrientes estéticas siguieron su rumbo, para nada inocente, colocando estas presuntas antinomias bajo una luz filosa. 

María José D’Amico. Bien de Familia, 2009. 

 

Huevos y gallinas 

La traducción de situaciones personales contiene una revelación, que es la propia ficción. En ese sentido, una serie de fotografías, sin ser formalmente un diario, sí puede leerse desde su acumulación de vivencia e interpretación. Cuando se amplían estos cruces, la espiral analítica tiende a infinito. Una disyuntiva parecida se da, por ejemplo, cuando un autorretrato ya no puede considerarse como tal si delante de la cámara el artista ha montado un personaje despegándose de sí mismo, lo que indicaría que su grado de involucramiento baja. Resulta una matemática bastante insignificante si lo que se intenta hacer es determinar quién o qué experiencia ha llegado primero al origen de la obra.

La acumulación es un hilo lábil e inestable que de alguna manera –la incompleta– define nuestras relaciones emocionales, de intercambio, laborales e informativas, por lo que, cuando se siente un poco de aire, tras los breves segundos de sorpresa y estupor que esto ocasiona, la tendencia es aprovecharlo. El vacío produce ese desconcierto y también esa gracia.

 

María José D’Amico. Bien de Familia, 2010. 

 

María José D’Amico es fotógrafa, videoartista y docente, y entre los años 2008 y 2011 llevó a cabo su serie fotográfica Bien de familia que consta de interiores de casas registradas, aun con las paredes un poco tibias, en el instante inmediatamente posterior en el que fueron vaciadas y dejadas por sus antiguos dueños. La fotógrafa no interviene en la escena y su acción se limita a la elección de locaciones, el encuadre y el disparo. El corazón de esta serie puede describirse como una mezcla entre experiencia, síntesis, diario -la acertada interpretación de los hechos biográficos de la artista por parte del espectador es accesoria, lateral o directamente irrelevante-, y un fuera de campo bien nítido.

D’Amico comparte algunos eventos de su vida que, como una suerte de marco teórico privado, habilitan la cuestión autobiográfica en la lectura de estas paredes abandonadas. Sin precisar detalles, podemos inferir que hemos ingresado finalmente al terreno movedizo del diario como ensayo sobre la experiencia emocional. ¿Y a quién le importa todo esto? Bueno, más vale que a alguien le importe, pensará la fotógrafa que se reconoce, en este trabajo, como una traductora. 

María José D’Amico. Bien de Familia, 2009.

 

Tiempo 

El conjunto de estas 16 fotografías es una aproximación a la propia manera de tramitar lo roto y la transformación involuntaria de las estructuras familiares (las que la autora haya creado para sí misma). Sin embargo, no aparecen, al menos de forma evidente, los rasgos indistinguibles del teatro privado que presupone el diario como síntesis creadora. No hay cartas, manuscritos, intervenciones ni primeras personas transitando ninguna catarsis ruidosa. Por el contrario, prevalecen marcas cercanas al campo de aplicación científico de la fotografía. Con una profundidad más bien plana, como el trompe l´oeil en los enormes telones escenográficos de la ópera, las líneas rectas verticales y horizontales, con su tímida fuga, permanecen impávidas al inminente deterioro al que aluden. La angulosa construcción no registra la flaqueza de los escombros y las humedades que sí son signos y testigos de ese vacío. La posición de cámara, llamémosla, irrefutable, sobrelleva todo este asunto con la dignidad sólida de fuertes columnas, aunque, en palabras del fotógrafo Juan Travnik, las imágenes se niegan y resisten a ser imaginadas con un futuro. Frente a estas capas bergsonianas del tiempo, cuesta distinguir en los espacios algo que esté por delante y que sea diferente al desquite del pasado (abandono y desintegración) que se aloja en cada fotografía como señal de su propio anacronismo. 

Los interiores de estas casas que fueron, giran alrededor de un centro gravitacional derruido, de marcas, de lo usado hasta el hartazgo, de lo gastado. El vacío aparece con el título de la serie, que evoca a los habitantes que no vemos, apenas unos personajes secundarios cuya ausencia despierta más melancolía que la muerte de los propios protagonistas de una historia. La apariencia simultánea de quietud y circulación del tiempo tal vez se conjuguen en la luz. Sus reflejos crean una atmósfera pareja, desdibujada, indefinida, como si, a pesar de que las fotografías han sido tomadas de día, se hubiese requerido de muchísimo tiempo para obtenerlas grabadas en alguna parte. Una larga exposición en fotografía puede llegar a borrar toda huella de vida humana; algunos segundos de más y la imagen desaparece.

María José D’Amico. Bien de Familia, 2011. 

 

La luz quieta 

Para el fotógrafo japonés Hiroshi Sugimoto, el tiempo que transcurre (¿qué otra cosa podría hacer?) también fue un cruce oblicuo entre obra y biografía. Para su famosa serie Theaters fotografió salas durante la proyección de películas del período clásico, referenciando los recuerdos de su infancia y las primeras experiencias en el cine junto a su padre. Sugimoto registra toda la proyección con su cámara y el tiempo hace lo suyo: la imagen se fuga hacia el blanco y adquiere la dimensión del espejismo. No es una práctica de borramientos, sino plena acumulación.

Hiroshi Sugimoto. Fox, New York, 1976. 

 

Para el teórico cultural Byung-Chul Han esa indefinición de la dirección de la luz (en oposición al contraste) toma dos configuraciones diferentes en oriente y occidente. En este último caso, se trata de una luz de presencia que irradia e imanta a los objetos de luminosidad y brillo, subrayando el esplendor y, por lo tanto, la existencia de las cosas. En oriente, resume Byung-Chul Han tras analizar arquitectura urbana, templos y pinturas, la luz ingresa al ambiente tamizada, produciendo una indiferenciación entre lo claro y lo oscuro, de modo que la luz produce en este caso un detenimiento, un efecto de ausencias amables que no invitan a la oscuridad a retirarse del todo. Las casas en situación de presencia (el brillo de las cosas) y abandono (la denuncia es clara, ahí adentro no queda casi nada) espejan, en su forma, lo indisociable del vacío y su comparecencia estridente. La luz orquesta esa trampa.

 

¡Que disminuyan la iluminación y se comprenderá de inmediato! 

Jun’ichirō Tanizaki

 

María José D’Amico. Bien de Familia, 2011. 

 

En los interiores de las casas de Bien de familia, la iluminación occidental (puesto que ahí estamos), bajo el efecto de acumulación, transporta un anacronismo vital: el discurso de diario. La racionalidad distante de la técnica como tesis fundamental del desmoronamiento es, en definitiva, el carácter residual de la propia experiencia. Lo vital, y por añadidura, ambiguo, de lo autobiográfico en la obra de D’Amico no se manifiesta a través de una desplomada primera persona, sino en la dualidad virtuosa que surge de los interiores detenidos por la luz y activados por el puro instante, que se afirma en su ruina y, de algún modo, también en su supervivencia.

 

Por Sabrina Palazzani

 

Portada: María José D’Amico. Bien de Familia, 2009.