Todos tenemos una película favorita. Esa que vimos mil veces, que sentimos parte de nuestras vidas y cuyos personajes se han vuelto casi parientes. A menudo podemos llegar a preguntarnos: ¿Por qué esa peli? Quizás guardamos la esperanza de que al encontrar la respuesta descubramos algo sobre nosotros mismos.

Entonces: ¿por qué Karate Kid es mi preferida? Lo primero que podría decir es que nuclea todos los géneros: acción, drama, romance, comedia. Tiene todos los condimentos: ricos contra pobres, villanos, amor, humillaciones, superación, aprendizaje, cultura ancestral y lo más importante: la promesa de una batalla final. Esto es lo que siempre dije para justificar mi respuesta ante la repetida pregunta: “¿Cuál es tu peli favorita?”. Soy consciente de que estos argumentos son para salir del paso, pero no son suficientes para mí. Rocky, del mismo director que Karate Kid I, John G. Avildsen, cuenta más o menos con los mismos elementos, como muchas otras. Entonces, ¿cuál es la clave? La respuesta, creo yo, se encuentra en la construcción de los personajes. La llegada de la serie Cobra Kai nos ayuda a completar sus rasgos. Esta serie logra mantener el espíritu y desarrollar indicios de la saga original.

Daniel (Ralph Macchio) es un chico de clase media, un poco torpe, justiciero, orgulloso y calentón, que alguna vez tomó algunas clases de karate en Reseda. Su llegada a California nos recuerda la llegada de D’Artagnan a París: no pierde un minuto para meterse en quilombos. En su primera noche se enamora de la ex novia del chico malo de la escuela, la defiende y termina en una pelea en la que se liga una paliza. Sin dudas es el bueno de la historia, pero no deja de ser un personaje con sombras bien marcadas (algo fundamental para que Ralph Macchio pudiera construir posteriormente la serie Cobra Kai desde la mirada del que en los ochenta fue el villano Johnny Lawrence, interpretado por William Zabka). Pero por sobre todas las cosas, Daniel Larusso es un personaje muy normal. Sin dudas, genera identificación. Todos fuimos ese o esa adolescente con algún interés que no llegó a desarrollar del todo. Ese chico que soñó con ser un héroe. Más aún: un héroe posible. Larusso no cumple una hazaña digna del “sueño americano”: no gana los Juegos Olímpicos de karate ni se hace millonario con el premio. Gana el All Valley, un torneo local. Gana el respeto de los bravucones de su escuela. Todo es chiquito, posible. Su triunfo está al alcance de los seres normales que no salimos en películas. Lo que fue el Torneo All Valley para Daniel fueron quizás para mí los Torneos Bonaerenses de poesía (pero sin los mismos resultados que Larusso, yo no supe hacer la grulla con figuras retóricas). Todo genera identificación, sobre todo a la edad en que las personas solemos ver Karate Kid por primera vez. 

Ali, la chica de la cual Daniel se enamora, es interpretada por Elisabeth Shue. A diferencia de las novias de los protagonistas de ese entonces, es una mujer fuerte, que no le deja pasar a Daniel sus berrinches y escenas de celos. Dicho en criollo: aunque es dulce y romántica, no se come ni media. Le pega una piña a Johnny cuando le da un beso sin consentimiento, le corta el rostro a Daniel cuando le hace un desplante en el que despliega sus celos e inseguridades. La serie Cobra Kai tomará ese lado gris de Daniel para explicar de una vez y para siempre la ruptura. La saga original nunca la esclarece: vemos a Daniel cambiar de novia en la dos y en la tres, pero de Ali ni noticias. Ahora, a través de la serie, sabemos lo que pasó y no nos sorprende: ella lo dejó por sus escenitas de celos. Sí, ese es exactamente el perfil que construye la película y que Ralph Macchio reinterpreta perfectamente años después.

Algo parecido sucede con Johnny Lawrence en Cobra Kai, serie que toca la fibra nostálgica de los adultos a los que Karate Kid cautivó en su juventud. El recurso del chico popular del secundario que queda atascado en esa etapa, que no logra evolucionar, no es novedoso. Es algo que vemos repetidamente en las películas y series estadounidenses (el primero que me viene a la mente es Chip, el popular ex novio de la secundaria de Rachel que invita a salir a Mónica en Friends y sigue teniendo el mismo trabajo, humor y perspectivas que a los diecisiete). Sin embargo, Cobra Kai no usa este tópico para plantear la gastada moraleja de que a los bullineados en el colegio les va mejor en la vida que a los bullers. Lo que hace es escarbar. Tratar de entender o explicar al personaje. Sus puntos de vista. Un adulto Johnny Laurence nos sorprende con la explicación de por qué el malo de la película es en realidad Daniel: le robó la novia, le pegó una piña a traición, lo mojó con una manguera en la fiesta mientras armaba un porro (teoría que ya había sido desarrollada por Barney en How I met your mother). Todos los que vimos más de una vez Karate Kid sabemos que no es así, que sus argumentos quizás puedan engañar al espectador que guarda un mero recuerdo de la historia. Pero es muy creíble que su personaje realmente lo vea de esa forma. Ningún villano se sabe villano, excepto en las pelis de superhéroes. Y este no es el caso.

Algo muy interesante que hace Cobra Kai es invertir los roles identificatorios de la película Karate Kid. Traslada la identificación del espectador con Daniel Larusso (que ahora es un empresario exitoso) a Johnny Lawrence. Te dice, vos ahora sos este: un perdedor jodido por la vida, pero que tiene esperanzas. Que tiene gracia. Que vale la pena.

De todas maneras, el joven y manipulado Johnny (que comparte el nombre de pila con su maestro y con el director de la película) no es el verdadero villano de la historia. La nave nodriza del mal, de la que se desprenden todos los matones del dojo Cobra Kai es John Kreese (Terry Silver se sumará después como otro de estos mentores del mal, pero para eso faltan dos películas). Kreese es un maestro que logra resultados altamente satisfactorios en sus alumnos, pero lo hace bajo “El camino del puño”. Golpea primero, golpea duro, sin piedad. Algo bastante alejado de lo que, sin saber demasiado, podríamos esperar de una técnica proveniente de la sabiduría oriental. Rápidamente nos enteramos de que es un veterano de Vietnam y esto explica su doctrina militar. Como en el caso de otros personajes, Karate Kid deja entrever la relación de la psiquis de este personaje con su experiencia en la guerra, pero apela a la interpretación del espectador. Cobra Kai es más explícita, profundiza sobre la historia de Kreese para dejar en claro que es uno de los tantos estadounidenses a los que Vietnam ha afectado psicológicamente. Por momentos esa personalidad marcada por la guerra parece reversible, pero, al menos hasta la última temporada que salió hasta el momento (la seis), no lo será.

En este punto es donde se desdoblan las rivalidades, los héroes y los villanos. Daniel contra Johnny. Kreese contra el santo grial de esta historia de éxito: el Señor Miyagi. 

Pat Morita interpreta a Miyagi, un hombre sencillo, portero del edificio adonde se muda Daniel con su madre. Enseguida se apiada del recién llegado: le arregla la bicicleta, lo protege de la banda de Johnny, le ofrece su amistad y a la vez trata de empujarlo hacia una vida social más acorde con un chico de su edad. Sabe hacer de todo: podar bonsáis, armar jardines, pescar, meditar, fabricar disfraces, dar buenos consejos, practicar karate y enseñarlo. Su metodología choca directamente con la del dojo Cobra Kai. En los primeros pasos logra que su aprendiz incorpore las bases del karate con movimientos cotidianos: encerar y pulir, pintar la cerca, pintar la casa. Esto no es casual, no es solo una excusa para embelesarnos a todos cuando logra transformar movimientos ordinarios en imbatibles defensas karatecas. Esta primera lección encierra lo que Miyagi tratará de enseñar en toda la saga: el karate como una forma de vida, que no puede ir separado de lo que hacemos o de quiénes somos. Karate en el cerebro, karate en el corazón, jamás en los abdominales. 

El “equilibrio” es una de las lecciones más importantes y se repite en varias oportunidades. En una ocasión le enseña “equilibrio” sobre el borde de una canoa. En otra, Daniel practica mantenerse de pie entre las olas, mientras ve por primera vez a su maestro hacer “la grulla”. Podríamos pensar que la lección final de “equilibrio” se da la noche de su cumpleaños, en la que Miyagi lo convence de buscar a Ali. No todo es ganar el torneo: la vida tiene que estar balanceada. 

Si hay algo que le duele a Miyagi es la ausencia de sus seres queridos. Otra vez, la película da una pincelada de denuncia: una noche Daniel encuentra a Miyagi borracho y vestido con su traje militar. Entonces él le cuenta que en “el país de la libertad”, mientras él luchaba para los aliados en la segunda guerra, su mujer embarazada era encerrada en “Manzanar”, un campo de concentración para japoneses en Estados Unidos. El país que luego lo condecoraría dejaba morir en el parto a su mujer y a su futuro hijo. No doctor came, repite, “No vino el doctor”. La existencia de centros clandestinos para japoneses en los Estados Unidos es un episodio real y poco conocido de la historia. Este es el único momento en que vemos el lado triste de la historia de Miyagi. El resto de sus memorias suelen venir de Okinawa y de las enseñanzas de su padre.

Y así, entre lecciones de karate y de vida, llegamos a la batalla final. Veremos la inexperiencia de los buenos en el torneo, la falta de ética de los malos, el pase de manos mágico que arregla la pierna de Daniel, la grulla, la redención de Johnny cuando él mismo le entrega el trofeo. Y la sonrisa final del maestro, llena de orgullo. 

El elemento fantástico de esta historia, que vuelve única a Karate Kid (y que probablemente sea la clave de por qué es mi película favorita) es, justamente, el señor Miyagi. Lograr un personaje que no tenga sombras, y a la vez sea sencillo y creíble, es algo muy difícil. Pienso en otros personajes del estilo: Micky, de Rocky; Yoda, de Star Wars: no tienen nada que ver, no llegan. Otra vez, el elemento clave es la identificación: ¿quién no querría un señor Miyagi en su vida? 

Por Marisol Carbajal