Empresa inútil es que,
afanosamente,
limpien las superficies tiznadas
de La Moneda.
No podrán
enjuagar los rastros de hollín
y de pólvora
dejados hace cuatro décadas
al son de ametralladoras y tanques.
Porque de esos rastros de pólvora
se fundó esta hacienda
que llaman patria.
De las columnas espesas
de humo gris
que tiñeron aquel once fatídico,
surgieron las nuevas castas
que vinieron a repartirse el botín.
A partir de ese momento,
la cueca se empezó a zapatear
sobre charcos de sangre
y el pañuelo devino venda y mordaza.
Pueblo maniatado,
despotismo de mercado.
Chipe libre para los de botas lustradas
y ceño fruncido,
pero también para esos
con El Ladrillo en el maletín.
Aquellos sembradores de miseria que
con una alquimia letal,
transmutaron bosques de tepas y mañíos
en papel moneda.
Nuestra democracia
larvada de origen,
reposa sobre huesos,
cuya presencia fantasmagórica
los amnésicos tachan
en páginas que,
con una tinta imborrable,
tienen escritos los nombres
de los tres mil ausentes.
Por Ignacio Fouilloux