«La literatura de la nueva escala humana» se llama un ensayo publicado en Internet por el español Jorge Carrión. «Si durante las últimas décadas una parte de la literatura que importa ha trascendido las fronteras nacionales o continentales y se ha atrevido a narrar la dimensión humana del mundo entero —escribe Carrión—[…]  ahora nace una nueva narrativa de I+D: de investigación y desarrollo de nuevas perspectivas artísticas». Esas nuevas perspectivas serían, en parte, obras literarias cuya trama está zurcida por ciertas inquietudes que tradicionalmente asociaríamos con las ciencias naturales u otras disciplinas afines. Por eso el texto parte hablando de Voyager de Nona Fernández y el modo en que vincula a los personajes con nuestra memoria reciente y ciertas cuestiones vinculadas a la astronomía. «Aunque la narradora nos cuente la vejez de su madre, su propio parto o la vida de Mario Argüelles Toro —uno de los exterminados—, el texto abre su diafragma hacia el cosmos», explica el autor.

Algo de eso hay en la última novela de Cristian Geisse. Sapolsky tiene como protagonista a Pedro Araniva Pavián, un vicuñense que se obsesiona con la obra del etólogo Robert Sapolsky al punto de creer a pie juntillas que él, en el culo del mundo, podría ser su doble. Como cualquier obsesión que se precie de tal, Araniva empapa su propia biografía en función de esta mitología personal. Leamos: «Colegio Diego Portales, primero básico. Tarea: dibuje lo que quiere ser de grande. Y yo me dibujé siendo Robert Sapolsky, sin saber aún quién diablos era Robert Sapolsky». Robert M. Sapolsky encarna para Araniva la figura por excelencia del científico con todos sus clichés: un hombre algo extraño y solitario que va vestido con lentes y una bata blanca.

Pero como en Un verdor terrible de Labatut, en Sapolsky el registro discursivo de la ciencia —en este caso: la etología— se nos ofrece como un punto de fuga hacia el delirio: Araniva encuentra en la obra del norteamericano un escape de sus propios problemas y un modo de explicarse su propio fracaso personal. Contra la confianza ciega en un sujeto autónomo y racional, Araniva se explica el mundo en función de pulsiones primates dignas de ser grabadas por un documentalista del Animal Planet. Mientras eso ocurre, consume cantidades industriales de cerveza, conversa con sus amigos sobre drogas sicodélicas, le escribe correos electrónicos a Robert M. Sapolsky —«you’re the kind of person I would like to be If I wasn’t this lazy and drunk stupid asshole»y ve cómo su relación amorosa con Raquel se desmorona en cámara lenta.

Esto último es quizá uno de los motores del bovarismo del personaje: a medida que avanzamos en la novela nos vamos dando cuenta que Araniva está fugándose constantemente de la realidad mientras asume el fin de su relación y la pérdida del vínculo paternal vicario que estableció con Benjamín, el hijo de Raquel. Esa paternidad frustrada es leída, en la novela, como una especie de fracaso no sólo existencial sino también como el fracaso de su rol dentro de la especie: reproducirse, cuidar a la manada.

Además de los correos enviados a Sapolsky, Araniva escribe poemas aunque dice odiar a los poetas y, en ocasiones, la poesía:

El genetista Handane dijo una vez:
“La vida no solo es más extraña de lo que imaginamos
La vida es más extraña de lo que podemos imaginar”.
Los científicos nunca van a explicarlo todo.
El propósito de la ciencia
No es curarnos de la sensación de misterio.
El propósito de la ciencia
Es reinventar esa sensación
Constantemente.

Thus spoke Robert Sapolsky

El tópico del odio a los poetas lo encontramos en varios lugares, desde el famoso texto de Gombrowicz hasta la poesía popular de Hipólito Casas («Si mueven una basura / encontrarán a un poeta»). En el caso de la novela aparece como una hebra suelta, quizá como una crítica a lo que la sociología de la cultura ha descrito como campo cultural. La aparición de la poeta mapuche cuyo sueño termina en una maldición para los personajes quizá nos da alguna pista de hacia dónde se dirige esa crítica: en la misma línea de una lectura pre o anti moderna de las relaciones sociales, antropología mediante, la aparición de la machi puede leerse como vindicación del poema como canto ritual o ceremonial. Mucho más cerca del Canto a lo divino que de la language poetry, por decir algo. Los hallazgos de Robert M. Sapolsky le permiten al narrador indagar en la realidad como la sedimentación de conductas mamíferas que nos ubican en la cadena trófica como animales tristes y desesperados.

Del cruce entre el registro de la etología y la literatura —Frans de Waal y Philip K. Dick, Sapolsky y Borges— surge este pequeño monstruo que continúa la indagación de Geisse en torno a los outsiders, las conciencias alteradas y, desde Catechi (Montacerdos, 2018), una inquietud por lo animal como un espejo que nos devuelve una imagen incómoda.

 

Por Jonnathan Opazo

Fotografía de Eliott Erwitt

 

 

Sapolsky
Cristian Geisse Navarro
Emecé Cruz del Sur (Planeta)
2021
180 pp.
Más info en https://www.planetadelibros.com/libro-sapolsky/334887