El neoliberalismo es comúnmente asociado a un paquete de medidas de privatización de la propiedad y los servicios públicos, que reduce radicalmente el Estado social, controla el trabajo, desregula el capital y produce un clima de impuestos y tarifas amigables para inversores extranjeros, desmantelando así cualquier mercado interno posible. Estas políticas impuestas por primera vez en Chile en 1973 e importadas a otras partes del Sur Global por el FMI, fueron mandatadas como “ajustes estructurales”. Concebido como proyecto global, la soberanía económica de los Estado-nación sería suplantada por las reglas y acuerdos arreglados por instituciones supranacionales como la OMC, Banco Mundial y el FMI, como desmantelar las barreras para el flujo de capitales (y por ende para la acumulación de capital) puestas por los Estado-naciones y neutralizar las demandas de redistribución en el Sur Global. Así, la revolución neoliberal fue diseñada para sofocar las expectativas de la clase trabajadora tanto en el mundo desarrollado como en las regiones poscoloniales en vías de desarrollo (principalmente de las Gran Bretaña). Dicho de otra manera, liberar el capital para que salga a la caza de trabajo barato, recursos y paraísos fiscales alrededor del mundo, inevitablemente generó estándares de vida más bajos para las poblaciones de clase trabajadora y clase media en el Norte Global, y continuó la explotación y limitó la soberanía provocando un desarrollo desigual en el Sur Global. Para Foucault, esta reprogramación del liberalismo significa una nueva racionalidad política y una nueva gubernamentalidad liberal. Ya no solo como un paquetazo de medidas, los principios gobernantes aplicados por y al Estado, se vieron circular por todas las esferas de lo social: escuelas, lugares de trabajo, clínicas, hospitales, etc. Principios derivados de los paquetes de medidas que se volvieron principios saturadores de realidad gobernando todas las esferas de la existencia y reorientando al propio homo oeconomicus, transformándolo de un sujeto de intercambio y satisfacción de necesidades (liberalismo clásico) en un sujeto de competición y ampliación del capital humano, en una “conducción de las conductas” (neoliberalismo). Gubernamentalización, entonces, como la nueza razón de Estado neoliberal, donde todo gobierno es para los mercados y orientado por los principios de este; y por otro lado, los mercados deben ser construidos, facilitados, equipados y ocasionalmente rescatados por instituciones políticas. Para Wendy Brown, los mantras de los neoliberales son “desmantelar la sociedad”, “destronar la política” y “proteger los valores tradicionales de la esfera personal”, donde “las nuevas fuerzas de derecha aúnan elementos conocidos del neoliberalismo con sus opuestos aparentes; combinan una superioridad moral autopercibida con una conducta casi celebratoriamente amoral e irrespetuosa; respaldan la autoridad al tiempo que presentan una desinhibición social pública y una agresión sin precedentes; se enfurecen contra el relativismo, pero también contra la ciencia y la razón; desprecian a los políticos y a la política, a la vez que evidencian una voluntad de poder y una ambición política feroces”.

La reconfiguración de la razón neoliberal a la que asistimos en todas partes del plantea, con su intensificación de la guerra, tanto militar como financiera, no es más que la gestión de su catástrofe, de sus ruinas. Sin embargo, para Wendy Brown la constelación de principios, políticas, prácticas y formas de razón gobernantes que pueden reunirse bajo el signo del catastrófico neoliberalismo presente, no fue una deriva intencional del neoliberalismo. Para Wendy, habitaríamos una versión frankensteiniana, relativamente nueva, distinto a lo autoritarismos, fascismos, despotismos o tiranías de otros tiempos y espacios, y distinto también de los conservadurismos convencionales o conocidos. En su pulsión de reducir a lo económico todas las formas de existencia, desde las instituciones democráticas hasta la subjetividad, este neoliberalismo en ruinas iría más allá: la revolución neoliberal apunta a liberar los mercados y la moral para gobernar y disciplinar a los individuos mientras maximiza la libertad, demonizando lo social y la versión democrática de la vida política. Basada en la libertad, la familia tradicional la competencia y la valorización de mercado, el neoliberalismo es un proyecto moral-político que intenta proteger las jerarquías tradicionales al negar la propia idea de lo social y al restringir radicalmente el alcance del poder político de la democracia. El neoliberalismo existente ahora presenta una forma enfurecida de gobierno de mayoría (o “populismo”) emergiendo de la sociedad que los neoliberales intentaron desintegrar, pero no lograron derrotar, dejándola sin normas comunes ni compromisos colectivos. Sumado a esto, una suelta accidental del sector financiero y de los modos en que la financierización globalitaria socavó el sueño neoliberal de un orden global competitivo levemente orientado por instituciones supranacionales. Y por último experimentaría un sometimiento de la moral a la mercantilización y una mercantilización de la moral.

Para Wendy Brown, serían fuerzas antidemocráticas aquellas que se alzan contra lo social, lo político y el estado en tanto instancias de regulación y planificación social. El nuevo populismo de derecha dura se nutre directamente de la herida del privilegio destronado que la blanquitud, el cristianismo y la masculinidad garantizaban a aquellos que de otra forma no eran nada ni nadie. El destronamiento era fácilmente atribuible a migrantes y minorías que comenzaban a “robar puestos de trabajo”. Esta figura mitológica viene de un pasado mítico igualmente en el cual las familias eran felices, completas, heterosexuales, cuando las minorías raciales se ubicaban en su lugar, cuando los barrios eran ordenados, seguros y homogéneos, cuando la droga era un problema de cuerpos racializados y el terrorismo no estaba adentro de la patria, y cuando un cristianismo y una blanquitud hegemónicos constituían la identidad manifiesta, el poder y el orgullo de la nación y de Occidente.

Para Wendy Brown, no es que el neoliberalismo causó por sí mismo la insurgencia de la derecha dura en el Occidente contemporáneo, o que todas las dimensiones del presente, desde las catástrofes que generan grandes flujos migratorios en europa y norteamérica, hasta la vinculación entre religión y política y la polarización generada por los medios digitales, pueden ser reducidas al neoliberalismo. Más bien el argumento es que nada queda intacto por un modo neoliberal de la razón y de la valorización y que el ataque neoliberal a la democracia en todas partes ha modulado la ley, la cultura política y la subjetividad política. Esta “reprogramación del liberalismo”, va aparejada al ascenso de formaciones políticas autoritarias nacionalistas, animadas por la rabia que moviliza el considerarse abandonado económicamente y racialmente resentidos, sumado a tres décadas de ataques neoliberales a la democracia, la igualdad y la sociedad. En líneas parecidas que interpretan la época, para Bifo, el sentimiento de superioridad, innombrable pero profundamente arraigado en el inconsciente y la cultura occidentales, ha sido refutado y humillado por la realidad del capitalismo financiero, por la experiencia diaria de “impotencia que destruyó la autoestima de las personas y su confianza en el futuro”.

El ascenso de este tipo de formaciones políticas autoritarias, que atacan animadas por la rabia blanca, el resentimiento y el rencor, para las clases trabajadoras y clases medias blancas, lejos de distinguirse de esos ataques, adquieren voz y se afirman en ellos. Estos ataques son también el combustible de la ambición nacionalista cristiana de reconquistar Occidente. Todo un pensamiento mitológico que se entreteje con un nihilismo intensificado que se manifiesta en el quiebre de la fe en la verdad, la facticidad y los valores fundamentales. El nihilismo exacerbado que presentan, puede ser vinculado con la razón instrumental weberiana por tres razones que los entretejen: -devaluación de los valores; -trivialización, deformación; -desvinculación de los fundamentos. Para Wendy Brown este neoliberalismo nihilista en ruina libera energías instintivas, que ya no se oponen directamente a los mandatos de la sociedad y la economía y entonces ya no requieren una pesada represión y sublimación, están ahora cooptadas y alentadas por y para la producción y el marketing capitalista. Como el placer y especialmente la sexualidad están por todas partes incorporadas a la cultura capitalista, el principio de placer y el principio de realidad escapan a su antiguo antagonismo, para encontrarse en medio de la sociedad. Así, el placer lejos de ser un desafío insurreccional al aburrimiento y la explotación del trabajo, se convierte en herramienta del capital y genera sumisión. El placer se vuelve parte de la maquinaria y enaltece la impotencia de los privilegios blancos occidentales y patriarcales.

Finalmente, para Wendy Brown, cuando percibimos el neoliberalismo reducido a políticas económicas (liberalismo tradicional) o una racionalidad (tesis foucaultiana), nos enceguecimos con respecto a tres giros tectónicos en la organización y la conciencia del espacio que estimulan ciertas reacciones políticas hoy y a la vez organizan el teatro en el que ocurren. Si el neoliberalismo es concebido solo como política económica y sus efectos, el marco del descontento se limita a factores económicos. Si el neoliberalismo es concebido solo como racionalidad política, no podemos captar los investimentos afectivos en privilegios de blanquitud y de existencia del primer mundo en la nación y la cultura nacional o en la moral tradicional. El primero de estos giros es el horizonte perdido del Estado-nación consecuente con la globalización y los flujos de capital como los flujos migratorios que transforman las condiciones de existencia de los migrantes, en quienes recae toda responsabilización del desastre económico a la vez que valoriza rencores en las poblaciones locales. El segundo giro involucra la destrucción neoliberal de lo social, donde el espacio de la igualdad cívica y de la preocupación por el bien común desaparecen, alimentando espacios cerrados en los valores tradicionales de familia, nación y fe. Y el tercer giro, concierne al ascenso del capital financiero y de la modalidad de valor que introduce en el mundo. Los vaporosos poderes de las finanzas, que gobiernan todo, pero que no viven en ningún lado, son análogos a una revolución copernicana de la subjetividada en relación con los poderes que hacen y gobiernan el mundo: el gobierno de las finanzas involucra una transformación de la conciencia espacial que paradójicamente depende de la desespacialización del poder en sí mismo, no solo la desterritorialización identificada con la globalización en sus primeras décadas.

Para Wendy Brown, la defensa de una democracia radical no es a ciegas. Entiende muy bien lo que una defensa de la democracia ha significado, por ejemplo, en lo que ha sido la gestión en la medida de lo posible de la postdictadura chilena. En ese marco ninguna defensa de la libertad mientras exista acumulación. Y finalmente, es esencial una perspectiva internacionalista de los conflictos globales en relación a los valores que estas (no tan) nuevas derechas quieren rearticular y oxigenar al cadaver del neoliberalismo en ruinas: ni la nación, ni la familia, ni la propiedad pueden quedar fuera de la crítica desde una perspectiva de izquierdas y las transformaciones que de allí deriven.

 

Por Nicolás González

Fotografía de Rodrigo Vergara

 

 

 

 

En las ruinas del neoliberalismo – El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente
Wendy Brown
Tinta Limón Ed.
2020
224 pp.
Más información en https://tintalimon.com.ar/libro/en-las-ruinas-del-neoliberalismo/