Durante el confinamiento del 2020, la cineasta y fotógrafa chilena Bárbara Montaña contactó a un grupo de amigxs para fotografiarlxs en su habitación. Dirigiendo, componiendo y buscando la mejor luz posible de manera telemática, logra construir una escena del cotidiano filtrada por una mirada cinematográfica, recomponiendo espacios íntimos en un cuadro cargado de estados de ánimo parecidos a una hibernación aturdida que cruza el interior de todxs lxs personajes, convirtiendo la diversidad de espacios en lo que pareciera uno solo, porque las reiteraciones parecen haberse vuelto algo común durante la cuarentena.

 

“Videoclub es un proyecto que nace de la inquietud de acortar la distancia generada por esta pandemia. Reencontrarme con mis amigxs, lograr esta serie de retratos realizados a través de videollamadas, las cuales capturan la intimidad y realidad de las habitaciones donde debieron refugiarse durante la cuarentena. Cada pieza participa también como protagonista de esta serie de fotografías, ya que a mi parecer, es el espacio que más refleja la personalidad de alguien. Ahí despertamos, lloramos, tenemos pesadillas y nos refugiamos.”

 

 

 

 

 

Realizar una obra de la forma en que lo hizo Bárbara, implica doblegar el tedio que podría generar una repetición de imágenes tan similares, en espacios y situaciones prácticamente idénticos. Construir una sensación que no se agota en la segunda foto es el mayor desafío de este proyecto, logrando que prevalezca como el ciclo cotidiano de la vida en un encierro obligado. 

Lentamente comenzamos a tomar distancia de la cuarentena vivida el 2020 y estas imágenes quedan como un testimonio del encierro y la necesidad por seguir habitando los espacios integrando la tecnología en nuestro día a día. Las fotografías de esta serie quedan como atisbos de lo que podría ser la imagen de nuestra época a los ojos de la posteridad: individuos conectados afectiva y laboralmente a través de las pantallas, intentando, en conjunto, embellecer de alguna forma el encuadre triste y pandémico sin renunciar a su legado más próximo: el encierro, el agotamiento, las miradas perdidas en algún punto de la casa. La puesta en escena toma entonces otra dimensión al querer resistirse a la imagen triste y se transforma, también, en un gesto de otro tiempo donde aún la búsqueda de lo bello significa algo, quizás aquello que es más importante que la época en la que nos tocó vivir y padecer. 

 

Fotos por Bárbara Montaña
Texto por Rodrigo Vergara