Realizada entre el fotógrafo y muralista JR y Agnès Varda, existen (al menos) dos películas dentro de “Visages villages” (2017). La que nos convoca es aquella en donde subyace el foco de inquietud de la directora, producto de lo que encendió JR en Varda cuando quiso fotografiarlo en su casa de París y él se negó a quitarse las gafas: el recuerdo de Jean-Luc Godard. O mejor dicho: el recuerdo de la mirada de Jean-Luc Godard, el recuerdo de su amigo.
A lo largo del film, Varda irá espigando recuerdos, anécdotas, pequeños testimonios al estilo de “Les glaneurs et la glaneuse” y sus posteriores documentales. Recuerdos que irá relacionando a JR, su ahora compañero de aventuras, creando una subtrama interpersonal que acompañará el viaje por Francia en un vehículo que es camión (para abarcar la extensión geográfica) y cámara fotográfica gigante (para abarcar la extensión expresiva), en la búsqueda de rostros y lugares.
“No veo bien”, dice Agnès a los tres minutos de iniciado el film, mostrándonos un cartel borroso en la parada del colectivo. A sus 88 años, el foco de Varda es una reinvención perseverante. Como en Palomar de Italo Calvino, la directora decide de quién son los ojos que miran, es así que Visages Villages son dos películas: una, la observación nítida realizada por Varda y Jr juntos; la otra, la de Varda (trayendo el recuerdo de Godard), que es más borrosa, sin formas definidas. Y esto último la vuelve una interesante yuxtaposición de personajes, un engaño, un truco de magia. No es mera casualidad que JR tenga 33 años, la misma edad que tenía JLG cuando actuó para Varda en Les Fiancés du pont Mac Donald y se sacó por única vez las gafas frente a cámara.
Durante toda la película Varda buscará a Godard, le insistirá a JR para que le deje ver su rostro, usará instrumentos de persuasión: le mostrará imágenes de Godard, hablará del asunto en diferentes momentos, irá a conocer a la abuelita centenaria de JR para sensibilizarlo y convencerlo.
A medida que transcurre la película se entrelazan las historias de los citadinos de los pueblos franceses con los recuerdos de rodajes de Varda en diferentes locaciones, pero estas escenas de búsqueda quedan entregadas a momentos de transición, de peaje. La reconstrucción de Varda también nos lleva a acompañarlos a la tumba del fotógrafo Cartier-Bresson y de su compañera Martine Frank en lo alto del Montjustin, en el cementerio “más pequeño que jamás he visto”, dice Varda, mientras hablan de la muerte y de su amigo. Y, luego, volveremos a los lugares en donde fotografió a Guy Bourdin desnudo, para gigantografiarlo y pegarlo en una piedra que el mar se llevará al día siguiente como los mandalas de los budistas en un día ventoso.
Después, otra vez, siempre Godard, otra vez el juego de roles. Agnès lleva a JR al museo del Louvre, la voz en off dice: “volvimos a hacer un desafío”; se trata de una broma que hizo Godard cuando estaba filmando Bande a Part (Banda aparte), que consistía en romper el récord de atravesar el museo lo más rápido posible. En el film, Godard hizo correr con todas sus fuerzas a los tres protagonistas (Claude Brasseur, Anna Karina e Sami Frey), una escena que replicó Bertolucci en The dreamers (Los soñadores) y que ahora está replicando Varda con JR. Pero Varda no puede correr y es él (o JLG) quien la empuja en una silla de ruedas a toda velocidad mientras exclama: ¡Bellini! ¡Del Sarto! ¡Lorenzo Costa! ¡Ghirlandaio! ¡Botticelli! ¡Raphael!, hasta frenar frente a las pinturas de Arcimboldo del verano y la primavera.
Varda no solo parece acercarse a Godard, reconstruirlo, sino que se da aliento; busca el coraje para hacer un viaje en tren que dejará ver a través de la ventana los ojos bien abiertos de una gigantografía que JR montó sobre una fábrica y que contienen toda la metáfora de esta última parte de la película. El tren frena en la estación de Rolle, Suiza, donde vive Jean-Luc.
Se dice que la acción de mirar está relacionada con las emociones de agrado. Cuando una persona es agradable para otra, la mirada suele ser más prolongada y con más frecuencia. Lo mismo pasa con los lugares o las cosas. Naturalmente Godard fue del agrado de Varda y viceversa, eran amigos íntimos y juntos integraron uno de los movimientos más importantes del cine francés: la nouvelle vague. Y, a pesar de reconocer que JLG es una persona indescifrable e imprevisible, quiere volver a mirar con agrado los ojos que alguna vez se ofrecieron a ella.
La película con JR busca rostros y lugares para ser habitados pero, la otra, la de Varda, busca un rostro y un lugar en específico que conoce bien. “No lo he visto en cinco años”, le comenta Varda a JR todavía en el tren. “Es un solitario, un filósofo solitario (…) Es un inventor, un investigador”. Al bajar, Agnès está nerviosa. Tienen cita en la casa de Godard para las 9.30. Cuando llegan, todas las ventanas están cerradas y nadie abre al golpear. “¿Es una broma?”, dice JR. En el vidrio del hall está escrito “En la Villa de Douarnenez du côté de la côte”. Varda entiende que Godard no se hará presente en su propia casa, que no le abrirá la puerta y que ha dejado un mensaje en código, el mismo que envió a la casa de Varda el día en que murió su marido, el amor de su vida, el director Jacques Demy. “Era un pequeño restaurante en el Boulevard du Montparnasse donde íbamos a comer Jacques, Jean y yo. Cuando Jacques murió solo me envió una nota: en la Villa de Douarnenez. Si ha hecho esto para entristecerme, lo ha conseguido”. La segunda parte del mensaje cifrado hace referencia a un verano compartido, en un juego de palabras con el nombre de un documental de Agnès, Du côté de la côté.
La cosa es que Godard no le abre la puerta a Varda y ella, en un acto de inmenso cariño, deja abrazando el picaporte de su puerta una bolsa de brioches de su pastelería favorita. Los ojos de Varda parecieran agrandarse cuando se llenan de tristeza. “Gracias, JLG, por tener memoria y no-gracias por mantener tu puerta cerrada”, le escribe en respuesta sobre el vidrio de entrada y a nosotros espectadores se nos estruje el corazón de pena. “¿Crees que quería hacerte daño o quería desafiar la estructura narrativa de tu propio film?”, le pregunta JR en un solitario banquito frente al lago. Ella responde: “nuestro film”, dejando en evidencia aquello que hasta ahora era implícito. Nunca sabremos por qué Godard no le abrió la puerta, si fue una decisión de guión o si realmente fue así.
Este es el final: JR le dice a Varda que no sabe qué hacer para hacerla sentir bien, quiere hacer algo que sea solo para ella, un regalo especial. Y este es el momento que Varda persiguió durante todo el film: JR se quita las gafas y la mira a los ojos. Su rostro expresa agrado pero también una infinita tristeza. Nosotros observamos a través de los ojos de Agnès, todo es borroso e indescifrable. Estamos seguros de que ese de ahí es Godard quitándose las gafas para ella. Su amigo finalmente se quitó la máscara, la capa. Pero ella y nosotros no logramos verlo, ya no. Y este film es la reconstrucción más lejana a la que pudo llegar en su búsqueda por reencontrarlo, nadie podrá nunca decir que no lo intentó. Quizás ahora, quién sabe, estén los tres charlando en Villa de Douarnenez, riéndose de todo esto.
Por Carla Duimovich