En lo que hoy podríamos denominar como las temporadas iniciales del siglo XXI, la condición en que las cosas que componen el mundo “existen”, en su sentido más general y enigmático, debe ser puesta en suspenso. He ahí el rol tanto de la escritura como de la especulación teórica y la ficción, incluso de las artes visuales contemporáneas. El rol de un libro yace en los lindes que desdibujan tanto las clasificaciones taxonómicas (como el género en al cuál un libro pertenece), además de lo que podría derivarse de su contenido y formas interiores. 

Así, Martín Bollati (Buenos Aires, 1986) fotógrafo, editor y artista visual, cuestiona la ontología de la imagen como pilar de nuestra relación con el mundo. Fundador de SED Editorial, su obra tiene como objetivo difuminar las fronteras entre documento y ficción. Bollati construye un discurso crítico sobre la fotografía como generadora de narrativas ambiguas que desafían nociones tradicionales de verdad y representación. Hoy nos convoca como autor del libro El mundo es un tubo, obra gestada desde la colaboración entre LETARGO Editorial y SED Editora.

¿Cómo se puede definir un libro como El mundo es un tubo? En primer lugar, podemos iniciar la discusión con respecto a esta obra como un libro teoría-ficción: conglomerado tanto de distintas formas de orden textual como aforismos, fragmentos narrativos y filosóficos sobre las nociones de archivo, imagen y realidad. Formalmente, es un libro que se moviliza entre las premisas fragmentarias de distintos personajes y sitios, además del montaje de imágenes de stock digitales, grabadas con las marcas de agua de empresas proveedoras de fotografías como Alamy o Istock. La conexión entre el formato elegido por Bollati revela un ejercicio escritural y curatorial que no se limita a la construcción de un argumento fijo ni mucho menos un sistema de pensamiento. Por el contrario, Bollati pareciera renegar de esta posibilidad de generar una relación clara con la realidad mediante la imagen.

¿Cuál es la tesis fundamental de Bollati en El mundo es un tubo, en el caso supuesto de que algo así existiera en este proyecto? Tenemos solo indicios, pero que son decidores de un pensamiento radical: “En un extremo del caño hueco está el sol y en el otro la luna. Nosotros giramos dentro y vemos, en sus paredes, imágenes que pasan y que creemos son las cosas que pasan”. El tubo como estructura, las posibilidades de la imaginación del mundo y todo aquello que cabe dentro de una imagen. Imagen y realidad aparecen como dos estratos escindidos pero conectados en los procesos mismos del pensamiento, o lo que aquí aparece como “imaginación”. 

La imaginación como espacio será la principal exploración que realizaremos en relación a este trabajo de Bollati y aquello que, personalmente, considero una de las construcciones teóricas más interesantes de este libro. Bollati desarrolla la idea del espacio-imaginación que otorga su poder a las imágenes mediante la implementación de una figura que funciona como campo de enunciación: “La isla”. La isla es el lugar donde diferentes personajes y voces aparecen y enuncian distintas visiones con respecto a lo que una imagen “es”: lugar donde las ideas de la voz organizadora del libro se ubican. En la isla rumian los fantasmas, una mujer que parpadea para multiplicar el sol y los peces koi dialogan mediante aforismos. Es en este espacio enunciativo de la isla donde las imágenes pasan y son pensadas. Bollati pareciera darnos a entender que toda imagen necesita un sitio, un mundo donde aparecer y desplegarse. Ahora, este mundo, ¿es una construcción misma de la imagen? ¿O es acaso un espacio independiente de la percepción, incapaz de ser visto y, por consiguiente, de ser pensado? 

La voz que moviliza este libro explica la problemática desde sus cimientos: “Nosotros habitamos este lugar incierto porque no sabemos si es que el mundo ya no existe o no podemos verlo”. Así, los distintos momentos del libro utilizan varios motifs que proporcionan una metodología híbrida que, a mi parecer, permite articular las distintas reflexiones de Bollati más como una serie de experimentos del pensamiento y preguntas profundas sobre nuestro vínculo humano con las imágenes, más que una teoría sistemática o filosofía. Los aforismos y diálogos de los peces Koi, la integración de imágenes digitales en páramo desértico sin una referencia a la realidad, todo esto refuerza el propósito conceptual de la obra.

Si tuviera que elegir la sección que más despertó mi interés en términos de su propuesta, señalaría las palabras finales de Bollati. En ellas, el autor se detiene a pensar en lo que podría definirse como la coincidencia entre imagen y mundo, abordando la compleja discusión sobre las posibilidades de representación en la imagen, particularmente en la fotografía.

Bollati despliega una panorámica densa en la que se abren diversas líneas de interpretación. Actualmente, las imágenes generadas por tecnologías como la inteligencia artificial se alimentan del vasto archivo de fotografías acumuladas en la memoria digital de Internet. Su origen sigue dependiendo de procesos externos a la propia configuración de una IA creadora de imágenes. Sin embargo, al ritmo en que estas imágenes se multiplican a diario, Bollati especula que no pasará mucho tiempo antes de que superen en número a aquellas producidas por medios tecnológicos anteriores.

La pregunta que plantea Bollati sobre el vínculo entre imagen y mundo traza una serie de tensiones entre representación y realidad, constantemente llevadas al límite por su ensayo. Él mismo sitúa su reflexión desde la idea de una disciplina fotográfica “en ruinas”. En otras palabras, anticipa un punto en el que las imágenes generadas por IA tendrán como única referencia otras imágenes también producidas por estas tecnologías. En ese escenario, la naturaleza misma de la imagen cambiaría, cediendo ante nuevas formas de producción y circulación contemporáneas. Esto podría configurar un nuevo plano en la construcción ontológica de la imagen, que Bollati describe como una suerte de “canibalismo” visual: imágenes que se alimentan de otras imágenes, desvinculadas progresivamente de una referencia directa al mundo. Bollati también se pregunta por la forma en que el ser humano (con los límites propios de su capacidad para reconocer en una imagen la presencia de un Otro) podrá reconstruir su vínculo con este nuevo universo visual, y con la forma en que el mundo es creado para ser visto.

Maquinaria, humanidad; lo espectral que sostiene una imagen dentro de otra: estos elementos se entrelazan en la reflexión de Bollati. Su trabajo se detiene en pensar cómo cada persona se vincula con el mundo a través de representaciones, y cómo este proceso implica una constante operación de síntesis imaginaria. La imagen resuena en el cuerpo como un eco inagotable, un llamado a pensar en esa “totalidad de las imágenes” que habitamos y que, al mismo tiempo, nos habitan.

Para finalizar, la obra de Bollati contribuye de una manera interesante al pensamiento sobre la ontología de la imagen, al establecer elementos que me atrevería a denominar como novedosos (adjetivo complejo incluso pensando en los esquemas argumentativos que el mismo Bollati despliega). Hay una serie de diálogos que la obra establece con la tradición teórica de la imagen, a las cuales les rinde tributo en un breve epílogo al final del texto (dígase de la obra de Borges, Bioy Casares e incluso Wittgenstein). Su principal ventaja corresponde a la decisión activa de permitir que El mundo es un tubo sea un libro que se sustenta no en teorías críticas ni sentencias definitivas sobre la imagen misma. Por el contrario, la fuerza de este texto yace en su capacidad de instalar no solo preguntas, sino diferentes formas de abordar el problema, las cuales llegan a distintos terrenos del pensamiento y que nunca terminan por cerrar las posibilidades de continuar pensando sobre los límites de la representación, nuestro vínculo epistemológico con el mundo y, a su vez, los límites cognitivos de nuestra especie.

La influencia de la filosofía y de la literatura se presentan en esta obra quimérica, híbrida y experimental. La especulación permite al lector interpretar de múltiples formas las distintas premisas y las imágenes que se montan constantemente como ejemplos de otros mundos posibles aparecen para tensionar aún más nuestras preconcepciones sobre las posibilidades de un mundo-para-las-imágenes. No es la mera posición crítica que observa en la superproducción de la imagen un vaciamiento del sentido de lo humano: más bien, es una incipiente pregunta por la autonomía que estas imágenes algún día adquirirán y los ecosistemas que fundarán por su cuenta, sin nosotros.

 

Por Daniel Ahumada

Fotografía de Luigi Ghirri

Sobre:

El mundo es un tubo
Martín Bollati
LETARGO Editorial & SED Editora
2024