I
El intento de retratar a un cuchillo nos lleva a la pregunta -replicable a cualquier otro objeto- sobre su identidad. En este cuestionamiento confiamos que la diferenciación de las cosas radica en su constitución más que en una mera asignación arbitraria de su nombre. La respuesta sobre lo que diferencia a un cuchillo de un tenedor o una cuchara nos obliga a hurguetear la historia de uso. La singularidad del cuchillo radica en la ancestralidad en que se difumina su origen con el origen de “lo humano”. El relato que la ciencia ha hecho de la historia de la humanidad reconoce en el uso del cuchillo un rasgo característico de los homo-habilis, protohumanos que incorporaron puntas de lanzas o jabalinas para desfibrar los tejidos animales luego de sus cazas. Posiblemente, el eslabón perdido de la evolución se encuentre en ese gesto del corte: un par de brazos velludos comienzan la historia humana en el filo de un mineral.
II
Junto a un lago, el hombre sostiene con su mano izquierda, a la altura de su cadera, un par de piedras atentamente elegidas en los bordes del agua. Su mano derecha coreografía el movimiento que enseña a su hijo para hacer a una de ellas deslizarse justo en el límite entre el cielo y el lago. Al perder la atención por no lograr ese movimiento, el niño descubre que puede afilar los márgenes de la piedra al golpearla con fuerza contra las otras piedras del suelo.
Un cuchillo nace en las manos de la inquietud.
O de la frustración de un niño creciendo.
III
Sobre la espalda arqueada, su cabeza se orienta a las manos que acaban de deformar la piedra, luego la carne, luego la tierra. De su boca salen gemidos dirigidos a los otros homínidos que lo observan a él y lo que ha hecho. En esa arcaica manualidad, junto a un cuchillo, algo parecido a una palabra.
IV
Al menos en esa posible historia, el nombre del cuchillo nace con su violenta capacidad de quiebre. Si no es en la caza, en el filo de la hoz segando las primeras cosechas. Invocar en el nombramiento de las cosas ese corte a cuchillo con el que clasificamos, segmentamos y nos separamos en el mundo. El grupo de homínidos ya no solo caza, también ha cercenado la madera y resquebrajado el cuero de sus presas para construir chozas, luego se ha vuelto contra otros grupos por una tajada de tierra a la que cada uno le dio un nombre propio.
V
A la luz de su nombre, el cuchillo refleja la violencia del desgarro, el uso armamentista de su filo, el posicionamiento del hombre sobre sí mismo y sobre la naturaleza. Sin embargo, en su opacidad se posibilita la imaginación de historias que el corte ha desechado o que nada tienen que ver con la furia incisiva del cuchillo. Hacerle justicia a este objeto es reconocer la fragilidad de su movimiento y su constitución, al igual que la palabra tambalea en la punta de la lengua que la escupe.
VI
Una ola de mantequilla se despliega sobre la superficie de su envase. Su origen es el borde romo de un cuchillo sostenido por falanges arrugadas y temblorosas. La viscosidad se derrite y expande sobre un pan de molde recién tostado por una anciana que atiende a su nieto luego de una largo día escolar.
VII
Antes de la primera palabra, fue el sonido húmedo del músculo lingual del homo-habilis. Responde al acontecimiento del encuentro de sus manos con las cosas. Entonces en el lenguaje: primero la emoción del ensamblaje, luego el intento comunicativo. Miles de años después, la arqueología busca descifrar el poema surcado del cuchillo en la piedra. La agudeza de la lengua en un beso amoroso es la porosidad del cuchillo abierto en la necesidad emotiva de ese primer ejercicio literario.
VIII
En su agitación, la brocha desempolva la figura grabada sobre la piedra caliza. Las manos enguantadas de látex se deslizan sobre el contorno, si acaso es posible seguir el trazado original. La hendidura atestigua la acuidad del cuchillo, el intersticio entre el pasado y el futuro en donde se construye el recuerdo.
IX
La cabeza de un bebé se aparece entre la sombría estela del bisturí, nombre médico para el cuchillo con el que se abre el pecho de un corazón detenido. Su llanto es la onomatopeya del frío de las manos de la matrona que lo entrega a su madre. Ella besa su frente, y le dice su nombre por primera vez.
Por Agustín Herrera