Un road-trip post cuarentena: en Mixtape La Pampa Andrés Di Tella sigue las huellas del escritor y naturalista Guillermo Hudson (1841-1922), una especie de guardián del imaginario de La Pampa, una región que conoció bien en su infancia y que recorrió en su juventud luego de la muerte de su madre. A los 33 años se muda a Inglaterra y en sus memorias desde la lejanía describe minuciosa y nítidamente una Pampa que ya no existe.
Si llegamos a un lugar en el que suponemos que otro estuvo ¿Aprendemos algo de esa persona? Las aproximaciones a Hudson en principio se estructuran en un recorrido espacial, uniendo puntos en los que él estuvo, como la casa de su infancia, el paso de un río o una estancia en la que durmió. Distintos personajes encontrados por el camino comparten su propia versión de habitar y contemplar la naturaleza. El primer personaje es un guía que organiza una visita al arroyo – el mismo que describe Hudson en sus escritos- y plantea lo enigmática que resulta su figura. Poco a poco no importa tanto descifrar aquello que resulta una incógnita al estilo del documental en busca de una verdad oculta. Esta película es un intento de acercarse lo más posible a una experiencia sensorial y emocional de una persona (o de dos personas) y el sonido es la clave para acceder a un universo frágil hecho de fantasmas, duelos, migración y desarraigo.
En el libro de Andrés Di Tella editado por Entropía, Cuadernos, leo: “Me quedé pensando en el sonido del cine, quizás porque pronto me toca empezar a trabajar el sonido de mi película, quizás porque se habla poco de ello; siempre se habla de la imagen, cuando sólo se trata del cincuenta por ciento. Mi sensación es que nunca pude experimentar todo lo que hubiera querido en la banda sonora de mis películas (asunto pendiente)”
¿Qué escuchó Hudson?
La película empieza con un tarareo, una canción tradicional de cuna. Todas las personas en la oscuridad de la sala llena del Teatro Colón en el Festival de Mar del Plata del año pasado escuchamos. Entramos, sin saberlo, en un terreno onírico regido por asociaciones y desplazamientos entre el nítido presente y distintas capas del pasado. Lo que vemos es un camino en medio de la llanura desde un vehículo en movimiento. En la textura se percibe el celuloide y cierto desperfecto de exposición.
No hay road-movie sin contemplación, introspección y auto-descubrimiento. El conductor de este auto que avanza nos lleva al interior de su propia historia pasada y lo que experimenta en el viaje. Porque justo antes de salir a la ruta había recibido todas las cartas guardadas por su amigo Javier, músico fallecido hace años.
El camino se despliega hacia adelante, entonces él recuerda.
Su amigo en la adolescencia lo ayudó a conocer la Argentina a la que volvía como un extranjero luego de pasar su infancia en Inglaterra. El objeto mágico para tal hazaña fue un cassette de audio con un compilado de canciones de rock nacional, las cuales a muchos espectadores –aún siendo de generaciones posteriores– nos llegan directo al corazón (ya hay incluso una playlist disponible en internet). El sonido toma protagonismo a través de la música, las letras y el idioma contenidas dentro de estas canciones. El soundtrack de la primera vida de Hudson en Argentina fue el canto de los pájaros. Los cruces entre dos experiencias humanas en distintos siglos nos hacen entrar en un universo simbólico –donde cada material tiene más de un sentido– ligado con la memoria emocional-auditiva.
Risas en la sala. Quizás la escena preferida de algunos haya sido la de un ornitólogo tratando de persuadir a Andrés Di Tella de meterse con sus botas de cuero en el barro para escuchar el sonido de los pájaros, le garantiza una experiencia verdaderamente pampásica si lo acompaña. El cineasta-investigador traza su límite para adentrarse en el ambiente. Aunque duda y consulta con su pequeño equipo de filmación ¨¿Está bien esto?¨ Detrás de cámara celebran haber registrado un momento de resistencia, inesperado y de naturaleza cómica: quien se resiste a ir hacia las profundidades del lugar es el documentalista y no el documentado.
Cualquier acusación de solemnidad se rompería por este y otros momentos en donde se mezclan la sensación de vulnerabilidad y el detrás de escena documental. Una voz relata en primera persona las –infaltables– entradas de un diario. Nuestro narrador relata lo que recuerda de ese instante traumático que fue enterarse de la muerte de su madre a través de un llamado telefónico. De pronto, esa voz etérea que había sobrevolado durante la película, se vuelve espacial: se escucha que una mujer abre la puerta y se encuentra a este hombre grabando su propia voz en soledad ante un micrófono. Ella se disculpa y rápidamente vuelve a cerrar la puerta, con el pudor de haber interrumpido un momento sumamente íntimo. Al menos esto me hizo pensar a mi como espectadora. Una breve línea aparece como una forma de mostrar cómo este relato está siendo grabado para escucharse en una sala ante cientos de desconocidos pero a la vez no admite testigos más que el narrador al momento de grabarse. El producto de dicha experiencia sólo verá la luz en el contexto de una película. También esto me trajo preguntas ¿Desde dónde habla esta voz que estuvimos escuchando desde el principio? ¿En qué lugar y en qué tiempo está esa persona que tiene un cuerpo y una cabeza con una boca?
La re-actualización de los intereses de Hudson –un mero aficionado para los cánones europeos científicos de su época– se hace presente en más de un personaje que Andrés conoce en su viaje, aunque en una road-movie nunca debe faltar el desvío. El recorrido sinuoso por distintas formas de autobiografía se conecta con el deseo de hacer cine a lo largo del tiempo. La historia de un país aparece en tramos, donde la violencia propia de un proyecto civilizatorio se replica hasta el presente.
La sonidista del equipo de filmación graba ambiente sonoro en la habitación de la estancia en la que Hudson durmió muchos años atrás. ¿Podremos escuchar algo de lo que Hudson escuchó? Me hace sentir que sí. La velocidad con la que pasa el viento que golpea en las hojas de un árbol de determinada especie puede que sea la misma. O el crujir de alguna madera de la casa. En todo caso existe algo muy valioso en el intento de transmitir ese deseo. Escuchar se transforma en un gesto.
Esta relato habla de dos vidas. La vida que se vive y la vida en la que se escribe. Esta película separa y junta.
Las películas de Andrés Di Tella dan ganas de hacer películas y me atrevo a escribir que dan ganas de vivir. Me pregunto por qué. Tal vez porque es un cine que parece ser hecho de excusas e intuición, en el mejor de los sentidos. Una ilusión, cuya medida quedará en misterio, hace sentir que alguien quizás sólo necesitaba la excusa de investigar para salir de viaje, tener conversaciones, conocer personas, perderse un poco y contra todo pronóstico atravesar un duelo, homenajear y agradecer a un amigo.
PD: Mixtape La Pampa se proyecta los sábados de agosto a las 19.30 hs en el CC General San Martín (Sarmiento 1551, CABA)