En estas “otras ciudades”, ciudad y cuerpo se prenden, se unen, se buscan tal como estos espacios urbanos son inseparables de ciertas imágenes que se otorgan a estos poemas, tal como visiones y también como cuerpos que van surgiendo con la lectura.

El mismo título y la imagen de portada nos dejan, como lectores algo curiosos, prendidos o prendados. Figuras recortadas, ruinas, fragmentos, que también son sonidos. Selecciono aleatoriamente algunos versos y sus sonoridades que me llamaron: “rocían pastizales, estanques, las calles contraídas de un esquema” (26); “Al pasar clavaron agaves florecidos” (41); “El acople tropieza la cabina partió” (25); “frasea el polvo Santiago extendida” (10).

“Tres personas en paradero con atardecer

Tallados y húmedos los contornos” (26)

 

En estos versos surge una palabra recortada que se asoma como una imagen por sobre el tumulto y es quizás ese significante el que callejea/ vagabundea por todo este libro. Uno que se puede leer como esa elección constante que hace el sujeto no solo entre una palabra y otra, o un sonido, sino en cómo se desplaza una imagen hacia un espacio u otro en donde calza, aunque se aleje esa visión panorámica de una ciudad, pero que quizás se adhiera a algún cuerpo.

“En pares las caras dictan / la letra bajo el espíritu” (28)

Como lectora deambulo entre la enumeración, pero también cierta denuncia de aquello visto y experienciado, estos textos sobre todo aluden no a una si no a varias experiencias de percibir una ciudad, una interioridad múltiple que nos toca o nos roza desde las imágenes. El sujeto poético deambula entre destellos y sombras, cuadros, postales y fotografías para una suerte de diario: “Brilla la cordillera y las industrias aledañas / vano que avanza con la lluvia, rasa / miles de vidrios frente al mar” (31)

Los astros descienden, golpean el asfalto, calor, espesura de los cuerpos que interactúan con entidades no humanas, viajando en un plano de cámara, en una imagen que es movimiento y simultaneidad.

“Una aguja sobresale y se esconde / enhebra un rostro en la corriente, imagina” (38), hay así un desborde constante de un imaginario alterado, algo acalorado incluso.

A ratos en la lectura se da paso a un tránsito a la oscuridad y a cierto frescor, que me hacen pensar que estoy no solo ante un recorrido, sino un ascenso y descenso de la noche de las luces del día que se reflejan ante una ventana que varía en su composición y materialidad.

El baldío, la mirada que va de lo monumental o espacial, vistas desde arriba (desde aviones, micros, buses) o bien una mirada hacia el detalle, deviene en protagonista, hacia un paisaje cada vez menos humano o más intervenido por él, en el que yacen ciertos residuos de lo que fuera una presencia, la potencialidad de esos objetos podrían dar cuenta de ese pasado:

“lejos con otros vientos tiznará los cerros / el ácido del esmalte parcamente embolsado en un muslo / ahí, el plazo de quince vidas / faldeos de carrocerías, dentaduras de fierros con el dorso/ delatas y cáscaras abultando una costra madura / nace este esqueleto” (50)

Estas imágenes-objetos-fierro olvidan lo humano y se preguntan por lo viviente en cerros de metales negros en donde retoña un esqueleto. Así, nos encontramos ante una imaginación espectral fantasmal, “la calle es el mar / y las sombras de los que vienen son olas” (55).

Todas estas variantes me llevan a reflexionar en torno a la idea de camino y recorrido de la imaginación poética, la que se erige como una arquitectura material, contemplativa y espontánea, aunque derruida y a ratos demencial. Un estado de escritura es una disposición al viaje en un solo mundo y varios mundos en recorridos aparentemente pequeños dentro del entorno urbano. En una tradición bastante universal del poeta y la ciudad, desde Eliot, pasando por Lihn, Millán en el caso chileno, Poe, Baudelaire y también el Santiago Waria de Elvira Hernández. No obstante, hacia el final aparece clara una referencia a Huidobro: “Tarde el cedrón seco y blanco el sol contra el radier / la brasa revienta, astilla la mirada a tiempo / se va, se desmenuza entre nosotros/ y acá prosa Temblor del cielo / para esto vivimos” (54).

Sin embargo, es temblor pero es también un “paisaje irritado por la velocidad”, como se lee en la contratapa, descripción que me hace mucho sentido, pensar en la velocidad también de la percepción y de lo sensorial, hacerse la pregunta por cómo se transmite todo conocimiento, pero también dónde quedan el cuerpo y los afectos. 

En otras ciudades están prendidas a un cuerpo inestable, lo dice el mismo título, no se puede olvidar al cuerpo-sujeto en su interacción con estas materias no humanas las que: “dispersas contra la luz recostada / regresan, desaparecen, se restituyen” (55)

El escritor inventa en la lengua una nueva lengua, una lengua extranjera, dice Gilles Deleuze citando a Proust en Crítica y clínica y dirá incluso que la hace delirar. Una operación semejante es la que ocurre acá, paisajes citadinos que deliran se vuelven maleables o se derriten, se irritan se apuran. Aluden a aquella condición desconocida del lenguaje, como señala Nadia Prado en El poema acecha en los intervalos: “En el intervalo las palabras asoman su carne o su decir lleno de hendiduras como si algo desconocido fuese creciendo entre las sílabas que no alcanzan a nombrar y a nombrarnos” (65).

“Una ventana, un reflejo, un muro / contra la ventana el tránsito / una cama al borde, la piel / de las piernas o el vientre / y áspero el muro debajo / la imagen velada por el sol” (39).

En este mismo registro, de la imagen velada propongo fijarnos en uno de los paratextos, que operan como entrada y salida al poemario, la fotografía de la hoja de guarda invita a un asomarse, a otear no hacia una ventana o una visión panorámica, sino al fragmento, no es la mirada espía, ni tampoco oblicua, es el gesto de los ojos achicándose para observar por ese muro que deja entrever, enmarcar una escena de ciudad donde los cables de la luz son también las líneas con las que se escriben los poemas. 

Por Macarena Urzúa

Fotografía de Trent Parke

Texto leído en la presentación de:

Otras ciudades están prendidas a un cuerpo inestable
Simón Villalobos
Traza editora
Valdivia
2024