Leonard Fife es una especie de mezcla entre Frederick Wiseman y Werner Herzog, un gringo autoexiliado en Canadá para supuestamente evadir la guerra de Vietnam, un cineasta dedicado al documental político con destellos formales (para evitar ser catalogado como un cineasta de National Geographic). Fife es actualmente un cineasta canonizado, su obra goza de la salud y actualidad que su cuerpo ya no tiene, relegado en un asilo al cuidado de su enfermera Reneé y su esposa Emma.
La última novela que publicó Russell Banks, quien murió el año pasado a sus 82 años, se encarga de retratar rápidamente a su protagonista Leonard Fife. Los abandonos lo sigue en su larga confesión a Malcolm, un cineasta que lo idolatra y defenestra al mismo tiempo, quien realiza un documental sobre él pagado por la televisión canadiense.
Rápidamente Fife cuenta cuál es su motivación a participar de este documental: “La confesión, seguida del arrepentimiento y la expiación, conduce al perdón. Ese es su plan, su único objetivo ahora. Su última esperanza, en realidad.” Se pone por primera vez frente a cámara, volviéndose una cabeza parlante –su cuerpo yace en una silla de ruedas– que rememora casi toda su vida de juventud: un primer matrimonio fallido, un hijo abandonado, reproches, envidias, otro matrimonio destrozado (por él, siempre por él) y así sucesivamente Russell Banks nos va ponchando, como un montajista avezado, entre el pasado y el presente de su protagonista.
Lentamente Fife nos hace entender de qué se arrepiente, de por qué a pesar de que pareciera que su entorno lo respeta y quiere, él se odia profundamente. Como lectores somos testigos de un juicio autoimpuesto por un acusado al que nadie parece escuchar en serio, ya sea porque piensan que por su edad o su estado de salud está derrapando y lindando con la senilidad, o porque no sirve para los propósitos hagiográficos de la película institucional, o incluso porque para nadie es amable ver a un viejo azotándose con los recuerdos: “Por primera vez en la vida ha descubierto que está solo en el mundo, que siempre ha estado solo y lo estará hasta el fin de sus días. Solo e ignorado”
Fife sin embargo anhela el perdón, y no por mera cuestión de salvataje, sino porque desea ser amado como el tipo horrible que es. Quiere que Emma se entere de todo lo que hizo mal y que luego lo siga queriendo. El desvarío del recuerdo lo atrapa en un torbellino verborrágico, Malcolm sigue rodando, pide que que las cámaras no dejen de grabar, sabe (y lo aprendió de Fife) que el cine presenta involuntariamente sus mejores escenas y que la pantalla tiene reservada una atracción especial para aquellos que sufren dentro de ella. De todas formas pareciera que a nadie le importa lo que Fife efectivamente está diciendo: “¿Por qué molestarse en intentarlo? ¿Por qué no quedarse en silencio sentado en la silla de ruedas, en la caja negra, y ver y oír cómo se van desgranando sus recuerdos sin auditorio, sin nadie que lo escuche? De todos modos, casi está muerto y olvidado”
Ante la constatación del rápido descenso a la muerte Fife acelera, se entrampa, atropella sus palabras (acá aparece lo mejor de la prosa de Banks), y decide que se va a ir así, trayendo todo de vuelta a casa como decía su ex amigo Bob Dylan, junto a quien conoció a Joan Báez. “Fife ha empezado a hablar de su pasado de forma tan detallada y sincera –aunque todo resulte un poco confuso y fragmentado– que Malcolm no cree tener más remedio que seguirlo hasta el final del laberinto, lleve adonde lleve. Malcolm empieza a ver que puede convertir el metraje en una película realmente original, tan profunda y artística como una de Werner Herzog. O como un film de Leo Fife.” Y quizás sea ese el legado de Fife, volver un reportaje glorificador e institucional en una película atractiva, sean verdad o no las cosas dichas al borde del delirio, así quizás el cine perdona lo que la vida no pudo.
La vida termina de la misma forma que el cine, y la novela lo repite:
Fundido a negro.
Por Miguel Ángel Gutiérrez
Sobre:
Los abandonos (Foregone)
Russell Banks
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
Sexto piso
340 pp.
2023