Qué es un poema, si acaso es bueno —cómo suena y se ve en general, el tipo de temas de los cuales se ocupa— todo esto, ¿desde cuándo? Desde poco tiempo después de comenzada la historia que conocemos, estas cuestiones han sido mundialmente tratadas por hombres, con algunos aportes de mujeres. Un poema, mirado así, parece “masculino”—las elecciones que se pueden tomar son, en gran medida, soluciones masculinas a problemas formales inventados por los hombres. En la poesía, como en todo lo demás, difícilmente se llega a saber qué es “humano”. Volviendo a este lugar y este momento: incluso la generación revolucionaria de mujeres poetas norteamericanas que ahora están en sus cuarenta, trabaja desde la pretensión por modificar lo que los hombres han hecho y pensado; y las feministas presuntamente más radicales, con afán de subvertir la tradición intelectual occidental, siguen siendo subsidiarias de ella— ¿quién sabe la diferencia entre ellas y la tradición? No hay forma poética que sea por completo “perteneciente” a las mujeres: lo que los estudios de poesía de mujeres parecen mostrar son las predilecciones por figuras, temáticas y cómo nuestra poesía tiende a ser. Sería rarísimo decir que hemos hecho algo muy nuevo, pero ha habido al menos dos genias en los últimos dos siglos, Dickinson y Stein, genias de aquellas capaces de concebir rupturas radicales en lo formal. Dickinson todavía trabajando con la lírica que le fue dada, pero alterando la métrica norteamericana. Los trabajos más radicales de Stein son prosaicos y difíciles, dos cualidades que juntas ofrecen una respuesta inadecuada a la pregunta: ¿cuál sería la verdadera poesía de mujeres? (La prosa no es realmente la respuesta, no es un poema, sonoramente es muy estrecha, muy plana).

Tal que la real pregunta es, ¿es esta una real pregunta? ¿Cuál sería ese otro tipo de poesía? ¿Otra poesía surgida de la nada, como al principio del mundo, en manos de mujeres? O quizás aún más deseable, como al principio del mundo, inventada a partes iguales por mujeres y hombres, juntos. No como ahora, inventada ya por los hombres ¿me explico? Estoy diciendo que, quizás, no hay nada de mujer en la manera que cualquier poema luce hoy, en lo que su forma es —todo el sustrato, las capas y la mayoría de sus nutrientes, son para todo efecto práctico, masculinas. ¿Cómo sería hacer poesía de mujeres? ¿Es acaso posible? ¿Hay manera deseable de concebir tal puesta en marcha? ¿Cómo podría ser algún otro tipo posible de poesía? ¿Puede siquiera haber algún valor en la polarización sexual de las actividades? ¿Hay femenino y masculino, así como hay lo hecho por mujeres y hombres respectivamente? (Hasta ahora no he hablado de cómo son los hombres y las mujeres, cada sexo, sino de lo que han hecho: ¿quién posee las formas? ¿Quién se está moviendo con rapidez en las, posiblemente, mismas formas?).

La pregunta quizás es por cómo son las cosas al principio del mundo. Me refiero a, ojalá, en el ahora. Pero el mundo llega tarde y es feo. De todos modos, fingimos que somos los primeros, que abrimos la boca por primera vez (nunca hubo tal vez), que hablamos con la voz primera de la historia (nunca hubo tal voz), ¿qué decimos? ¿Por qué debemos tener una poesía? ¿Y quiénes nos creemos que somos? Ahora vemos que somos el mundo y que el mundo es poesía, que las palabras son nuestra poesía, mientras que otras piezas del mundo tienen otras poesías: los pájaros sus cantos, también las plantas sus formas y dibujos, y el cielo tiene su propio aspecto y proceso: la poesía es la superficie y la textura y el juego del ser, incluida la luz que brota en las cosas desde sus profundidades. Entonces, ¿qué es un poema? Los poemas están por todas partes, caminamos entre ellos —una infinidad de ellos ocupa el mismo espacio ilimitado— ¿qué son? Lo que sabemos acerca de lo que es: nacidos para saber que somos cada ser, nacidos para ser conscientes en el corazón del ser, definimos suavemente formas de ser, en palabras, que están libres de dimensiones, libres de causa y efecto, libres, pero cuando son completamente libres, sin forma, sin sentido, son también inútiles y sin significado— ¿para qué molestarse? Los poemas forman parte de nuestro ser vivo, realizarlos, decirlos, es completamente natural al ser vivo: decir lo que hemos hecho, lo que sentimos, lo que sabemos, tal que los poemas que decimos lleguen a parecerse lo más posible a los poemas entre los que caminamos. Tan llenos de follaje, de aire espeso y de nuestros propios exquisitos terrores, de percepciones, de iluminaciones, tan llenos de interpenetraciones de la mente, tanto como el mundo se reduce a la voz que sale de la boca del poeta. Lo dice una sola persona a la vez, aunque, como al principio del mundo, sea el mito inventado por todos. La responsabilidad es de una sola voz (pues pocas personas son poetas), pero ¿son nuestras voces parecidas? ¿Eran más parecidas al principio del mundo de lo que son ahora? ¿Quién puede ser el guardián de la voz? ¿Tiene que definirse, entre otras cosas, como hombre o como mujer? ¿O eso es hacer un flaco favor a la humanidad, a la propia tribu? Se supone que ha de ser sólo “la voz”, es decir, sin género.

Así, con la esperanza de nadie y de ninguna voz, una mujer se sienta a escribir, ahora, 1991, de acuerdo a «nuestro» sistema (ya sabemos qué sexo inventó «nuestro» sistema), para invocar la primera voz, esa primera voz de siempre, para proferir un poema humano de este mundo. Pero hablará a través del brazo –con la pluma– contra el papel: no lo dirá en el aire, alrededor del fuego, ni el poema volverá a donde habita: al aire. Existirá en una superficie bidimensional con forma de rectángulo (aunque también seguirá existiendo en la mente y en la interpretación: en el aire). Pero se ha definido… así. Y si ella elige romper una línea de una determinada manera, si elige escribir en prosa, si a menudo elige dejar mucho espacio entre palabras y frases… todas estas son las cercas establecidas por hombres a quienes tan bien conocemos, ¿dónde está el poema? El verdadero poema se atasca en la garganta: escribir de esta manera no es la respuesta. Las máquinas, las caseteras, las cámaras, no son la respuesta, esa ruinosa decadencia; ni el sonido ni el movimiento sobre un escenario: un escenario no está al nivel del público, los movimientos sobre él son exagerados, no es en sí mismo donde hay poemas. ¿Dónde está el poema? ¿Dónde puede estar? El poema que no podemos encontrar es todo un mundo nuevo, pienso, ¿cómo se hará? Todo lo que hacemos ahora está mal, pero no podemos dejar de hacerlo —así como hay tanta basura, tanta gente y tanta cosa material, hay tantos y los mismos pensamientos, mismas acciones y gestos. Tantos poemas escritos, múltiples y sin embargo los mismos. Apilamientos de más y más, ¿con qué fin, si el mundo es así? Mujeres y poesía, ¿no era ese mi punto? Por fin se nos permite escribir, pero el mundo se muere, los poemas se mueren, me refiero a los literales, al menos aparentemente. En este ridículo mundo material, ineludible y chabacano, a las mujeres ¿qué se nos permite? Hacer más de eso, más de aquello, más cosas. Pero no rehacerlo. No cambiarlo de raíz y salir a la tierra como si fuera su primera mañana. Salir y ver el ser a nuestro alrededor, ver los verdaderos poemas. Los hijos de puta en Washington, Wall Street y Los Ángeles siguen siendo hijos de puta, siguen forrados —admitiendo a unas pocas zorras con ideas exactamente similares— y lo que es peor, siguen autoperpetuándose en la pequeña burbuja acristalada que contiene todos los controles maestros. Muy pocas personas, hombres o mujeres, parecen capaces de hacer una vida que no se ajuste a los patrones que tanto benefician a estos tiranos. Por fin se nos permite escribir, amontonar histéricamente páginas en un mundo sin salida utilizando formas de articulación sin salida escritas en árboles muertos. Todo debe cambiar y muy pronto. Las mujeres y la poesía, un chiste ¿dónde está el mundo? ¿Dónde está el mundo primero? Debemos encontrarlo cuanto antes.

Por Alice Notley

Traducción de Valentina Sarmiento

Fotografía de John Bulmer

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“Mujeres y poesía” se encuentra en Coming After: Essays on Poetry (2005), libro que recopila la producción ensayística de Alice Notley durante la década del 90.