Carta al amante ido

Primero gracias a tu ausencia. Ella, la ausencia se hace visible porque antes había una presencia, una presencia significativa, larga y de a ratos muy bella, eróticamente y afectivamente bella y sutil.
Una presencia, la tuya, que me cambió la vida, tanto, que perdí el miedo al abismo, me ayudaste a vivir. Y a vivir a tu lado sin red… Fue un aprendizaje.
Eso me salvó cuando llegó tu ausencia, porque tu ausencia no es cualquier ausencia, te ausentaste por algo no tan habitual:
Te ausentaste por la vejez, la mía.
Fue raro, porque desde siempre yo sabía que tenía que ocurrir y vos también.
Los dos sabíamos, no sabíamos cuándo, pero sabíamos.
Era natural, la vida es pérdida.
Yo te perdí a vos, pero vos también me perdiste a mí.
Nos perdimos mutuamente.

La vejez entonces: es algo que ocurre una sola vez. Una sola vejez y con ella una sola y absoluta soledad, (Borges dixit) como en la infancia.
La infancia y la vejez son lugares de fronteras, de límites.
Somos, soy, por la vejez “Lo Otro”
Pasé a ser para vos: lo otro, aniquilada radicalmente como singularidad, como mujer, como donadora de sentido, como objeto de deseo, como dueña de erotismo.
Dejé de ser para vos y por lo tanto para todos los demás, dejé de “ser” esa mujer, esa singularidad amante y entendí…
Entendí que ese era el momento preciso, que era necesario que yo ya no fuese.
Entendí… La luz de la razón iluminaba esa escena.
¿Para quién tendría que ser, para quién tendría que estar?
El cuerpo, mi cuerpo, ya no tenía función alguna.
¿Y el alma?
Dice Spinoza: “El alma es la idea de un cuerpo…”
O sea que el alma es lo ideal y el cuerpo es lo real.
Y entre esos dos polos hay una tensión extrema.
El cuerpo, mi cuerpo es lo real, ¿y mi alma?
No sé… De lo ideal no sabemos nada.

Lo que sé, es que en los Sueños de la Razón digo:
Basta…
Y en contra de esos sueños y de esas razones, el cuerpo, mi cuerpo perdura.
¿Porqué, para qué, para quién?… ¿Porqué?

Cuando vos dijiste: hasta mañana y no volviste nunca más,
no me diste una respuesta, tampoco pregunté.
Ese: “hasta mañana…”, fue sólo el comienzo, el comienzo de tu ausencia y el comienzo del Porqué… esa tierra de nadie.
Y en esa tierra de nadie no había nada, excepto la nuda vida,
LA NUDA VIDA, esa puta, con su grotesco erotismo y su indiferente aullido, con su exceso, con su dominio y su terrorismo.

Y ahí estoy en ese campo de batalla y la pregunta:
Para qué seguir siendo, para qué si ya fui.
Todo ya fue, el amante y con él, todo lo que aun podría ser,
ya fue.
Por lo tanto tu ausencia es lo justo, se hizo justicia.
En tu lugar, yo hubiera hecho lo mismo.

Pero no termina ahí, porque quizás, hoy, ahora, después de no recibir nunca una respuesta a ese porqué, podría decir, con Heidegger: “Del máximo peligro puede venir la salvación”

Del no tener que ser para vos y por lo tanto para los otros,
del no tener que pertenecer a vos y por lo tanto al mundo,
de no tener deudas con dios… de ese estado… surge una liviandad, una liviandad en la que caigo libremente… sin vértigo y sin telos… en lo abierto.
Y hay, en esa liviandad y en esa caída, en algunos breves instantes, una sensación de plenitud.

Si tu presencia fue fuerte, tu ausencia, esa negatividad,
abre espacios sorprendentes, novedosos.
Soy dueña ahora de ese topos no limitado por vos,
y la posibilidad de una creatividad que necesita vacío.
Esa posible creatividad y ese vacío, todo te lo debo.

Entonces:
Gracias por no estar.
Lo tuyo fue un acto de amor.

✴︎

A-DIOS

Hace bastante que no nos vemos, hace bastante que no sé nada de Vos, estarás seguramente en otras cosas que nada tienen que ver con este mundo o estarás quizá en uno de tus largos retiros, donde cada tanto te internás a meditar. Sé que es una herejía escribirte pero lo cierto es que últimamente he pensado en Vos de una manera inusual. Tu presencia ha sido demasiado fuerte como para acercarme así como así, o como quien escribe a un amigo, por eso no es nada fácil el encuentro.
Tu presencia, tan fundamental, se ha hecho ausencia, una ausencia apenas percibida, apenas anunciada. Has entrado en un cono de sombra….¿Qué decirte? La creación ya no depende de Vos, tampoco de mí, por suerte. Ha pasado a ser un acontecer casi anónimo. La trascendencia ya no es tema.

Pero volviendo a lo que quiero decirte: siento que el desamparo de tus criaturas ha afectado nuestra relación, ha puesto en duda tu benevolencia, porque ha corrido demasiada sangre al río: la nuestra. ¿Dónde estabas Vos a la hora de la sangre? ¿Dónde a la hora de tantas plegarias? ¿Dónde está hoy nuestro estado de gracia, nuestra exaltación mística, nuestro “hierogamos”? ¿Dónde nuestra unión sagrada? ¿Por qué fuiste sólo hombre y nunca mujer? ¿Por qué tu sabiduría ha sido el sacrificio de tus criaturas, empezando por el hijo? ¿Por qué el sacrificio de tu hijo? De todos tus hijos. ¿No sabías que tu pueblo, el judío, ese pueblo que había logrado hacer de vos la máxima abstracción no podía nunca reducir tu imagen a un hombre desnudo y carnal, colgado de una cruz?

¿Habrás visto que nuestras urgencias son cada vez mayores? ¿Habrás visto que nuestras almas no cesan de añorar el paraíso perdido? ¿Habrás visto que la condición humana es atroz y eso en el mejor de los casos? ¿Habrás visto?
Pero si te escribo hoy, es porque yo he visto, que no solamente nosotros estamos solos, sino que Vos, aparentemente tan pleno, también estás desamparado, quizá más desamparado aún. Veo que también nosotros te hemos dejado. ¿Habrá sido por eso que necesitaste hacerte hombre? ¿Hacerte mortal? Entiendo tu tristeza. Lo que no entiendo es tu rencor. Tu ira ha sido una desmesura y el castigo demasiado cruel. Si tanto sufrimiento ha sido una revancha por haberte dejado, esa revancha ha sido un exceso. Entiendo que tu soledad es más grave que la nuestra. Entiendo que ver alejarse a aquellos que tu ira ni siquiera había rozado, es ingrato. Entiendo que los hombres que te quedan, aparentemente son indiferentes y que su acto cotidiano es la traición. Han inventado otros dioses, otras teologías. Entiendo que los pocos que te son fieles, abusan de vos, generalmente te reclaman solo en la angustia y cuando sus precarios recursos de poder han fallado. Entiendo que son los menos los que te aman, porque el amor no es el lado más fuerte de tus criaturas.

Culpa tuya. ¿Nunca te has preguntado por qué es así? ¿Nunca te has preguntado que quizá algo tengas que ver? Porque lo nuestro fue distinto: nosotros por Vos hemos sacrificado lo más amado, hemos quedado mudos de dolor, pidiendo que nos absuelvas. Pero Vos estabas siempre distante, siempre preocupado por tu poder, la banalidad de tu omnipotencia y tu inmortalidad. Aunque más no sea, hubiera sido un gesto de cortesía, sentir tu mirada. Pero como dice Pedro Vargas:

“Es en vano pedirte que vuelvas, porque siempre has mentido, jurándonos amor, Nosotros, en cambio, sabremos perdonarte. Sabremos perdonarte, sin guardar rencor.
Si al fin con el tiempo el olvido curará las penas. Sigue feliz tu camino. Y que te vaya bien.”

(Claro que aquí falta la melodía, siempre tan dulce, pero imagino que la podrás recrear).

Te aseguro que no ha sido fácil crecer en esta “oscura noche del alma”, en este desapego, libres como partículas de polvo arrojadas al universo, un universo frío, negro e indiferente. Tirados a un final, a un absoluto final. Vivir un rato y estar muertos para siempre. No ha sido fácil olvidarnos de Vos. No ha sido fácil aceptar la temporalidad de una vida terrenal, afanosa y artificialmente estirada, cuando alguna vez hubo un tiempo infinito para las almas, aunque ellas, las almas, fueran pecadoras. Porque en una época había una Divinidad, había lo Sagrado. Y esa Divinidad, y eso “lo Sagrado”, sucedía por mediación tuya. Lo Sagrado era tu donación, tu donación al mundo. Entiendo que de ser mediador de esa Divinidad pasaste a ser una mera guardería de almas, un padre envejecido y cansado, aburrido de tanta criatura lisiada.

Pasaste además a ser algo peor, pasaste de ser el Jehová iracundo y arbitrario, pero fuerte y viril, un verdadero padre, a ser “le bon Dieu”, un anciano castrado con aspecto de papá Noel. Tu imagen decadente de estampita de primera comunión dio el golpe final a tu esplendor. Ese fue el fin.

A mí me tocó esa época. No me sentí convocada por Vos. Me sentí completamente desamparada y tuve que replegarme sobre mí misma en un intento de unión mística con el universo, con esa oscura noche del alma… Igual y por cortesía, te digo gracias. Gracias por el arte que nos dejaste, por la luz en las catedrales y por los muros de las capillas del campo. Gracias por tu imagen en el lienzo y por las voces que te alaban en las pasiones, las de Bach. Gracias por las campanas que se oyen en los valles. Y por la paz de los senderos en los antiguos monasterios. Gracias por la religiosidad que pudiste despertar en algunos que pudieron así transfigurar su realidad. Y gracias por haberme olvidado, gracias por decirme A-dios.

Por Narcisa Hirsch (1928–2024)

Los editores agradecen a la Filmoteca Narcisa Hirsch, gracias a quienes pudimos ver los cortometrajes de Narcisa en una calidad óptima, y quienes imprimieron estas cartas para acompañar las funciones y nos autorizaron a publicarlas.