¡Qué sabían ellos lo que era escribir a medias pensando todo el tiempo en el tampón que quedó mal puesto y hiere las paredes de la vagina cada vez que uno distraída se apoya en el respaldo de la silla! ¡Cómo podrían siquiera imaginar esa mala jugada del cuerpo una docena de veces al año!

El personaje de Cristina pensó en esto con los pechos hinchados, mientras le asaltaba un dolor punzante en el vientre, espalda y muslos. A las molestias propias del periodo había que sumarle otra preocupación, pues el material diseñado para contener el flujo ya superaba la carga de absorción recomendada por el fabricante. Todo en medio de una importante jornada en la que debía desplegar sus habilidades de profesional exitosa mientras la sangre estaba a punto de exceder las proporciones del tampón. Esta escena es mucho más que un incidente  en la secuencia de acontecimientos con los que Lucía Guerra construye la cotidianidad de su protagonista en Más allá de las máscaras (2017), mujer que en el relato se embarca en un proceso de rebelión en contra de las estructuras sobre las que se construyeron o, mejor dicho, otros construyeron su identidad: madre ejemplar, profesional eficiente y esposa servil.

El libro desarrolla en casi cinco planas los días más álgidos del ciclo que, en el caso de Cristina, comenzó con: “esa temible depresión que usted tan bien conoce, señora…” en referencia al síndrome premenstrual que coarta la rutina del personaje. Luego vendrían los ganglios inflamados y la inevitable expulsión de la sangre, como es de esperar, en el momento menos idóneo y, para peor, en medio de una ajetreada semana laboral: “No sabe la regla que me llegó este mes”, hubiera querido gritarle al ministro de Estado al que se disponía a entrevistar, tal vez con la idea de lanzarle en la cara los tampones camuflados en la cartera como si estos fueran mercancía de contrabando. 

En la novela, cuerpo, cultura y escritura se trenzan de un modo similar al recorrido de la sangre antes de la liberación del óvulo, de la misma manera en que son varios sistemas los que se comprometen en la intrincada ruta donde los órganos interactúan para asegurar la continuidad de la vida. Tomo esta metáfora llena de curvaturas para abordar no solo el camino de la sangre, enmarañado y confuso, lleno de vacíos retóricos determinados por los procesos subterráneos. Para reconstruirlos es necesario valerse de retazos para recuperar  aquello que no se ve y de lo que poco se habla. Extraño fenómeno, porque en otros relatos existe la sangre buena, tanto así que Bebed todos de él. La invitación es sugerente, promovida por 12 hombres que, reunidos en torno a la mesa, contemplaron extasiados el fluido que les aseguraría la vida eterna. Esta visión de generosidad, se propagó hacia los textos fundacionales, donde nos deleitamos con aventuras que involucraron la generosa sangre del Cid

Luego de la lectura de Guerra es inevitable cuestionarse de dónde se han cogido los trozos para construir un relato sobre el cuerpo menstruante. Es curioso, pero uno de los referentes más citados poco tiene que ver con la experiencia propia, con las evocaciones infantiles o, incluso, con las charlas educativas. Hablamos de la menarquia de Carrie como lugar común, producción audiovisual basada en la novela de terror de Stephen King, quien llevó a la pantalla grande a una horrorizada adolescente que no lograba comprender la naturaleza del líquido que por primera vez se escurría entre sus piernas. El catalizador del conflicto, tanto de la novela homónima como de la película, se impulsa a partir del primer sangrado y alcanza su clímax derramándose abundante sobre la cabeza de la adolescente. Luego se cierra la trama. Sangre mala, sin duda:

         -¡REgla, RE-gla, RE-gla! 

        Aturdida, Carrie permanecía inmóvil en el centro del círculo que empezaba a formarse, las gotas de agua se deslizaban por su cuerpo. Se quedó parada como un buen paciente, sabiendo que la broma era a su costa (como siempre), muda y desconcertada, pero no sorprendida. Sue experimentó un asco creciente cuando las primeras oscuras gotas de la sangre de la menstruación golpearon las baldosas del piso y formaron círculos del tamaño de una moneda. -¡Por el amor de Dios, Carrie, tienes el periodo! -gritó Sue-. ¡Límpiate!

Tanto en el fragmento del bestseller como en el cine y la literatura en general, todo el material circulante evidencia los diálogos entre la realidad y los cuerpos. De esta manera hubo que aprender a leer entre líneas e indagar en el cliché <de niña a mujer>, desplegando todo tipo de análisis a la cuentística popular, desentrañando simbolismos y estableciendo patrones  como la manzana roja, la capa roja, los zapatos rojos, para hallar la gota de sangre que solo conocimos en la manipulación de la rueca. En esas tensiones ocurridas en el proceso de la exploración y búsqueda de la sangre, hallamos la moraleja de que nuestro futuro devendría inevitablemente en desgracia. Estos retazos poco nos revelaron sobre la substancia en sí misma y mucho menos de su naturaleza, pero sus variantes fluyeron con fuerza por las vigorosas arterias de un bien nutrido corpus de novela policial, gore, y, todavía aún, las muy difundidas llagas del cuerpo martirizado de Cristo.

Por estos días podría no sonar muy subversiva la frase que marcó un punto de inflexión en la trayectoria que abrió grietas en la identidad de mujer ejemplar con la que cargaba Cristina: “La verdad es que me aburrí de ser esa señora decente que debía cumplir esos otros mandamientos no escritos en ningún libro sagrado”. Sin embargo, la primera edición de Más allá de las máscaras en 1984 fue considerada una toma de conciencia, un gesto biopolítico donde muchos de los tabúes existentes en torno a la pelvis se interpretaban como impuros y amenazantes. A poco menos de 40 años de su primera edición, la relectura a la novela de  Lucía Guerra no deja de ser transgresora en un contexto en que la publicidad de los productos menstruales recién se aventuran a experimentar con sangre real, en un contexto en que una parte no menor de la población mira con desconfianza el rol del Estado como promotor de una gestión menstrual libre y digna.

Si por estos días, ya muy avanzados en los dosmiles, la crítica sigue preguntándose sobre el lugar de los cuerpos en la narrativa actual, en referencia a la poca o casi nula presencia del trabajo físico, esta lectura sigue llenando espacios en blanco, focalizando en aspectos de la vida que todavía se encuentran en las sombras. Nos anima a seguir explorando y debatiendo sobre el ilimitado debate del cuerpo, la identidad y la escritura, a indagar en nuevos pliegues que permitan extender la mirada a los cuerpos que sangran por diversas razones, mientras tratan de sobrevivir a la implacable temporalidad actual. Cuerpos que padecen mientras tratan de seguirle el paso a la vertiginosa cadena de producción. 

Por Jocelyn Zavala Alegría

 

 

 

 

 

 

Más allá de las máscaras

Lucía Guerra

2017

105 pp

Novela

Cuarto Propio