A veces la idea de un poema es mejor que el poema mismo.
La idea de un lugar, en cambio, cómo lo imaginamos, cómo lo habitamos. Cómo pensamos en las distintas posibilidades que transmite un espacio físico. Todo un enigma.
Cuando Karl Brunner, el arquitecto austríaco (no Karl Brunner, el economista suizo, no Karl Brunner, el jefe de brigada de las SS) construyó el Estadio Nacional en 1937, nunca imaginó lo que el destino tenía reservado para ese recinto. En qué se transformaría.
Un lugar destinado a celebrar la victoria y llorar la derrota de forma civilizada, de súbito, convertido en el mayor campo de concentración de Chile.
Un bosque de fusiles y uniformes. El sonido de las marchas militares en los altavoces. Golpes, gritos, disparos y huesos quebrándose.
La siniestra figura de un encapuchado recorriendo los pasillos, alzando el brazo, apuntando con el dedo, la antesala del horror absoluto.
Una fosa.
Pero por sobre todo la idea de la oscuridad que conlleva una fosa.
¿Cómo escribir un poema sobre la tortura y el encarcelamiento?
¿Cómo empezar?
¿Qué palabras exactas se deben incluir?
Y lo peor de todo, ¿en qué se relacionan esas palabras con el deporte?
Quizás podría empezar así…
Copa del mundo FIFA, 1974. Ronda clasificatoria. Tras un frío empate a cero en Moscú, la selección chilena debe jugar el partido final contra la Unión Soviética en casa. Acaba de producirse el golpe de Estado y el flamante Estadio Nacional se utiliza ahora como centro de detención y tortura.
Una fila interminable de sombras entrando en silencio al coliseo.
Miles de cabezas inclinadas en espantosa miseria.
Fantasmas. Hordas de fantasmas, reales, cubiertos con mantas en las gradas.
Esperando. Interrogatorio, tortura, muerte o libertad. Esperando.
Todo el día, toda la noche. Esperando.
Cuando los agentes de la FIFA inspeccionaron el campo, los prisioneros seguían allí.
Bajo las gradas, encerrados en los vestuarios, observando por las escotillas.
Obligados a guardar silencio a punta de pistola.
El día del partido todo estaba listo. Los prisioneros habían sido evacuados a otra instalación. El campo estaba impecable. La hierba lustrosa y verde.
No había un solo rastro de las atrocidades cometidas en aquel lugar.
A último minuto, a modo de protesta, el equipo de la URSS se negó a presentarse.
8 mil curiosos en el estadio tuvieron que presenciar entonces
como el seleccionado nacional jugaba contra nadie.
Fue así como sucedió finalmente:
Pelota en el centro del campo, alguien la patea a la derecha,
luego a la izquierda, uno, dos, tres pases y luego
a la derecha otra vez, el número 19 entra por el mismo lado
y unos pocos metros antes del arco vacío, sin ninguna convicción, patea el balón.
El gol más triste de la historia del fútbol acababa de ocurrir.
(No hubo gritos, ni vítores, ni alegría, ni banderas, ni palmas, sólo silencio).
En las alturas, cerca de las montañas nevadas, la visión de un marcador que permanecerá en la infamia para siempre. Un testimonio del nuevo orden. Un documento de la barbarie:
MARCADOR ESTADIO NACIONAL
21 DE NOVIEMBRE DE 1973
LA JUVENTUD Y EL DEPORTE
UNEN HOY A CHILE
COPA DEL MUNDO FIFA
1974
SELEC. DE CHILE 1
SELEC. U. SOVIETICA 0
Por Carlos Soto Román