“Misterio”. En La gran salina, Zelarayán dice que se trata de una palabra muerta “que sirve para no explicar lo inexplicable”. Para redundar, para caer en facilismos del lenguaje que nos permiten escapar de tener que decir. Quizás, saliéndole por la tangente al querido Ricardo, en realidad se trata de algo que no hay que enunciar, sino evocar mediante imágenes y sonidos. El cine, en tal caso, sería el medio ideal. Irónico que la más específica de las artes sea la ideal para contener los misterios. O, en principio, verlos y escucharlos, sin caer en la mediación de las palabras empantanando los sentidos. Los misterios, como los sueños, se diluyen al explicarlos. Experimentarlos es sentirlos, en su acontecer de imágenes y sonidos, en presente. Al traducirlos en palabras los volvemos un pasado que debemos inevitablemente evocar para traerlos al instante del ahora. Y ahí, en ese juego temporal, se pierde la esencia; aquello que volvía misterioso al misterio.
“Que se jodan los que quieren respuestas”, grita Cassavetes. Además de gritar dirige; actúa, fuma, putea, se ríe, toma y baila, pero sobre todo dirige. Michael Ventura, en cambio, escribe un diario de la filmación de Love Streams, su última película oficial¹. Decir que se trata de una película crepuscular es un poco caer en la obviedad si tenemos en cuenta que Cassavetes la hizo sabiendo que le quedaban pocos meses de vida. Preferible decir que es una película misteriosa, hecha con la impunidad de quien se está muriendo y no deberá dar respuestas por ella. Quizás así es como debe hacerse el arte: asumiendo cada obra como un último respiro por el cual uno no debería dar respuestas. En todo caso, la obra siempre debería hablar por uno y al autor, en las apreciaciones críticas, se lo debería dar por muerto.. He ahí una enseñanza de Cassavetes. Una de tantas, cifradas en el libro, que podrían catalogarse como “Manual del cineasta independiente”. Entre ellas: procurar siempre buena y cuantiosa comida para el equipo; utilizar la casa de uno para rodar; rodar de forma cronológica.
El libro en cuestión, Cassavetes dirige, sirve de documento del proceso. Leyéndolo, se puede comprobar qué día grabó qué escena y, a su vez, si ella terminó siendo parte del montaje final o no. En esas elipsis entre el rodaje y el corte final que hay al terminar cada capítulo, Ventura tiene un gesto de respeto hacia Cassavetes. Sería absurdo que el diario de rodaje de Love Streams intente explicar (o encontrar sentido) a cada decisión tomada y Ventura lo sabe. Por eso, esas elipsis accionan en favor al misterio. Ahí otra clave sobre cómo lidiar con el misterio: eludiéndolo.
En algunas instancias del libro puede leerse a Cassavetes insultando a “los académicos”, así, en general. Cerca del final se puede precisar un poco mejor en qué cara piensa Cassavetes al putear al aire: Ray Carney, el responsable del clásico Cassavetes on Cassavetes. A Cassavetes no le divertía ni un poco tener encima a un tipo que buscaba encontrar una respuesta a cada pedo (“Que se jodan los que quieren respuestas”). Resulta curioso que en el libro de Carney no se menciona jamás a Ventura (ni al diario de rodaje ni a la película making of que filmó durante el rodaje). Más allá de esa omisión (o ignorancia) hay respuestas para todo. Y Cassavetes detestaba las explicaciones.
Ventura propone el texto como una tesis, como una confirmación de la autoría de Cassavetes. Busca anteponer su rol como director, darle el mérito que cree infravalorado. Es cierto que hay una idea generalizada de que el cine de Cassavetes es un cine de actores improvisando y cámaras rodando ad infinitum, como si la sustancia de sus películas estuviese ahí, en el happening de los rodajes. Ventura certifica que no, que Cassavetes tiene un método, una forma precisa de aproximarse a sus películas, mejor dicho un control. Ventura hace énfasis en la existencia de un guion grueso y en el rol de la asistenta que transcribe los ensayos. Esas transcripciones después son leídas por Cassavetes y ahí, en ese momento, es cuando se define qué se rodará. Un detalle no menor que queda muy claro leyendo el libro: Cassavetes dirigía actuando. En el acto mismo de actuar se encargaba de condicionar lo suficiente a, por ejemplo, Gena Rowlands, para llegar al lugar donde Cassavetes quería que esté su personaje. Mencionada Gena, puede notarse cierto respeto/temor en la forma en la que Ventura se acerca a ella, desde cierta distancia, evitando quedar como un tonto. Aun así, uno de los momentos más bellos del libro es cuando se narra un recreo del rodaje: Cassavetes y Rowlands en su habitación escuchando Top Brass (que luego será parte de la banda sonora de la película). En ese momento se suspende el caos y se narra la suspensión, el relajo del olvido. Por supuesto, a cierta distancia: observando pero no siendo parte.
Ventura oscila entre el cronista y el ensayista. Registra a la distancia como buen cronista y vacila hipótesis como buen ensayista. Recuerda a Lilian Ross y su Picture; cuando se leen ambos libros se tiene la sensación de estar frente al mejor narrador de los hechos: aquel que no quiso ser el sabelotodo pero que supo observar lo necesario, lo justo para poder narrar con justicia lo acontecido. En el caso de Picture era la caótica producción de The Red Badge of Courage, donde Ross narra los hechos, atisbando responsabilidades sin señalar de forma sensacionalista culpables. Ventura, en su aventura por narrar la realización de Love Streams, logra el punto justo entre información y narración. Entre ambas el misterio inenarrable que hay interés en conocer: “¡Que se jodan los que quieren respuestas!”.
¹ Está claro que Big Trouble, su última película, la consideraba un favor a su amigo Peter Falk y que no estaba contento con el resultado. Aun así es una película que, creo, tiene sus méritos.
Por Ramiro Pérez Ríos
Sobre:
Cassavetes dirige
Michael Ventura
Traducción: Juan Nadalini
324 páginas; 23×15 cm.
Entropía, 2023