Memoria como gastritis

Los jóvenes nacidos a finales de los 90’s quedaron con la rara sensación de haber dejado un milenio atrás sin siquiera haberlo notado; han desarrollado la práctica escritural como un ejercicio de inscripción y retención de la realidad en fuga; y son víctimas de una nostalgia precoz producto del hiperflujo globalizado del neoliberalismo cibernético. Estas son algunas de las rastras que acusan los síntomas de la escritura de memorias de infancia y juventud que se han visto emerger en la poesía de las últimas generaciones, y que Díaz abre en su libro encomendándose a lo que él llama “la búsqueda de un país”, aludiendo desde la biografía pelagatienta su justa proporción a la historia de una patria que se arrepotinga aislada al culo del mundo (la raja de los cachetes oceánico-cordilleranos y el ano-cuenca del valle central) y que está destinado a jamás constituirse de manera unánime, marcado por la heterogeneidad dispersa de su estrujado paisaje. “Padre nuestro. Que señalizas las rutas / de noche hacia la costa (…) Quítanos a palos la gastritis y la fiebre.”

 

Peso pluma

“Para seguir deshilachando / los días bajo la afortunada / bandera del ocio”, probando el rendimiento de sacar la vuelta pavoneando, pajaroneando alrededor de aquel trágico peso irreparable que es piedrangular de la volátil omisión chilena; así vemos a los pululantes jóvenes que protagonizan este libro rondar llenos de tiempo de sobra entre guaguas que se queman con agua hirviendo, amigos y hermanos muertos, caras destrozadas por infecciones bucales, más concentrados en hacer vibrar el aliento como música silbada entre el vacío de las manos apretadas. “El que canta ora el doble”, versa el autor citando a su madre.

 

El amigo del primo de un amigo

A lo largo de la historia que conforma a La bandera del ocio, así como en las mitologías que circulan de cuento en cagüín, siempre está el primo de alguien, una figura suficientemente cercana como para dar confianza, suficientemente lejana como para que emerjan jugadas inesperadas. Árabes y gitanos suelen llamar primo a cualquiera que comparta su identificación, y en zonas rurales suele hablarse de “parientes” bajo similares lógicas. Primo, pariente, alguien que aparenta complicidad aún desde una distancia tal que le despejara de responsabilidades afectivas, trenzando un tipo de relación estrecha y distante a la vez. La frase “si Dios no te da hijos, el diablo te da sobrinos” es como cuando se dice que “las madres crían y las abuelas malcrían”, es un tipo de relación presta al goce de pulsiones oblicuas, pero la idea de “el primo de alguien” suele regirse extremando esa zona gris de la familiaridad; el primo de alguien te corrompe y traiciona, te muestra cosas que no deberías haber visto o derechamente abusa de ti; lo cual más allá de las aberraciones pareciera una escuela inevitablemente necesaria de cursar, la retorcida puesta a prueba de los límites, la emergencia de los intersticios en lo familiar, o del secreto incluso.

 

Meter la pata hasta las cejas

“Aquí robaste tu primer botón de oro”, dice el poeta torciendo la expresión “más cosido que botón de oro” que usamos en Chile para referir con brillo de gracia al estado deplorable de aquel que se embriaga; o eso pensé yo, y cuando se lo comenté a Maxi creyendo haber detectado la pillería le gustó y se rió pero me dijo que había una flor que se llama así, y que en esa sección del libro él está muy guagua todavía como para haberse curado, pero de que le gustó le gustó. Quebrar la virginidad de una flor rompe una inocencia a su vez en nosotros, y bueno… no sé si vale la pena elucubrar justificaciones para la teoría que le deslicé cuando conversamos aquella vez, después de todo, solo fue otra demostración de los descontrolados ecos posibles que dispone el oficio, o ya sea la cuota de chamullo que porta todo entendimiento. Dicho esto, hay una estrechez entre este “botón de oro” y aquello que en similares situaciones llamamos las “medallitas” aludiendo a las manchas de trago en la ropa; todos ingenios locales que han sabido dar gracia a la mugre que todos llevamos a cuestas. El hecho mismo de que hablemos de “curarnos” –como quien se sana al alcoholizarse– desde ya nos dice algo sobre lo errática de nuestra cultura: nos sanamos al embriagarnos porque perdemos el centro y así la presión interna, siendo Chile un país espacial y especialmente apretado por naturaleza, tal como lo describimos en un comienzo. “Curado como zapato” dirá más adelante develando en esta expresión la imagen del zapato huacho como holgada signatura de la cancelación de nuestro andar; una poesía de paso y circulación que se junta sobre todo en las esquinas e intersticios; en las historias de un intenso pero remoto y nimio rincón.

Por Martín López
Foto por Javier Díaz

 

Sobre:

Bajo la bandera del ocio
Maximiliano Díaz
2023
Overol
48 pp
Poesía