Cada tanto, por suerte, se publica a escritores y escritoras que únicamente escriben textos y que así evidencian el sesgo y el trabajo editorial detrás de cualquier libro, como es el caso de Diarios de Álvaro D. Campos. Los fragmentos de esta suerte de exhibición de lecturas se suceden por zonas marcadas tenuemente (pues todo tiene relación con todo, al fin y al cabo) y se cortan con acierto gracias a ese asunto de economía llamado libro.

Se trata entonces de una selección de textos (extraídos, es de suponer, de un Diario mucho más extenso) que no refieren —al menos no necesariamente— a la consignación rigurosa de hechos cotidianos por parte de quien, se nos dice, utiliza un seudónimo muy similar a un famoso heterónimo, escribe sus fragmentos en un celular y los publica en Facebook mientras atiende un local en la comuna de Pudahuel, hechos todos que, como cualquier otro, no se encuentran para nada reñidos con el ejercicio de la literatura. Anotaciones cerradas, efectistas, pequeñas piezas maestras o ensayos breves de un lector extraordinario que en algunos fragmentos parece ni esforzarse por clavar una cita para la experiencia o por buscar una experiencia acorde a cada cita, desde los griegos (o los egipcios) hasta expresiones de esposa e hijo, pasando por una pléyade principalmente de clásicos europeos.

Según André Gide, Montaigne nunca daba por concluidos sus Ensayos al toparse siempre con una que otra cita posible de incorporar aquí y allá; es quizá lo que sucede en Diarios (Montaigne aquí es el primer citado), porque si en el ensayo el escepticismo actúa como el motor de la escritura, también el propio ensayista sabe, o sospecha, que ni él ni sus citas tienen la última palabra, pues siempre se podrá hallar otra y otra y otra más. En algunos fragmentos Álvaro D. Campos opta por sustraerse y clavar sin más una cita, no tanto por hacer alarde de sus lecturas como por el hecho de que a veces basta y sobra con colgar una sola frase entre comillas para decirlo todo, como quería Benjamin, por ejemplo, cuando proyectaba el Libro de los Pasajes (donde, según su editor Rolf Tiedemann, “todo el peso habría de recaer sobre los materiales y las citas, retirándose ascéticamente la teoría y la interpretación”).

Así, el libro puede resultar odioso o tal vez pedante dada la cantidad de referencias que contiene, pero, incluso si es así, no se le puede dejar de reconocer su versátil precisión a la hora de encajar la palabra de otros y otras en la experiencia microscópica de un sujeto aparte, en apariencia alejado del circuito literario. Y digo “en apariencia” porque Álvaro D. Campos, pese a su escritura, y con ella, se halla imbuido en ese circuito, por cuanto no sólo es un lector y un escritor, sino que además, vaya cosa, ha publicado un libro en una editorial y ha añadido a eso una labor de espionaje casi masoquista en redes sociales y alguna entrevista.

Como sea, pese a la aplastante variedad de citas literarias, filosóficas, historiográficas y científicas, el libro le da una vuelta, otra más, al academicismo de la erudición. Hay aquí una reivindicación y se diría que un orgulloso menosprecio de libre lector aficionado ante el lector profesional, muy en la onda de la frescura de John Cheever (para clavar más citas) cuando declaraba: “Muchos de mis cuentos fueron escritos en calzoncillos”. Por eso, gracias a cierta distancia irónica presente en bastantes fragmentos, Diarios no tiene reparos en exhibir su liviandad junto a su calidad de incisivo apunte captado al paso por un sujeto de la sospecha, a ratos sospechoso él mismo (especialmente en aquellas ocasiones en las que habla desde el lugar del padre y del esposo) de pasar a formar parte de la lista de artistas de “vocación piadosa”, como él los llama, es decir, de esos y esas que “ya no hacen arte ni literatura, sino cruzadas.” Es, pues, un libro felizmente contradictorio para leer en el metro, como hice yo, de a poquito, dejando respirar cada fragmento entre estación y estación. (¿No es raro un libro así en la literatura chilena, o por lo menos en la bibliografía reciente de Chile? La pregunta no es puramente retórica, porque, a excepción de Cabos sueltos, de Carla Cordua (2003), me es difícil hallar un caso similar).

Por último, tras estas páginas escépticas se mueve una certeza antigua: la literatura, la filosofía, la ciencia, la historia (el libro propone también un gran comercio entre ellas) no tienen mayor importancia y al final no explican nada, pero las atesoraremos y leeremos igual, donde y como sea, aun riéndonos, como Álvaro D. Campos, de nuestra ridiculez.

Pueblo Quieto, abril 2023

Por Martín Cinzano

Sobre


Diarios
Álvaro D. Campos
Laurel
2022
180 pp.
https://www.laurel.cl/libros/diarios/