“No hay duda de que soy alguien que muere de hambre. No hay dudas de que emprendí este viaje para descubrir cuál es ese apetito”, escribió Anne Carson (2018) vaticinando lo que resultó en un diario de viaje. Allí no sólo encontramos la perspicaz descripción de los parajes, de las conversaciones y las situaciones, sino que el hablante lírico deja entrever inquietudes de la autora, seleccionando aquellos detalles -en macro o en micro- que van levantándose delante de sus ojos en su peregrinación. Escojo la palabra “peregrinación” y no “viaje”, no por una decisión antojadiza, ni mucho menos cristiana, pero parece una buena manera de hacer el nexo entre El Camino de Santiago y Las Dulces Promesas de Krasna Vukasovic, puesto que en ambos relatos se plantea la escritura desde el caminar, de disponer y mover el cuerpo de un espacio a otro, como un acto meditativo casi dogmático. Hay una filosofía clara detrás de ambos relatos, planteada desde la contemplación profunda de los espacios, las personas y las memorias donde podemos encontrar una cercanía sui generis entre narraciones.

El propósito de esta reseña no es hacer una comparación entre libros pero parece que Carson es la lectura que enmarca, como punto fundamental, la escritura de Vukasovic. De esta manera podemos hablar más específicamente del periplo autobiográfico de la autora que media a través del hablante lírico de Las Dulces Promesas con un peculiar relato omnipotente. A pesar de esta cualidad, se evidencia la variedad de narradores: a veces testigo, a veces, equisciente, tamizado por una fuerte presencia de un narrador protagonista. De igual manera, los límites del papel quedan estrechos para la inquietud del hablante que está constantemente interpelando a quien lee, así como a otres autores, personas de la vida personal de la autora e incluso a la deidad del cristianismo.

Es muy complejo situar la escritura de Las Dulces Promesas en un contexto o espacio geográfico, puesto que su plasticidad se mueve de manera híbrida en estos estándares y no se ajusta a ellos. Preliminarmente podemos decir que es un discurso de una escritora que ha vivido inmersa en varios lugares y que vincula esta experiencia de manera literaria pero también artística, por lo que el libro es un objeto plástico donde podemos encontrar imágenes fotográficas de archivo familiar pero también personal de la labor coleccionista que emprende la autora en sus viajes. En lo visual del libro alcanzamos a reconocer recortes de periódicos y revistas alemanas, anotaciones, pinturas, manchas y huellas donde la autora ha emancipado su quehacer y ha encontrado -y dejado- vestigio. En este sentido, podemos advertir un ejercicio complejo con las tramas de los tiempos, donde la línea temporal se vuelve difusa y se articulan marcas territoriales como puente entre pasado y presente.

Las Dulces Promesas comienza con una imagen de un papel que apenas se levanta en el fondo blanco, una fotografía en monocromo y caligrafía de la letra eszett (ß) del alfabeto alemán. Esta letra aparece como borrador copiada un sinnúmero de veces, la reiteración nos adelanta que hay búsqueda por incorporarla a la mano: una impronta, un gesto que se ansía encontrar en una letra que no es propia del español, lengua primigenia de la autora. “Me vine buscando / los aromos / en flor / los de Nicanor Parra. / Pero lo único que he pillado / hasta ahora / es una preocupante dislexia.” (p. 6) sentencia en el primer poema que podemos leer, adentrando a quien lee a la referencia parriana en otro paraje. Desde este punto la lectura se emprende en un viaje, y el hablante lírico continúa “Llegué con todo más o menos bien / puesto.” (p. 6). Los próximos versos nos hablan de melancolía, de Hamburgo, de verbos y su formas de ser conjugados; las palabras se activan con recortes sacados de revistas en inglés y del zeitung alemán, articulando un palimpsesto entre fotocopias manchadas con huellas de café, de pintura y arrugas arbitrarias del paso del tiempo, encima la letra diagramada de manera digital y, en otro casos, de manera manuscrita. También hay anotaciones intervenidas por trazos en lápiz y monocopias de tinta tipográfica, post-it, reversos de fotografías y postales que no justifican la narración sino el concepto del poemario en general. El trabajo de la autora no sólo es lograr un concilio con el hablante lírico sino también asumir el trabajo de archivo y de editora de los momentos que se articulan en esta crónica poética de tres tiempos (i. Las dulces promesas, ii. Farmacología y iii. Una visita), donde fotocopias y grafemas son imagen indistintamente.

Estas imágenes se conciben desde la huella persistente: primero, las anotaciones tipo diario de viaje que describen el paso por cierto espacio a nivel físico y psicológico; segundo, las fotocopias de fotografías, periódicos y revistas; y tercero, la huella física de éstas, en el primer caso a través del pulso manuscrito, y en el segundo, a través del desgaste y de las huellas inscritas sobre estos documentos. Es así como llegamos a la página treinta y siete del poemario en la cual se distingue una fotografía en la que se escribe “año desconocido”, “punta arenas?”, “persona desconocida”, “(parece que mi abuela)”, evidencia de que el escrito no sólo contiene imágenes encontradas en este viaje específico de la escritora sino también fotografías de archivo familiar que porta con ellas en éste. Podemos concluir que “Acá en Alemania todavía circulan / los papeles secantes en los cuadernos.” y también las memorias propias de quien escribe.

La escritura de “Las Dulces Promesas” es confusa y compleja puesto que no hay un impulso por generar una narración lineal, ni mucho menos explicativa. De esta manera «imagen» -en escrito y fotocopias- llega a figurarnos un discurso en el que el hablante -entendido como aquel emisor ficticio del texto- sostiene conversaciones con autores como Plath, Carson, Eliot, Mistral y Parra, interpelándonos constantemente como lectores e interrogando las figuras del padre y la madre. Esto desconfigura la lectura puesto que nos traslada a varios roles y escenarios de un verso a otro, con una intención poética “delirante que parece ser parte de / la melancolía” (p. 50). En el texto entendemos que el temple melancólico del hablante lírico tiene origen en el «no lugar»: la inquietud de no estar en «a» ni en «b», característica que, sin duda, dota de polifonía la escritura de Vukasovic, puesto que no sabemos de dónde escribe, en dónde escribe, ni a quién le escribe. Esta escritura desterrada, no sólo en lo concreto de lo geográfico sino también en lo metafórico, sitúa al poemario en un lugar indeterminado en el que se pone en tensión la figura paterna encarnada socialmente en el idilio de la certidumbre o, desde el psicoanálisis, situada en la ley si nos referimos a Lacan (1953). “Poemario Alemán” pretende todo lo contrario, es un desencuentro con el lenguaje, la imprecisión de la traducción, el no saber comunicar, la incertidumbre de perderse, la añoranza quebrada de los lazos filiales que dejan inconclusas las disputas internas, la conciencia de ser un cuerpo ajeno, el raciocinio de lo cercano y el afuera: el encontrarse de frente con la soledad ciega de un paisaje frígido sin nombre, sin espacio, sin tiempo.

Las Dulces Promesas juega con el espacio y el tiempo tensando, a través de formas discursivas e imaginario visual, con el “ahora” como el “aquí” y el “antes” es el “allá”, o como se declara en el libro: “tiene que ver con la eterna voluntad de la vida, el tiempo, el pasado […]” (p. 91). A través de sus páginas se insiste en esta relación ya que se declara la inexistencia específica de lugar y tiempo puesto que confluyen muchas líneas temporo espaciales como muestra del “peso del alma, las vivencias del alma” (p. 91) que dan cuenta del irrefrenable transitar de los cuerpos. Es por esto que se plantea el juego de palabras dentro de la plasticidad semántica alemana: vater(land)los no sólo es una muestra del destierro de una escritura apátrida sino también de una escritura sin padre, manifiestamente huérfana.

 

Por Catalina Duhalde

Referentes

 

Carson, A. (2018). El Camino de Santiago. Vaso Roto Ediciones.

Villegas, J. (1993). El discurso lírico de la mujer en Chile. Mosquito Editores.

Vukasovic, K. (2021). Las Dulces Promesas. Editorial Odradek.