Para quienes conocen tanto a Nona Fernández como a Cynthia Rimsky, sabrán que sus poéticas no son particularmente similares. Así como a la primera autora se la ha asociado permanentemente a la generación de los hijos y a las reflexiones en torno a la posmemoria, a Rimsky se le ha catalogado como una escritora de la migración, interesada en los cruces entre escritura y viaje. Aun así, la razón por la cual hoy decidimos leerlas en conjunto pasa por dos etapas.

En primer lugar, creemos que la lectura hoy propuesta podría dar luces en torno al problema campo-ciudad, muy propio de nuestra zona, donde generaciones completas estuvieron obligadas a abandonar la ruralidad con el fin de introducirse, laboralmente, en el avance de la industrialización. Tal movimiento migratorio, enorme por supuesto, ha dejado huellas imposibles de ignorar, en tanto la dictadura realzó las cicatrices de muchas de estas, así como también infligió nuevas heridas.

En segundo lugar, y en directa relación con nuestro título, consideramos que ambas novelas tienen postulados específicos sobre la memoria, en tanto su relato es fundamental para las identidades colectivas e individuales. Respecto a esto último, sabemos que el acceso a la memoria no es universal: muchas sujetas y sujetos están desprovistas de historia/memoria, pero, aun así, estos cuerpos han sido parte elemental a la hora de representar las violencias que han sostenido el desarrollo de nuestro estado-nación. Esta perspectiva marginal, periférica, a nuestro criterio, guarda directa relación con el problema de lo subalterno, lo cual quedará explicitado a lo largo de nuestros dos análisis. 

 

Mapocho de Nona Fernadez

Mapocho es la primera novela de la autora Nona Fernández, publicada en 2002 y reeditada en 2017. La trama va de la historia de la Rucia, que regresa a Chile, su país natal, por el llamado de su hermano, el Indio. A partir de su llegada, inicia una travesía por la ciudad que entrelaza su historia y la de su familia con otras que emergen de las heridas del pasado nacional. 

Quiero partir por aproximarme a dos conceptos centrales para mi propuesta, en primer lugar, la idea de memoria y, en segundo lugar, la idea de lo subalterno o la subalternidad. La memoria o las memorias, a partir de las definiciones que aportan Elizabeth Jelin y Maurice Halbwachs, se entiende como un ejercicio fundamentalmente colectivo que implica recordar y socializar experiencias individuales con otros a partir de un pasado histórico-cultural común. Digamos, un proceso de recomposición y recuperación que depende del diálogo y el reconocimiento de las experiencias heterogéneas de los sujetos. Por otro lado, el concepto de subalternidad lo abordaré desde una mirada gramsciana, la cual considera lo subalterno como una expresión de la experiencia y la condición subjetiva del subordinado o la clase subordinada. En términos composicionales, Gramsci ubica a esta clase subalterna en la periferia de la sociedad civil, como una parte integrante pero no integrada del todo al orden del sistema. 

Dicho esto, lo que propongo en esta presentación es que en Mapocho y, particularmente a través del personaje de la Rucia, nos enfrentamos a una memoria subalterna; esto porque ella se contrapone a una memoria hegemónica u oficialista y también porque es una articulación de recuerdos que sobrevive en los márgenes de la ciudad de Santiago y el exilio. Igualmente, atendiendo a que Mapocho es parte de la llamada literatura de los hijos dentro del espectro de obras de la postdictadura, la sola existencia de esta memoria subalterna es ineludiblemente una suerte de acción política que se resiste, en términos de Nelly Richard, a las lógicas homogeneizantes y de consenso, propias del periodo transicional en Chile.

Ahora nos corresponde profundizar a qué nos referimos cuando hablamos de una memoria en resistencia y que implicaciones tiene aquello. Volviendo a Gramsci, se dice que las clases subalternas tienen un potencial revolucionario y transformador que se ve mermado por la falta de conciencia sobre sí. En el caso de la novela de Nona Fernández, ocurre algo similar, puesto que la Rucia permanece en cierto estado de ensueño o bajo una parcial ceguera que le impide comprender por qué se cruza con fantasmas coloniales en medio de la población La Chimba o por qué su padre, a quién suponía muerto, está a punto de lanzarse al vacío frente a sus ojos. La Rucia y el Indio, hermanos, crecen engañados por su madre quien les oculta los horrores de la dictadura y les inventa nuevas tragedias para excusar la pérdida de amigos, la abuela y el padre, Fausto, que quedaron tras el exilio. Estas prácticas afectan profundamente su comprensión de los afectos y la identidad, incurriendo en el incesto como una forma de refugiarse de los peligros que representa la sociedad civil.  De esta manera, la falta de conciencia sobre sí que plantea Gramsci se genera, en este caso, no por alienación, sino por la omisión y las políticas de borramiento estatales y familiares que ocultan la verdad y falsean la historia. Esto llega al punto de que la Rucia no es consciente de su propia muerte, una verdad definitiva y terrible que no descubre sino hasta que observa su propio cuerpo flotando en el río Mapocho:

“Ahora mi cuerpo flota sobre el oleaje del Mapocho, mi ataúd navega entre aguas sucias, haciéndole el quite a los neumáticos, las ramas, avanza lentamente cruzando la ciudad completa” (Fernández, 23). 

Entonces, cuando nos referimos a una memoria en resistencia, nos referimos a aquella que se articula al alero del olvido y las imprecisiones, que se cuela entre las grietas de los discursos oficialistas y resiste, justamente, sus embates. Hablamos también, en esencia, de una memoria marginal.

Respecto a esto último, se hace necesario abordar la dimensión marginal de la memoria que refiere tanto a lo político-espacial como al lugar que ocupa el discurso en relación con el relato hegemónico. Según Richard, la búsqueda de la memoria oficial por apaciguar el recuerdo con la moral del perdón y la repartición de culpa entre víctimas y victimarios, responde también a un interés de clase, puesto que los sujetos subalternos mantuvieron su posición marginal (incluso agudizándola) durante la transición chilena. En ese sentido, en Mapocho, la Virgen del Cerro San Cristóbal es un eje de división que indican la posición de los santiaguinos dentro del espectro de dominantes-dominados:

“El poto de la virgen. Cada vez que te pierdas, Rucia, recuerda que vivimos mirando el poto de la virgen. La doña no tiene ojos para nosotros, sólo mira a los que están del otro lado del río, así es que mientras el resto de la ciudad le reza a su cara piadosa, nosotros nos conformamos con su traste, que por lo demás no está nada mal, todo blanco y de loza, todo casto y puro, el poto de la virgen” (Férnandez, 36).

Así, La Chimba, lugar de enunciación del discurso y fuente de inspiración para el recuerdo, se constituye como el mundo de espaldas a la Virgen, falto de la mano divina y opuesto a los otros que gozan los privilegios de la ciudad. Después del golpe militar, esta marginación culmina en el exilio de la madre y sus dos hijos.

En síntesis, podemos decir que la memoria marginal florece en sitios inhóspitos, adversos y que expresa la experiencia de la clase subordinada frente al de la clase hegemónica.

Estas son las condiciones que hacen de esta memoria una memoria subalterna. Para cerrar, solo nos queda revisar o más bien, revelar cómo es posible que los recuerdos se articulen y converjan, efectivamente, en una memoria contenida en la trama de esta novela. Los fragmentos o recuerdos que deja Mapocho a menudo se interrumpen, se trastocan y se contradicen, no sólo porque el olvido es parte de la naturaleza humana; sino porque las memorias subalternas no cuentan con mecanismos de reconocimiento ni representación en el espacio público, apropósito de una mitología nacional fundada en negacionismos y en la relativización de la violencia. La epifanía final en que la Rucia descubre su cuerpo inerte flotando en el Mapocho pareciera indicarnos que la única forma de sacar a la luz la verdad y sanar las heridas es la reparación por medio de la instalación de dispositivos de la memoria, que movilizan los afectos en función del desarrollo pleno de las identidades. La conciencia de sí y de la muerte es el resultado de una recomposición del pasado a partir de la operación de dichos dispositivos: La Rucia pasea por las calles de Santiago, visita su hogar de infancia y habla con los muertos, poniendo a funcionar la maquinaria colectiva del recuerdo de la cual nos habla Elizabeth Jelin. Sin duda, la novela da testimonio de que, para que la memoria abandone su condición subalterna necesita de ciertos recursos materiales: los monumentos, memoriales y las fechas conmemorativas que hacen circular los recuerdos hacia espacios comunes. 

 

Ramal de Cynthia Rimsky

Me gustaría iniciar esta parte del ensayo con la siguiente cita que, a mi parecer, es lo suficientemente reveladora como para conducir la totalidad del análisis. La cita pertenece a Elizabeth-Collingwood y consiste en una sospecha que cruza la mayoría de los postulados de la autora:

¿Qué queda entonces de la historia y para la historia, si, como se viene insinuando, en lugar de ofrecerse como objeto privilegiado de su “memoria”, el pretérito parece más bien marcar el límite infranqueable de lo que ella puede voluntaria y conscientemente registrar, recuperar, representar, articular, archivar?

Tal como lo habrán notado, para Collingwood la historia posee una naturaleza doble. En primer lugar, está aquella historia oficial, nacional por supuesto, que se encargaría de representar la condición monumental del tiempo. Con la palabra monumento, me refiero más que nada a las críticas de Foucault y Deotte al archivo. Más que dispositivos donde las distintas epistemes culturales acontecen, son lugares donde algo ha sido olvidado, muerto, y por tanto, ese algo solo reside como información. Es decir, habría algo funerario en la historia.

Por otra parte, habría también un oficio de la historia, porque si bien esta parece atrapada en su pretérito, es decir, inmutable, rígida, la autora nos recuerda que la consigna de la historia no es otra que el “no olvidar”. Habría, entonces, en el oficio de lo histórico algo en disputa, un valor, el cual tiene las suficientes propiedades como para merecer la memoria, es decir, para sobrevivir a las ruinas que alguna vez aparecieron ante los ojos del angelus novus de Paul Klee.

Por tanto, alguien podría objetar que la historia no está sujeta a una especie de cárcel memorial, dado que esta se encuentra en constante desarrollo, siempre podemos añadir una letra más al relato de la historia. Pero lo cierto es que Collingwood no ha depositado su sospecha en este lugar. Más bien, lo que le preocupa a la autora es lo que reside bajo esa operación: la historia solo es posible bajo cierto marco de producción, el cual estaría ligado profundamente con la noción de lo memorable. La historia, al momento de inscribirse, hace que todas las otras posibilidades del acontecimiento desaparezcan. Lo que acontece, en tanto queda manifiesto en el registro, toma la forma de un rostro conocido, fácil de recordar, coherente con el resto del corpus histórico. Por tanto, aquellas otras posibilidades del acontecimiento quedan condenadas a su desaparición. Si deseamos remodelar la historia, integrar lo olvidado y, por tanto, restaurar la memoria, se vuelve necesario no solo redactar una nueva, sino también alimentar cierto espíritu iconoclasta. Aquella historia monstruosa, que no nos permite siquiera la memoria o el olvido, debe ser destruida, y por supuesto, tal empresa es imposible. A mi parecer, Ramal de Cynthia Rimsky, se juega la vida en este último horizonte. 

La novela, a modo de un breve resumen, trata de un ciudadano que, debido a la precariedad laboral y por supuesto, a las diferentes violencias estructurales, termina por tomar el rol de un funcionario público que debe lograr que el ramal Talca-Constitución no desaparezca. El plan para ello es elaborar un proyecto turístico que resuma el trayecto por medio de fotografías. 

Aquí, me parece, está uno de los primeros indicios donde lo dicho por Collingwood toma sentido. Sabemos que el proyecto turístico ha fracasado, no porque la novela lo indique, sino porque la historia misma, la historia oficial, nos lo dice. El ramal talca-constitución, así como gran parte de las líneas férreas, terminaron por desaparecer luego del corte de presupuesto que sufrió la empresa EFE por parte de la dictadura militar. En consecuencia, esta novela desde un principio busca establecerse como una historia imposible de narrar dada las circunstancias destructivas de lo histórico. Por tanto, para desarrollar otras operaciones históricas que estén más allá del marco de lo representable, se vuelve una necesidad el instalarnos en la lógica del ramal, es decir, en aquella analogía donde un pequeño tramo ferroviario se desprende de la línea principal de trenes. 

Me gustaría, entonces, que ahora miremos una de las tantas fotografías que atraviesan la novela, para así, ir integrando las reflexiones al texto mismo. El texto, por supuesto, aparece en directa relación:

El asiento de la estación de Manquehua, donde los lugareños esperan el tren, está ocupado por un hombre y un niño. El último tren acaba de partir y no pasará otro hasta mañana. Si no le avergonzara interrumpirlos, se acercaría a tomarles una foto. Al dejarlos atrás, alcanza a escuchar que el hombre consuela al niño: “Para la próxima vez, seguro que nos retratan” (Rimsky 56)

 

El primer conflicto que atraviesa esta correlación entre imagen y escritura es su disonancia. La primera parte de la cita nos indica que dos lugareños esperan pacientemente el tren, pero si miramos detenidamente, los bancos que están bajo la estación se encuentran vacíos. La pregunta, entonces, es ¿Por qué? ¿Qué pasó con sus cuerpos? ¿Acaso se fueron luego del último tren? Esto indicaría, entonces, que la fotografía fue tomada en un momento posterior, pero, ¿Realmente la escritura o la imagen nos conduce a un tiempo particular? ¿No será que la fotografía está suspendida en una especie de limbo, entre el antes y el después? Y si nos la jugamos estéticamente, ¿Qué pasaría si aquel hombre y aquel niño siguen ahí, sentados, invisibles de alguna forma delante del lente fotográfico? 

Las hipótesis parecieran ser apresuradas, pero la mayoría de las preguntas se fundamentan con el resto de la novela. Como podrán ver, en las siguientes fotos ocurren fenómenos similares. Por cosas de tiempo, no podemos abordar todos los fragmentos relevantes, pero les comento que pareciera ser una constante durante la trama el desencuentro entre la escritura y su posterior imagen-retrato. Por alguna razón, las fotografías están casi siempre vaciadas. 

Mi lectura al respecto tiene que ver con la segunda parte del fragmento que he seleccionado. La diferencia que se establece entre escritura y fotografía tiene que ver con el diálogo imposible de los campesinos con el protagonista. Con toda seguridad, el deseo del retratista es diferente al objeto retratado, pero no porque las intenciones sean distintas. Tal como lo dice el texto, tanto los campesinos como el fotógrafo sienten la necesidad de la fotografía, pero las condiciones bajo la cual entienden los procesos de representación son distintos. Me parece que Gayatri Spivak, en su texto ¿Puede hablar el sujeto subalterno? Lo explica muy bien:

la conciencia de la clase de los pequeños propietarios campesinos encuentra su “portador” en un “representante” que aparece trabajando en interés de otro. La palabra aquí utilizada en alemán no es la que hemos caracterizado como “representar” [darstellen]; (…) es el contraste que hay entre una persona que funciona como apoderado de alguien y el retrato de ese alguien [vertreten vs. darstellen].

“Re-presentar” en el sentido de darstellen pertenece a la primera constelación [cf. El ejemplo del retrato]; y “representar” en el sentido de vertreten —con una fuerte idea de substitución— a la segunda [cf. el ejemplo del apoderado].

En la categoría del darstellen, es decir, donde la representación juega un papel relevante en la correcta mediación política, se encuentra el deseo del campesinado, que no es otra cosa que el de la memoria. A toda costa, desean evitar su desaparición por medio de algún otro no-subalterno. El consuelo, entonces, del hombre al niño se vuelve mucho más siniestro. Así como el tren los ha abandonado en la estación, así también los aparatos de la historia han decidido su muerte. ¿Y cómo lo han hecho? Estableciendo que los métodos de captura historiográfica sean de tipo vertreten, es decir, que sustituyan los cuerpos desaparecidos con imágenes a modo de lápidas, mausoleos y otros monumentos funerarios. 

Dicho esto, a pesar de que imagen y texto posean contenidos opuestos, ¿No creen que la fotografía es absolutamente fiel al relato subalterno? Tal como nos señaló Collingwood, la historia nos pone una piedra de tope para la inscripción de la memoria. Las fotografías de los campesinos expulsados de su tierra tanto por el abandono de las políticas públicas por parte de la dictadura, así como también por los intereses extractivistas de empresas forestales, no pueden ser sino de esta forma, dado que sus rostros perfectamente retratados en otro tipo de archivos, muy valiosos, por cierto, nos muestran un tiempo asociado al régimen histórico oficial. Sabemos que los campesinos, en algún momento, han acontecido, y por tanto, han sido resguardados por la memoria. Pero lo cierto es que, aparte de sus retratos, no nos queda nada más. Sin lugar a duda, el campesinado del ramal Talca-Constitución ha desaparecido y las fotografías de esta novela nos lo muestra sin tapujos, diciéndonos que incluso, en su propio tiempo, estos ya estaban entregados a la ruina de la historia.

 

Por Catalina Lufin y Víctor González Astudillo

 

 

 

Referencias

Collingwood-Selby, Elizabeth. El filo fotográfico de la historia. Chile: Metales Pesados, 2012.

Fernández, Nona. Mapocho. Santiago: Alquimia Ediciones, 2019. Impreso.

Jelin, Elizabeth. Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo XXI, 2002.

Liguori, Guido. Modonesi, Massimo. Voza, Pasquale. Diccionario Gramsciano (1926- 1937). Cagliari: Tertulias, 2022. 

Richard, Nelly. Crítica de la memoria (1990-2010). Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales, 2010.

Rimsky, Cynthia. Ramal. Chile: Fondo de cultura económica, 2011.

Spivak, Gayatri. “¿Puede hablar el sujeto subalterno?”. Revista Colombiana de Antropología 39 (2003): 297-364.